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Esto es un cambio

La propuesta de candidatura unitaria de las derechas sería afirmar un escenario de bloques enfrentados

SEÑOR DIRECTOR:

La cuestión territorial, con la explosión del secesionismo catalán, y las políticas y gestos que marquen distancia ideológica con la derecha son las líneas de fuerza de la agenda del Gobierno de Pedro Sánchez. Serán, como respuesta, el discurso dominante de la oposición, que se unifica como bloque ideológico en una línea que marca Vox. No radica en la economía el campo de las grandes diferenciaciones; ahí las líneas están marcadas, impuestas. El fracaso político del experimento griego, con más paro, más pobreza y, al final, drásticas medidas de recortes y la derecha en el poder, estará sin duda presente en quienes disfrutan en Madrid de la novedad del coche oficial.

Muere la Transición

No hay duda de que asistimos a un tiempo de cambio. Ignoramos el alcance del mismo. Es difícil lograr en quienes observan directamente el acontecer político en la capital de España que formulen una previsión sobre el rumbo y los límites de este nuevo recorrido, que inicia en el poder una coalición de las izquierdas, con el apoyo de los nacionalismos. Más allá del transcurrir del día a día de la vida política, y de los charcos venezolanos de José Luis Ábalos, si este cambio avanza al frente de instituciones claves, se traducirá en relevos y transformaciones en otros muchos ámbitos de la actividad. El bipartidismo imperfecto entre PP y PSOE muere para dar paso a algo que nadie quiere pronunciar ni oír pero que sí responde a estrategias de interés partidista: las izquierdas aglutinadas a modo de Frente Popular y las derechas unidas en una nueva CEDA. Hay quien lo construye desde la izquierda y quienes lo pretenden levantar desde las derechas. ¿Qué son sino esas propuestas de candidaturas unificadas para Cataluña, Euskadi y Galicia?

BanderaEl tiempo y la cultura o espíritu de la Transición habrán pasado definitivamente a ser páginas de la historia. Todo apunta a que estamos ante un profundo cambio social y político. El empresariado pragmático así lo ha entendido y se puso a negociar ya las reformas con la ministra gallega Yolanda Díaz y el ala de Podemos en el Gobierno. La jerarquía católica, salvo casos aislados y frente a etapas anteriores de abierta confrontación, mantiene un silencio de no injerencia en la política. Una oposición política constructiva que debería situarse en el PP habría de ponerse a la tarea de negociar, influir y construir y dejar para Ciudadanos y Vox el frentismo ideológico.

Inestabilidad

Esta coalición y los apoyos que llevaron a Pedro Sánchez al poder escuece en amplias capas del tejido social español y mantiene en alerta a centros de poder. ¿Qué inestabilidades puede generar esa vía en el Gobierno y en la situación política general? Los mensajes que cuestionan nada menos que la legitimidad del propio presidente del Gobierno dan una idea del alcance en el desencuentro y confrontación al que puede llegar el escenario político español. Unos mensajes que no proceden únicamente de la extrema derecha.

Ahí, en el frentismo ideológico, se sitúan los mayores riesgos para esta etapa que abrió Pedro Sánchez, quien en una versión política del famoso soneto de Lope de Vega, en horas 24 se desdijo con los hechos de sus grandes proclamas y compromisos.

El cambio lo impone la fragmentada representación parlamentaria, expresión de la voluntad ciudadana. Posibilita a los nacionalismos periféricos, catalanes y vascos fundamentalmente, y a los partidos alternativos surgidos en la profundidad de la crisis económica y social, como Unidas Podemos, marcar líneas de acción en el Gobierno y en la iniciativa legislativa. Desde la oposición, más que mirar a una hipotética estrategia de Iglesias y Sánchez y a una agenda oculta del Gobierno de coalición, deberían atender a la realidad sociopolítica para darle respuesta propia y creíble, que no estará en el pasado, y no distraerse en los señuelos ideológicos que le lanzan desde el Gobierno. Unos y otros habrían de evitar transmitir y fomentar en la política la división en dos bloques ideológicos sin capacidad de encuentro. Ese virus puede transmitirse a la sociedad que mayoritariamente parece alejada y al margen. Pero los daños no reparados de la crisis pueden resucitar la vieja lucha de clases, como un lanzamiento editorial anuncia estos días en Francia. La oposición del PP de Pablo Casado se caracteriza por el seguidismo en los frentes ideológicos que le lanzan desde su derecha —Vox o Ciudadanos— o desde la izquierda. La estéril polémica del pin parental, que pudo parecer a alguien asunto nuclear en la preocupación de los españoles, es una buena muestra.

No le cuento ninguna novedad, señor Director, si le digo que hay quienes pretenden impedir que los partidos nacionalistas concurran a las elecciones y que se ha recurrido a todos las vías de desautorización y desprestigio ante la opinión pública para desactivar a Unidas-Podemos. Esos mimbres están ahí elegidos por los ciudadanos y con ellos hay que hacer la política posible. La fragmentada representación parlamentaria es un reflejo de la realidad plural de España, aunque en una línea de minar la legitimidad se cuestione hasta la representatividad del Gobierno.

Esta coalición de izquierdas y nacionalismos no es una alternativa estratégica, aunque Sánchez la coloque en el márketing político como una querencia de su alma de izquierdas. Viene impuesta por los hechos. No conviene negar la realidad. La posibilidad de una gran coalición (Grosse Koalition a la alemana) quedó cortocircuitada antes de ningún intento por la derecha y la izquierda. Y una alternativa de gobierno diferente a la actual no la posibilitó la nula rentabilidad de los costosos fuegos de artificio que representó Ciudadanos. De esa operación algunos deberían rendir cuentas.

Nada cambia

Después de dedicar buena parte de la semana a preguntar y a escuchar a observadores y a periodistas con oficio, y sin lentes de colores para seguir el acontecer político de la capital de España, resulta una aventura formularle en esta carta una conclusión de esas conversaciones: no hay pronóstico. Domina la falta de confianza en quienes tienen el poder, que parecen haber roto los puentes con el socialismo de Felipe González, alguien que todavía podría reaccionar o activar alternativas.

Como conclusión le transmito la opinión de un viejo periodista, próximo en su momento al socialismo. Parados en la acera, con las tiendas de marcas de lujo a nuestras espaldas llenas de clientes, ante la inmensa bandera de España que ondea solitaria en la madrileña plaza de Colón, sostuvo que "aquí no va a pasar nada y no va a cambiar nada sustancial". La bandera que colocó Federico Trillo, con Aznar en La Moncloa, sigue ahí, sin la menor concesión a la compañía de la bandera de Europa y a los símbolos de las comunidades autónomas, que integran España. "Repara en el detalle", me dijo. Los símbolos son representación de una idea.

Si la concepción de España —nacionalismo uniformista— es de la máxima sensibilidad no solo para las derechas, la otra línea que marca este Gobierno con declaraciones —sí mucha declaración para generar ruido— y la adopción de medidas de tipo ideológico encontrará la respuesta y las movilizaciones de grupos conservadores.

No se olvide que a José Luis Rodríguez Zapatero se lo llevó por delante la economía y no la política ideológica, que practicó como con el mismo entusiasmo que dedica ahora a Maduro. Lo experimentó incluso con obispos en manifestación callejera. Pero fue la negación de la crisis económica y su falta de respuesta a la misma en tiempo y forma lo que le relegó a secundario.

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