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Satisfechos ante el espejo

Los liderazgos políticos no digieren la responsabilidad de investir presidente y dar estabilidad

SEÑOR DIRECTOR:

¿La Dinamarca del Sur o la Venezuela de Europa?, es el título de uno de los últimos capítulos en El dilema de España (Península). Recordará usted este librito de Luis Garicano, economista y político que hasta fechas recientes pasaba por ser el cerebro gris de Ciudadanos y, en materia económica, una garantía de conocimiento y rigor para la política que pudiese defender su partido. Garicano, distanciado ahora de un Albert Rivera, o al revés, que abandona la supuesta centralidad política en la que decía situarse, a pesar del frentismo con que nació, y practicó, en Cataluña, quizás tenga respuestas a sus interrogantes. No necesitará imaginativas crónicas de corresponsales extranjeros, a las que creativamente recurre en ese libro.

La respuesta, dónde está la situación política actual, no figura en las opciones del dilema que planteaba Garicano. Es triste: parálisis y ejercicios de autocontemplación.

El multipartidismo se atasca en la gestión de pactos y acuerdos que exigen los resultados de las últimas elecciones generales

El camino de Venezuela parece que fracasó estrepitosamente por voluntad del electorado y por la mala gestión de quienes decían ser la alternativa rupturista. Las otra opción para asentar un país más avanzado económica y socialmente está ralentizada y puede perderse por la parálisis. Hablamos de la incapacidad o la negativa de los líderes políticos para gestionar la realidad de una sociedad plural que reflejan los resultados electorales. No acaban de afrontar la gestión del marco plural que sigue al final del bipartidismo . La nueva realidad exige capacidad para acordar.

Las explicaciones para la actual parálisis, que se pronostica larga, responden a personalismos. Incluso hay quienes no se soportan entre sí. Los líderes de las principales fuerzas son o parecen, permítame usted decirlo así, narcisos que en la autosatisfacción de contemplarse a sí mismos basan su estrategia y su contribución al país.

Síntomas

Le apunto brevemente algunos indicadores de narcisismo paralizante. 1) Las ansias descontroladas de Albert Rivera por convertirse en el gran referente de la derecha, que borre al PP como alternativa, se producen sorprendentemente después de haber experimentado el fracaso del pretendido "sorpasso". 2) La bigamia imposible y ruinosa de Pablo Casado con acuerdos a dos bandas y hasta los extremos. Pactos con la moderación y la ultraderecha y con los secretos de alcoba de tapadillo que acaban colgados en el balcón. Y el olvido de las llamadas a la responsabilidad y patriotismo que se hicieron al PSOE con Rajoy. Se produce, además, después de un hundimiento electoral. 3) La imperiosa necesidad de subirse al coche oficial de Pablo Iglesias continúa después del gran patinazo y casi salirse de la calzada en su pretendida ascensión a los cielos del poder. Y 4) En el centro del escenario está la indefinición de Pedro Sánchez a la hora de elegir y decidir compañía en el altar de la investidura. O tiene la fórmula para la cuadratura del círculo o no entiende que la novia no pueda ser Podemos y que, al tiempo, la dote la ponga el PP.

Confusión

La situación está instalada en la confusión. La estrategia diaria es acentuarla. No sabemos, señor director, si la voluntad de Pedro Sánchez es contar como socio preferente con Podemos ni, por otro lado, de qué hipotéticos apoyos pretende disponer desde la derecha, por acción u omisión, para superar la investidura y dar una mínima estabilidad a la situación del país. Si esa fuese su alternativa, buscar la complicidad de Ciudadanos y PP como acusan los indignados de Podemos que pedían ministerios, el señor Sánchez echa gasolina al fuego para quemar todos los puentes en esa dirección.

Los resultados de unas elecciones generales que se celebraron a finales de abril están, cuando entramos en julio, sin resolver para la investidura de un presidente y la formación de un gobierno mínimamente estable. Y no descartemos, señor director, que nos vuelvan a llamar a las urnas, como ya sucedió en 2016, ante la imposibilidad de acordar un presidente de gobierno.

Este país va camino de arder por el clima y la política, a excepción del noroeste galaico, con un Núñez Feijóo que transmite sensatez y equilibrio a su propio partido y estabilidad a Galicia, y la excepción en algún que otro punto del norte, como ahora mismo Euskadi.

Voluntad de pacto

Fui, aunque usted por cortesía no me lo recuerde, de los que creyeron que los resultados de las elecciones generales de abril permitían la estabilidad y la habría. Lo escribí en un análisis de urgencia, que publicó al día siguiente de las elecciones. El mandato electoral era y es claro: son necesarios pactos, se acabaron las hegemonías de la alternativa. Y, si se quiere, los acuerdos son posibles y factibles. Si hay una mínima voluntad de lograrlos. No contemplé en aquel análisis urgente el factor humano de los actuales dirigentes de la política, a derecha e izquierda, tan satisfechos de conocerse a sí mismos. Fue ingenuidad o ignorancia, no la falta de años y el escepticismo que debería acompañarme.

Repare usted, a modo de ejemplo, en las declaraciones a Rac1 del expresidente Rodríguez Zapatero, esta misma semana sobre la sentencia del Supremo en el juicio de los independentistas catalanes. Desde la condición de ex primer ministro y, se supone, de profesor de Derecho no se puede ser tan irresponsable: politizar la justicia públicamente. No deberíamos sorprendernos con los precedentes de sus mediaciones en Venezuela y con la exhibición que hizo de prepotente ceguera ante la gran depresión económica que llegó mientras ocupaba la Moncloa. Ese momento y esos errores están contados de forma documentada por Tom Burns, por si aún hay quien quiera tapar con "históricos avances sociales" el fiasco, y el retroceso socioeconómico, sí, que supuso Zapatero. No más lucida anda estos días la mensajería de la derecha. Atribuye cansinamente maldades a Pedro Sánchez, sin más objetivo que el de crear un clima que impida su investidura y la formación de gobierno. Cierto, no comen -el electorado no les da acceso al poder con votos- ni dejan comer. Lo dicen sin inmutarse: no solo no apoyan, que están en su papel, sino que harán todo lo posible para dificultar la formación de gobierno. ¿Entendimos mal desde el principio a ese bronco secretario general que tiene Pablo Casado?

Mientras todas las energías se dirijan a dificultar al contrario y hacer inviable una situación de estabilidad, no podremos sentirnos seguros ni satisfechos con los dirigentes que diseñan tales estrategias. España es hoy, y lo ha sido en estas últimas cuatro décadas, una democracia liberal que parecía que había enterrado el cainismo político, que frenó secularmente la normal marcha de progreso y libertades. Hay libertades gracias a la fuerza de voluntad y a la responsable generosidad de unos dirigentes que entendieron y respondieron a la demanda de convivencia en respeto, libertad y paz. No creo, señor director, que dentro de unas décadas se pueda hacer una valoración positiva similar de quienes tienen hoy el liderazgo político, en momentos de profundas transformaciones, que exigen impedir la parálisis.

Atentamente.

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