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Y quién sabe

Sánchez deposita en la bandeja de asuntos para estudio las urgencias sanitarias que le planteó Feijoo

Señor director:
"Hoy, dos años y medio después, no se cumplió ni uno" de los compromisos que el presidente del Gobierno acordó con el de la Xunta. Lo contaba Martín G. Piñeiro en una crónica ante el nuevo encuentro de Feijóo con Sánchez el pasado viernes. Ave a Galicia en pruebas en 2018, enlace a Lugo de la alta velocidad, transferencia de la AP-9, carga de trabajo para el naval de Ferrol e implicación para evitar el cierre de Meirama y As Pontes, enumeraba el colega que sigue con profesional atención para este periódico la actividad política desde Santiago.

En aquella ocasión, Feijóo salía convencido de que el Gobierno cumpliría la palabra. Algunas de esas cuestiones, dos años y medio después, se han agravado: la desindustrialización de Galicia es más problema. La crisis que siguió a 2008 y la que produce la actual pandemia, tal como revelan los datos del PIB , piden una apuesta por otro modelo. Más que contar turistas o peregrinos habrá que contar exportaciones, ir a modelos como el del tejido industrial vasco y retirar las mullidas alfombras para recibir a los altos gestores de grandes corporaciones que aterrizan por aquí como embaucadores con conejos en la chistera para distraer al personal, y levantan el vuelo sin explicaciones cuando ya han hecho caja. Hay varios ejemplos ahora mismo. Más apuesta, por tanto, por una economía con raíces aquí, tal como plantea el profesor Venancio Salcines en una serie de artículos recientes. No es indiferente la localización de los centros de decisión.

El señor Feijóo en esta nueva ocasión no se pronunció sobre la confianza que le pueda merecer que el señor Sánchez se comprometa a estudiar las propuestas que le llevó en materia sanitaria, que al inquilino de La Moncloa le parecieron "sensatas". ¡Solo faltaría! Ese estudio necesitará al menos que se celebren las elecciones catalanas. La estrategia electoral prima.

SALVADOR ILLATampoco expresó el señor Feijóo la fiabilidad que le merecía la atención del Gobierno de Sánchez sobre los otros temas para la economía gallega que le planteó de nuevo. Son los mismos, con el añadido ahora de Alcoa, que enumeraba Martín G. Piñeiro del total incumplimiento anterior. Probablemente el viernes en La Moncloa el señor Feijóo haya practicado ante los medios de comunicación una norma de cortesía que supone abstenerse de criticar al anfitrión bajo su propio tejado.

Marginación
Cualquiera que entienda la política y el ejercicio del poder como algo más que propaganda y tomaduras de pelo —La marginación de Galicia que publicó Valentín Paz Andrade hace cincuenta años— como práctica habitual hacia este país, Galicia, se sonrojaría, además de mostrar un cabreo soberano, ante los actuales incumplimientos. Sospecho que Gonzalo Caballero, uno de los dos más activos "valedores" del Gobierno de Sánchez en Galicia, verá gestión positiva en los incumplimientos que enumeraba Martín G. Piñeiro. Por cierto, el líder del PSOE en Galicia, chova ou neve, cuenta cada día con su cuña propagandística en los telexornais. No sé si le hacen un favor o esa presencia diaria en pantalla, por lo que se ve garantizada, contribuye a empeorar su imagen y su valoración política.

Un servidor, y con la venia ante el embajador-aplaudidor Caballero, y el delegado-vocero Losada, se apunta de momento al escepticismo que formulaba la líder del BNG, Ana Pontón, ante el viaje del presidente gallego este viernes a La Moncloa.

Sucede, sencillamente, que no nos atienden. No es ya que no nos entiendan ni nos quieran entender, como escribió en memorable ocasión Domingo García Sabell. No escuchan. No es cuestión de nacionalismos ni gaitas, trampa ideológica con la que los "caladiños" pretenden descalificar los datos y desautorizar las denuncias —como las que reiteraba el franquista Luis Moure Mariño— del olvido de Galicia. ¿Hay por dónde coger, antes y ahora, los incumplimientos con la alta velocidad a Galicia o la paralización de la autovía Lugo- Santiago? Es engaño reiterado. El discurso de la demagogia como respuesta es la primera muestra de la falta de respeto. Si en todo momento hay que mantener la dignidad, fallamos en este país. Lo escribo en primera persona: una responsabilidad compartida por la sociedad civil —empresarios, esperemos la nueva CEG, periodistas o la intelectualidad—. Sin este silencio, las voces de los políticos se harían oír.

En todo caso, una primera responsabilidad es la de los representantes que elegimos para que sean la defensa de los intereses de Galicia en el Congreso y el Senado. Se parapetan en la disciplina de grupo para justificar el silencio dos caladiños, como se les calificaba en los años de Transición. Entonces con menos motivos que ahora. Con demasiada frecuencia parece que el voto de Galicia en las Cortes sigue en Zamora, después de los ducados que les costó recuperarlo a los condes de Lemos y Gondomar.

En el ejercicio de la política en las democracias parlamentarias una de las variables es la del compromiso ante la ciudadanía, ante el elector, como señaló Raymon Aron. Un factor que debería contemplar el líder de los socialistas gallegos cuando criticó al diputado del BNG por haber votado no a los Presupuestos del Estado. Al menos fue coherencia.

La espantada de Fraga
Le cuento un par de anécdotas, nada sospechosas de nacionalismo galaico, indicativas de lo que pretendo transmitirle. Durante la crisis del chapapote, en su despacho de la Xunta, Fraga hablaba telefónicamente con Aznar. Colgó y ordenó que fuesen a su residencia a buscarle los aparejos y equipo de caza. Fraga ordenaba hacia abajo, su particular sentido de Estado le llevaba a callar hacia arriba. Al Gobierno gallego no le dejaban intervenir ante el desastre en sus rías y en su costa. Fraga, algo más que molesto, se largó de caza. Aznar y su Gobierno se pasaron por el arco del triunfo la autonomía de Galicia, y no precisamente para mejorar la gestión de la crisis. Nos lo contó él mismo unos meses después, a un grupo de periodistas en el comedor del Vilas. No pronunció nunca el nombre de Aznar. El presidente del Gobierno y el ("actual", metía como cuña) líder de su partido no tenía nombre.

Voy con la segunda, también con Fraga, de incuestionable defensa de la unidad. Una noche en la que en la Comisión Constitucional del Congreso pretendían plasmar en el Estatuto de Galicia las rebajas que Alfonso Guerra (PSOE) y Abril Martorell (UCD) habían acordado, Fraga dio materialmente un portazo con palabras en tono alto contra la "humillación" a Galicia. Luego no aparecieron en el acta. Algún día Caetano Díaz, que estaba allí, podrá recordarlas. 

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