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Don Florito en la movida madrileña

A TIERNO Galván le daba grima mezclarse con el pueblo, el contacto físico en las aglomeraciones lo desquiciaba. No era franco… perdón, no era claro en sus intenciones. Una mañana lo encontré en la facultad, y, aunque no era muy asequible, lo abordé y le pedí perrmiso para asistir a algunas de sus clases. Tocaba el agnosticismo. Me defraudó.

En 1977, el ingeniero y economista Juan de Arespacochaga era alcalde digital de Madrid. Hombre de la Institución Libre de Enseñanza, liberal conservador en política, había comenzado a trazar un proyecto urbanístico para renovar la ciudad. Me llamó y fui a verlo. «El ministro Ignacio Camuñas me ha hablado bien de usted y me gustaría tenerle en mi equipo de delegados: usted sería responsable de comunicación e imagen del Ayuntamiento y del alcalde» fue todo. (Ignacio y yo trabajamos en un proyecto social con título bien significativo: ‘La universidad en los barrios’). El alcalde había fichado ya, entre otros, a José María Álvarez del Manzano y a Florentino Pérez, joven ingeniero de Caminos que había colaborado con Juan en la Asociación de la Carretera. Pedí una excedencia de un año y acepto la oferta. Paco Umbral, mi amigo, me zurra desde El País. ¿Tú también? Supongo que falta «te vendes?»

En 1977 Juan de Arespacochaga era alcalde digital de Madrid


Pero, Franco ha muerto un año y medio antes y Arespacochaga está tocado. Abandona a primeros de 1978, y Suárez nombra alcalde a José Luis Alvarez, notario de Madrid -bastantes años antes lo había sido en Lalín- sin apenas biografía política, miembro activo del opinante Grupo Tácito, que, desde el Ya, ofrece fórmulas y sentido común a la transición en aquellos días de «libertad sin ira», canción de Jarcha, casi himno oficial del momento. Tierno quiere poder, por eso entrega su PSP (Partido Socialista Popular) al PSOE y en coalición con el PC de Tamames consigue el sillón. Tierno hubiera preferido la presidencia de la III República, pero «el viejo profesor» morirá alcalde en 1986. Y, cual precursor de Zerolo, será proclamado santo súbito, con la titularidad de un nuevo parque, próximo al Manzanares y al Planetario, con derecho a broncínea escultura. Y será el muñidor de la movida. ¿Ustedes lo creen? No es cierto. Tierno tenía pánico a la gente. Era mal orador; más Franco que Indalecio Prieto. Unidos índice y pulgar, la mano derecha sube y baja cortando leña.

Un título que hizo daño
Cuando me despedí de Tamames, me pidió que, antes de irme, le ayudara a explicar a los nuevos, ayudantes de Filosofía, penenes (profesores no numerarios), pablosiglesia, errejones y bescansas qué era un ayuntamiento. Yo lo que quería era volver al periódico, cosa que hice en cuanto conseguí que mis pupilos memorizaran la dirección y el teléfono del ayuntamiento.

Por entonces, Madrid empezaba a poblarse de carteles sobre el centenario del nacimiento del PSOE, atribuyendo al partido el slogam de ‘Cien años de honradez’. Unos meses más tarde, ya libre de compromisos, publiqué un artículo titulado ‘Cien años de honradez y uno de ayuntamientos’. Un año, y aquello olía ya a corrupción -ahora van sólo tres meses y el mismo olor-… Algunos amigos del PSOE aún no me lo han perdonado. Antonio D. Olano -colega de Villaba-, disfrazaba a Tierno de castizo Don Florito, y lo situaba en lugares non sanctos de la noche de Madrid. Esa era, decía Olano, la «movida» de don Enrique. La otra, la movida popular, fue cosa nuestra. Vean, si no, la foto del alcalde Álvarez y de un servidor en plena fiesta de san Isidro de 1978. La libertad sin ira sonó antes de que Tierno fuera alcalde de Madrid. Después, hizo lo que pudo; sus secretarias de despacho le llamaban el pulpo; la enfermera que le envié una mañana para que le enderezara una tortícolis regresó a mi despacho despavorida. Cuando se serenó, me dijo: «Tiene diez manos, y todas debajo de mi falda».

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