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La anábasis de los griegos de Tsipras

TESALÓNICA, CIUDAD en el Egeo, fundada en el siglo IV a. de C. con el nombre de una hermana de Alejandro el Magno, es puerto comercial importante. Bajo el Imperio romano, allí estuvo desterrado Cicerón; allí revolucionó San Pablo, dos siglos después, a un buen grupo de agnósticos y ateos de ascendencia judía y, en tres semanas creó una comunidad de creyentes en Cristo. El revolucionario Pablo, expulsado de la ciudad, les envía, desde Atenas, en el año 51, una carta, su I Carta a los Tesalonicenses. Pero en seguida tiene que mandarles una segunda porque habían interpretado que el Juicio Final era inminente y llevaban varios meses entregados a la holganza, vagando por las calles, sin dar palo al agua. A la vista está, y puede que el Juicio Final está cercano y que los griegos no van a devolver los 250.000 millones porque no hay tiempo. No se olvide que fueron ellos los que inventaron las filosofías epicúrea y sofista, y los amores exquisitos, el homo y el lésbico.

Cincuenta mil sefardíes gaseados

No se olvide que fueron ellos los que inventaron las filosofías epicúrea y sofista, y los amores exquisitos, el homo y el lésbico

En (Te)salónica, en 1492, los judíos expulsados por los Reyes Católicos hicieron su Sefarad, su España. La ciudad floreció con los sefarditas. Golpeados por todos los costados, a los largo de siglos, el castigo final les llegó durante la II Guerra Mundial, cuando el ejército de Hitler ocupó Macedonia y se llevó a los campos de exterminio a 48.000 de los 50.000 judíos que vivían en Tesalónica.

Allí debía ir yo, -a Salónica, no a los campos- invitado a la Feria. Precioso y antiguo país la Macedonia griega, donde los campesinos preparaban el 80 por ciento de las pieles de visón, astrakán, cibelina y zorro que acababan siendo abrigos de las damas más ricas del mundo. Tenía la impresión de estar viviendo la versión de una feliz Edad Media. Nada de periódicos, nada de televisión. Mis felices vacaciones griegas, mejor, macedonias.

Del dracma al drama

Allende se había inmolado y yo en Macedonia, acariciando pieles

Cuando bajé de nuevo a Salónica, tenía en el hotel un gran número de llamadas del periódico. Pinochet había dado su golpe del día 11 de septiembre, Allende se había inmolado antes de rendir la Casa de la Moneda, y yo, en Macedonia, acariciando pieles de visón y haciendo fotos de la propaganda política de los coroneles griegos por aquellos montes sin vegetación. Ya no pude ir a Chile. Lo hizo por mí Luis Apostua, subdirector de YA. Cuando volví a Atenas, la VI Flota seguía paseándose por las islas griegas. La monarquía había sido abolida y la Republica proclamada, en junio pasado, en referéndum, mientras yo buscaba el Rastro de Rimbaud por el cuerno de África. Recomienza el sertaki; Papadópoulos es derrocado por un nuevo golpe en julio de 1974 y el 23 de ese mes y año, los militares abandonan para dejar paso a la democracia robada. Vuelven a la Otan que habían abandonado, entran en la CEE en 1981, antes que nosotros, dicen que falsificando las cifras de bien-malestar; cambian de partido y gobierno en pocos meses para no aburrirse… Y así los sorprende el siglo XXI, en plena bulla, con un índice de corrupción por encima del de inflación, con una creciente anábasis migratoria y, como los temerosos cristianos de Tesalónica, sin dar palo al agua, esperando el santo advenimiento no del Cristo juez sino del cuerno de la abundancia descorchado en Bruselas. No sé si volverán al dracma; el drama lo tienen garantizado.

Yo, por si acaso, aquella mañana de septiembre de 1973, bajé a la Sintagma Place -mi hotel, el Inglaterra, estaba allí mismo- y compré media docena de esponjas naturales a un vendedor de los que abundan en la plaza. Fue una compra excelente. Pero tengo la impresión de que ayudé poco a la maltrecha economía griega. Debía haberme manifestado y haber desfilado al frente de los hoplitas, preparando el santo advenimiento de Tsipras y su guardia pretoriana. Menos de Varoufakis, el judas que siempre va a la contra.

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