Blog | Epifanías

La escuela Martín Ferrand

NO ME salía lo de Manolo. Así que, forzando un poco el escorzo, le llamaba Manuel... Nunca trabajé a sus órdenes ni fui persona de su intimidad, pero nuestro afecto, que mantenían las muchas coincidencias en preocupaciones profesionales, en actos y xuntanzas, como los del Club de los Cien de la Comunicación o formar parte del grupo de media docena de gallegos que llevábamos a otro gallego más ilustre al Palace y comíamos con él en amigable charla, se reforzaba en cada encuentro. Manuel y yo éramos devotos de la buena mesa; yo sucedí a Pedro Crespo como editor de la Guía Campsa y quería responsabilizarme de su limpieza crítica. Así que íbamos a cualquier lugar donde hubiera sustancia gastronómica, como podía ser Casa Lorenzo, el palentino venido a Madrid, a la Avenida de América, casi camino de Barajas o recalábamos en Combarro para celebrar la llegada de la lamprea.

Me enteré bastante tarde de su mal. Primero fue la ausencia; no acudía a las citas. Cuando comenzó con sus penalidades, quise llamarlo, pero no pude y colgué el teléfono sin esperar respuesta. Opté por enviarle una cuartilla, sin saber lo que estaba escribiendo. Por supuestos, no la eché al buzón. Eso sí, aunque inacabada, tenía título "¡Permiso…!" Le decía cosas horrendas, me despaché contra la tortura de la limpieza de sangre, llamada ahora diálisis. "Antes era prueba y exigencia para cristianos viejos, tal como exigía el Estatuto de Limpieza de Sangre de 1449 de Toledo". Me metí con los chicos de Zapatero: "¿Crees que estos chavales tan raros del PSOE serán capaces de abrir el ámbito de la libertad, más allá, incluso, de lo que tú y yo habíamos soñado y pretendido?". No lo conseguirán, son impositivos, no dialogantes. En un alarde de humildad, Sánchez promete "tender la mano a los demás grupos". Se entretienen destruyendo lo que otros han ido forjando; se limitan a negar la historia, a retirar los símbolos -cristianos o no-, definen la calidad democrática de los otros contraponiéndola a su corta proyección -dicen que ideológica y también democrática-, y amenazan que "cuando gobernemos nosotros echaremos abajo todas las reformas". ¡Qué mal gusto! Son como los sargazos muertos que suben a la playa por el empuje de las mareas. Hasta el ciudadano Rivera, tan sutil él, advierte al PP y le recuerda que no tiene por qué gobernar la lista más votada. ¿Son las menos votadas las que deben gobernar? Entiendo, querido y ausente Manuel, que la gente tendrá que pararse siquiera sea un minuto a considerar su voto. Hasta ahora, que yo sepa, las papeletas que han hinchado los globos y mecido las cunas de los recién nacidos se están utilizando solo para tareas de limpieza rectal -perdón-, en buena medida por "mérito" de Ciudadanos. Por lo menos, los de Iglesias tienen el valor de abstenerse cuando hay que pedir a Maduro que libere a los demócratas venezolanos. Catorce años pide la Fiscalía para Leopoldo López. Para los cientos de asesinatos al mes en Caracas no se pide tanto. Simplemente, de olvidan.

Los colegas te proclamamos "maestro de periodistas"

En fin, Manuel, te cuento. El pasado día 11, viernes, en Telefónica de la Gran Vía madrileña, se ha echado a andar la Escuela Martín Ferrand de Periodismo que impulsa César Alierta, la que tus amigos, que son muchos, se brindan a pilotar los fines de semana. Supongo que se trata de formar líderes de la nueva Comunicación, modelo Martín Ferrand, que es mucho pedir. De perlas, Manuel. Veo algunos nombres que me hacen mover la cabeza lateralmente. Espero que la selección de "maestros" haya sido más rigurosa, incluso, que la de los alumnos. Vigila por si acaso, Manuel.


Tú fuiste proclamado por los colegas "maestro de periodistas". Después de ti, me dieron a mí el título, que cuelga en mi despacho inmerecidamente. Fue una sorpresa, palabra. Pero mola, Manuel. Aunque, para entonces tú ya te habías ido.

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