Blog | Que parezca un accidente

La gran mentira

Nada une tanto a una pandilla de amigos como conchabarse para mentir. Por lo general, participar en una confabulación con intenciones tramposas despierta en cualquier persona decente un agradable sentimiento de pertenencia; pero si el objetivo de la maniobra es engañar a un tercero, el vínculo resultante se convierte en irrompible. Es como una especie de soldadura a prueba de traidores, ya que vulnerar el pacto supondría quedar expuesto como embaucador. La clave es que no existan alicientes para actuar de forma unilateral. Algo así como someter el embuste al "equilibrio de Nash".

Hay algo honorable en mentir al unísono con tus compañeros. Que se lo pregunten, si no, a cualquiera que forme parte de un grupo parlamentario. Pero además, si la mentira en grupo tiene como objetivo salvar el culo de quienes estáis en el ajo, la satisfacción es total. Sobre todo si, para escapar del problema, se le carga el muerto a otro. Esa es la confabulación tramposa por excelencia.

Cuatro de mis amigos y yo nos vimos obligados a recurrir a una artimaña semejante hace algunos años, durante las fiestas del pueblo de uno de nosotros, llamado Fulanito. Sus padres no se encontraban en casa aquel fin de semana, así que aprovechamos para hacer un poco de vida social lejos de la ciudad y apartarnos de la barra de los bares.

Nos pasamos la tarde entera apoyados sobre la barra del campo de la fiesta, frente a la orquesta. A pesar de que la casa de Fulanito se encontraba a apenas medio kilómetro, habíamos bajado hasta la verbena en el coche de sus padres para alardear ante las chicas del pueblo, que a esas horas todavía no estaban allí. Los únicos que nos vieron aparecer en coche fueron dos señores que debieron de pensar que nos faltaba un hervor.

Por la noche, cuando la fiesta había terminado, volvimos al coche para regresar a casa. Fulanito había bebido demasiado y, cuando arrancó el motor, no se dio cuenta de que la puerta del copiloto estaba abierta. Los otros cuatro todavía no nos habíamos subido. En lugar de colocar la palanca en la primera marcha, Fulanito metió la marcha atrás y arrancó, provocando que la puerta del copiloto impactase hacia atrás contra un árbol. Cómo sería la determinación de Fulanito que la puerta acabó doblándose hacia adelante, quedando inservible. Fulanito se bajó del coche, observó lo que había sucedido y, sin mediar palabra, se marchó a casa a pie. Los demás lo vimos desaparecer por el camino y decidimos llevarnos el coche igualmente. No podíamos dejarlo allí, con una puerta que no se podía cerrar, en el medio de ninguna parte. Ya nos las arreglaríamos al día siguiente para solucionar aquel problema.

Cuando Fulanito se despertó y tomó conciencia de lo que había sucedido la noche anterior, comprendió que necesitábamos recurrir a una gran mentira. Primero gritó, corrió alrededor del coche haciendo aspavientos y blasfemó durante un cuarto de hora. Pero a continuación se dio cuenta de que, para afrontar un gran mal como aquel, era preciso recurrir un gran remedio. Sus padres no tardarían en llegar a casa y la puerta del coche no se iba a arreglar sola. Lo único que podíamos hacer era confabularnos. 

El único problema es que no nos consultó sobre la estrategia a seguir. Éramos conscientes de que todos debíamos dar la misma versión, pero cuando levantó el teléfono para llamar a sus padres, ninguno sabíamos lo que iba a decir. Y ahí llegó la sorpresa.

Fulanito comenzó a hablar y le explicó a sus padres que unos chicos de otro pueblo, que habían venido a la fiesta, intentaron pasar en su furgoneta por un hueco muy justo que había entre el coche y una pared. Fulanito, con gran diligencia, se había bajado a darles indicaciones para proteger la integridad de su vehículo, pero en el instante en que la furgoneta pasaba al lado del coche, uno de nosotros —concretamente Menganito— había abierto la puerta de forma irresponsable, por lo que la furgoneta se la llevó por delante, huyendo a continuación. 

Nosotros no dábamos crédito a lo que estábamos oyendo. Fulanito estaba contando la mentira más inverosímil que se le podía haber ocurrido y además estaba cargándole el muerto a Menganito. Pero lo más asombroso de todo es que su padre le creyó. Maldijo a los chicos del otro pueblo y maldijo a Menganito. Le dijo a Fulanito que no quería volver a ver a ese insensato en su casa y así fue. Nosotros salvamos nuestros culos manteniendo la mentira y, por fortuna, nos fuimos de rositas de aquel embrollo.

La confabulación fue un éxito. Gracias a aquella mentira en grupo no tuvimos que hacernos cargo de los gastos de la reparación. Y nos sentimos más unidos que nunca. Es verdad que perdimos a un amigo para siempre, pero qué diablos... La culpa fue suya por confiar en cuatro miserables embusteros. Hay que ser incauto.

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