Blog | Que parezca un accidente

La mejor idea posible

HE DESCUBIERTO una nueva forma de aburrimiento: el aburrimiento estresante. Ocurre los domingos por la tarde, cuando tienes hijos pequeños y durante el fin de semana ha llovido de tal manera que ni siquiera has podido salir con ellos a la calle. Llega un momento en el que los juegos y los puzles se acaban. En el que las películas se acaban. En el que las manualidades y las acuarelas y hasta las acepciones de la palabra ocio, todas ellas exhaustas, se acaban también.

Y de repente tu casa comienza a hacerse más pequeña. Las paredes y los techos se encogen. El salón es ahora un cuartucho claustrofóbico en el que no hay espacio para todos. Poco a poco, y sin posibilidad alguna de salir, cualquier propuesta da la impresión de ser una mala idea. Una idea que solamente molesta. Que estorba a cualquiera. Una de esas ideas que siempre están por el medio de la habitación, obstaculizando el paso, entorpeciéndolo todo.

Y es en ese instante cuando comienza el estrés. Aparece de la nada. Se abalanza sobre ti desde detrás de una puerta o una cortina y ya no te suelta hasta el lunes por la mañana. Hace años te lo hubieses quitado de encima sin inmutarte. Como quien se sacude con dos dedos un bicho que le trepa distraído por un hombro. Pero ahora tienes niños pequeños en casa. Niños que se agobian después de dos días sin salir. Niños que se desesperan. Niños que han convertido su aburrimiento en frustración y esta en el estrés de todos. Y no te queda más remedio que buscar opciones para entretenerlos en otro lugar. A ser posible, en seco.

Manuel de Lorenzo

La primera de ellas, quizá la más horrible, de naturaleza casi inmoral, es la del centro comercial. Detesto especialmente las aglomeraciones, la música ratonera y pasear entre rótulos luminosos y escaparates. Por este orden. Y en los centros comerciales se concentran esas tres cosas en su máxima expresión. Decía Groucho Marx que jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como él. Yo me niego a pasar los domingos por la tarde en un centro comercial con la clase de gente que elige pasar los domingos por la tarde en un centro comercial. Es pura coherencia.

Una segunda opción consiste en ir a dar una vuelta en coche por los alrededores de la ciudad. Perderse a conciencia en el dibujo imposible de alguna carretera secundaria, disfrutar desde la ventanilla de una hermosa estampa otoñal formada por bosques, prados y riachuelos. Se trata de la contemplación de un paisaje natural, opuesto a esa distopía multicolor hecha de ruidos y halógenos que es el centro comercial. El problema es que los niños, que antes se sentían encerrados, aquí se desahogan todavía menos, lo que acaba convirtiendo tu coche en una pequeña cárcel móvil rebosante de instintos inconfesables. Mala idea.

Y de repente tu casa comienza a hacerse pequeña. Las paredes y los techos encogen

También cabe la posibilidad de visitar un parque de bolas. Por alguna razón, en ese pequeño infierno de plástico el estrés de tus hijos disminuye; el tuyo, sin embargo, se dispara. Mala idea. ¿Ir a ver un partido de fútbol o baloncesto en un recinto cerrado, al que los asistentes acuden estresados de casa y del que salen en un estado de tensión aún peor? Mala idea. ¿Refugiarse en el piso de algún familiar, donde puedes hacer lo mismo que en tu piso pero con más gente y menos margen de maniobra? Mala idea. Casi todas las opciones que a uno se le puedan ocurrir constituyen una mala idea.

De hecho, considero que solamente hay una excepción. La única posibilidad aceptable e interesante para entretener a tus hijos fuera de casa un domingo lluvioso por la tarde: el cine. Hacer del mal tiempo una excusa estupenda para ir a ver una película infantil un fin de semana cualquiera es la alternativa perfecta. Ellos se divierten, tú no te agobias, salís de casa un par de horas, nadie se moja y además hay espacio suficiente como para sentirse cómodo y no acabar dando rienda suelta a inclinaciones salvajes y vengativas, como ocurre dentro del coche.

Este pasado domingo, después de tres días seguidos de temporal que nos mantuvieron en casa desde el viernes a mediodía, decidimos ir con las niñas al cine. A ver una de dibujos, para ser más exactos. Candela no dejó de llorar desde que entramos en la sala. Y Julia, que al principio se mostró fascinada por la enorme pantalla, hasta el punto de que parecía que sería incapaz de apartar la mirada, logró permanecer atenta unos veinte minutos en total, a partir de los cuales se dedicó a cantar, correr por el pasillo y hacer ruido con todo lo que se encontraba.

No permanecimos allí ni media hora. Cogimos nuestros abrigos, salimos del cine y nos fuimos a un bar. Cañas y vinos para unos, aguas y refrescos para otros y pinchos para todos. La mejor idea posible para un domingo lluvioso por la tarde. Dónde va a parar.