Blog | Que parezca un accidente

El nombre de los canguros

UNA CURIOSA formulación de la Ley de Murphy es la que defiende que si algo puede ser mal entendido, lo será. Así sucedió, por ejemplo, el 9 de noviembre de 1989, cuando Günter Schabowski, portavoz del politburó del Partido Socialista Unificado de Alemania, compareció ante los medios de comunicación en el Centro de Prensa Internacional para informar sobre algunas de las reformas recién aprobadas en la República Democrática Alemana. Ricardo Ehrmann, periodista de la agencia italiana ANSA, realizó una pregunta sobre la nueva regulación de viajes y Schabowski comenzó a leer unos papeles que acababa de recibir. Entre titubeos, demostrando no estar familiarizado con aquel asunto, contestó: "Hemos decido introducir un proyecto de ley por el que todos los ciudadanos podrán viajar fuera de Alemania Oriental sin la presentación de un justificante". Ehrmann comprendió que, en la práctica, aquello significaba la apertura del Muro de Berlín y preguntó a partir de qué momento tendría efecto la nueva normativa. Schabowski no había tenido tiempo de localizar la fecha de entrada en vigor y, mientras rebuscaba entre sus papeles, improvisó: "No sabría contestarle, pero la decisión es firme y los puestos fronterizos se abrirán inmediatamente". En realidad, el proyecto de ley señalaba que las autorizaciones podrían solicitarse a partir del día siguiente y que se concederían de forma inmediata, pero la deducción equivocada de Schabowski provocó que una avalancha de gente tomase el Muro de Berlín, iniciándose espontáneamente su demolición y, en definitiva, su caída.

La historia de la humanidad es la suma de sus aciertos y sus errores, y por tanto es también la suma de sus malentendidos. El que condujo al derribo del Muro de Berlín es uno de los más felices que se recuerdan, pero el desenlace de estos equívocos también ha sido desfavorable en numerosas ocasiones. Tristemente célebre es la ambigua respuesta que Japón dio al ultimátum formulado por los Aliados durante la Conferencia de Postdam, en el que se exigía la inmediata rendición del país si no querían sufrir la "la devastación del suelo japonés". El primer ministro, Kantarō Suzuki, contestó utilizando la palabra "mokusatsu", cuya traducción es "guardar silencio por el momento", olvidando acaso que otra posible traducción de esa palabra sería la de "rechazar" las exigencias de los Aliados. Una postura que llevó al ejército de Estados Unidos a cumplir su amenaza mediante la descarga de bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

Que parezca un accidente - Manuel de Lorenzo

Yo disfruto de los malentendidos históricos cuando su conclusión es beneficiosa, pero todavía lo hago más cuando conducen a un resultado inocuo y, al mismo tiempo, un tanto ridículo. Los españoles dieron al Yucatán su curioso nombre al escuchar a los mayas repetirse los unos a los otros "uh yu ka t’ann" cuando les preguntaban cómo se llamaba aquella tierra, ignorando que esa expresión quería decir en realidad "escucha cómo hablan". Algo parecido se cuenta sobre el capitán Cook en su llegada a Australia, al contemplar por primera vez un canguro. Cuando le preguntó a un aborigen cuál era el nombre de aquel animal, este le contestó algo parecido a "kanguru", que significaba "no te entiendo". He leído que las cosas no fueron exactamente así, pero se non è vero, è ben trovato.

En cierta ocasión, yo me confundí al intentar reservar mesa a través de la web de un restaurante de Santiago de Compostela. Les había enviado un mensaje en gallego en el que indicaba que me gustaría ir a comer allí con mi mujer al día siguiente, pero en lugar de ir a comer (ir xantar), un dedo se me fue a otra tecla y lo que escribí es que me gustaría ir a cantar con mi mujer a su establecimiento. Yo no me di cuenta del error y al cabo de un rato recibí una llamada telefónica del propietario, que me pedía que le concretase un poco más, puesto que se trataba de una petición un tanto especial. Me preguntó si preferíamos hacerlo de pie, en una esquina junto a la barra, o si preferíamos situarnos en el jardín, entre las mesas, debajo de un árbol. Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando. En todo momento yo asumía que estábamos hablando de comer, pero él creía que mi intención era ir a cantar en pareja. Me preguntaba cosas que para mí resultaban incoherentes, como, por ejemplo, si nuestra idea era hacerlo gratis o cobrando, o si necesitábamos alguna clase de equipo especial.

Al final, entre carcajadas, acabamos aclarando aquel malentendido, pero durante un rato un hostelero en Santiago creyó que yo tenía intención de ir con mi mujer a su restaurante a cantar mientras sus clientes comían. Cuando entramos por la puerta al día siguiente, el personal nos recibió entre risas. Recuero una frase del propietario: "Está claro que si algo puede ser mal entendido, lo será".

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