Blog | Que parezca un accidente

Obra maestra

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Uno comienza Obra maestra, la nueva novela de Juan Tallón, con la esperanza de averiguar qué ha pasado con la enorme escultura de treinta y ocho toneladas que desapareció hace algunos años del Museo Reina Sofía sin dejar rastro. Esa es la brújula que guía el inicio de la lectura. Como si uno se encaminase hacia la resolución de un gran enigma. Quieres ver a Tallón apostando y dando en el clavo. Lanzando los dados y acertando.

Hablaba sobre esto con mi compadre Rodrigo hace poco, un sábado que me invitó a su casa a comer, aunque lo que hicimos, sobre todo, fue beber. Ese día me contó que estaba muy satisfecho con su nueva adquisición: una olla de cocción lenta. Me explicó que se trataba de un aparato muy práctico. Tú te limitas a introducir en su interior todos los ingredientes y varias horas más tarde obtienes una suculenta comida impecablemente preparada. "Si añades la cantidad exacta de cada cosa, es imposible que salga mal —me dijo—. El plato queda perfecto". Y aquello me pareció una verdadera lástima.

Lo mejor de la cocina no es el resultado, sino el proceso. Vas siguiendo los pasos, ensayando ideas nuevas, corrigiendo sabores y medidas… Cuando has terminado, lo pruebas, a ser posible con tu familia o con tus amigos, y descubres qué tal te ha salido. Algunas veces te habrá quedado mejor y otras veces te habrá quedado peor, pero es esa expectación la que convierte la cocina en algo interesante. La gracia está en no saber del todo cómo te ha ido, no en pulsar un botón y recibir a cambio el mismo puchero inmaculado de siempre.

Unos días antes de mi cumpleaños, mis amigos Rebeca y Gabriel me anunciaron que habían encargado un regalo para mí. No me dijeron de qué se trataba, solamente que estaría listo para el día que lo celebrásemos. Y añadieron que jamás sería capaz de imaginar en qué consistía, alimentando así el misterio. Tuvieron, además, el detalle de enviarme pistas por WhatsApp cada tres o cuatro horas, provocando que mi curiosidad se disparase. Alternaban información real sobre algunas características del regalo con datos ficticios. Me decían que era algo que se podía encender. Algo que tardaría un tiempo en estar preparado. Algo que podía caminar, pero, al mismo tiempo, yo me lo podría poner. "Si estamos con más amigos, no lo abras, porque podría darte vergüenza, pero si es gente desconocida no habrá problema". Con cada pista que recibía me sentía más desorientado.

Finalmente, el regalo me encantó. Resultó ser la materialización —muy ingeniosa— de una broma que tenemos entre nosotros. Sin embargo, por mucho que me gustase aquel obsequio y me pareciese una idea muy divertida, de lo que más disfruté fue de la expectación previa, todos esos días jugando a adivinar en qué podría consistir aquello que se les había ocurrido. Si me lo hubiesen dicho al instante, el primer día, no habría sido lo mismo. Si hubiese bastado con apretar un botón para obtener el regalo perfecto, no lo había disfrutado tanto. Lo mejor no fue resolver el enigma, sino el camino que recorrimos para llegar hasta él.

Los neurólogos sostienen que, en los juegos de azar, lo que nos atrapa no es sólo la posibilidad de ganar, sino, sobre todo, el proceso anterior a conocer el resultado. No es tanto acertar como el hecho de lanzar los dados. Si jugásemos a la ruleta en un casino y, al hacer nuestra apuesta, nos dijesen inmediatamente si hemos ganado o perdido, sin disponer siquiera de la posibilidad de presenciar el juego, nuestra sensación no sería la misma. Lo interesante, lo que despierta nuestra pasión, es ver cómo el crupier lanza la bola sobre la ruleta en movimiento y observar cómo esa bola da vueltas sobre las casillas y termina deteniéndose en una de ellas. Los estudios demuestran que es durante ese recorrido cuando más se activan nuestros niveles de dopamina. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la lotería. Comprar el décimo, esperar a que llegue el día, estar pendientes del sorteo, repasar los números que van saliendo del bombo. La magia reside en el proceso, en la intriga, en el misterio.

Uno comienza Obra maestra, la nueva novela de Juan Tallón, con la esperanza de averiguar qué ha pasado con la enorme escultura de treinta y ocho toneladas que desapareció hace algunos años del Museo Reina Sofía sin dejar rastro. Uno la termina comprendiendo que lo más importante de esa novela no es la resolución de un gran enigma, sino precisamente todo lo demás.

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