
EN ALGUNAS LENGUAS KONGO , como el kikongo, "nzambi" significa "dios". En idioma kimbundu —cooficial en Angola—, el término "nzumbi" se refiere al alma. Hay palabras muy similares en otras lenguas bantúes del área del Congo y Angola. En las lenguas tsogo —habladas en Gabón—, "ndzumbi" significa "cadáver". En lengua yoruba —hablada en Nigeria, Benín y Togo, pero también en Cuba—, la palabra "fúmbi" significa "espíritu". Todos ellos son conceptos semejantes en cuanto a su forma, pero también en cuanto a su contenido: apelan a la divinidad, la muerte y el más allá. Una relación de ideas que explica por qué en criollo haitiano —un idioma resultante de mezclar el francés con palabras de esas lenguas africanas— se utiliza desde hace siglos la voz "zonbi" para referirse a los muertos vivientes.
Más adelante, el término "zombie" se incorporaría a la cultura popular, acaso desvirtuándose en las salas de cine, pero sus orígenes se remontan al sistema esclavista de la colonia francesa de SaintDomingue —actual Haití— y el consecuente comercio de personas desde África, que sirvió de caldo de cultivo para la simbiosis entre el catolicismo y las creencias tradicionales de los esclavos africanos, como el vudú. De las costumbres y ritos funerarios de esta religión se conservó la idea de que los hechiceros, llamados bokor, podían usar su poder para causarle la muerte en vida a una persona y apoderarse de su voluntad, controlando el cuerpo y las acciones del "no muerto". De ahí nació el concepto del zombi como cadáver andante o cuerpo sin alma.
Su rostro parecía un viejo retrato maltratado por la desgracia y el paso de los años
Pero es posible que esta idea de los muertos vivientes no perteneciese únicamente al mundo de la magia y la fe. Algunos antropólogos creen que estos chamanes, en connivencia con los esclavistas, pudieron encargarse de suministrar alguna clase de droga neurotóxica a muchas personas, produciendo en la víctima la apariencia de haber fallecido. Una vez declarada oficialmente su muerte y realizado el correspondiente entierro, la víctima era sacada clandestinamente de su tumba, reanimada y trasladada a alguna plantación o explotación donde se le suministraba periódicamente otra sustancia —posiblemente, datura stramonium—, que la mantenía en un estado de delirio alucinatorio, privada de su voluntad y permaneciendo el resto de su vida bajo el control absoluto de sus dueños.
En el año 1938, la antropóloga estadounidense Zora Neale Hurston publicó un ensayo en el que detalló su experiencia en Haití con los zombis —y otros "horrores"— del vudú. Escribió: "Tuve la extraña oportunidad de ver y tocar un caso auténtico. Escuché los sonidos fracturados en su garganta… Si no hubiese experimentado todo esto bajo la luz del sol, en el patio de un hospital, podría haberme ido de Haití interesada en el tema, aunque dudosa. Pero yo vi el caso de Felicia Felix-Mentor. Sé que hay zombis en Haití. Gente que regresó de entre los muertos".
Felicia Felix-Mentor había muerto en el año 1907 en su pueblo de la comuna de Ennery, en el distrito de Les Gonaïves, y 29 años más tarde, en octubre de 1936, regresó. Mucho más vieja y con aspecto de haber perdido el juicio, apareció caminando de nuevo por la villa. Deambulaba por las calles sin rumbo aparente, como si se hubiese perdido. La mirada vacía, la piel deteriorada… Su rostro parecía un viejo retrato maltratado por la desgracia y el paso de los años. Pero era ella. La misma mujer a la que habían enterrado en 1907. Fue acogida por sus parientes e instalada en la casa familiar, donde cuidaron de ella y la alimentaron, asombrados por su resurrección, mientras era atendida por los médicos.
Uno de ellos, el psiquiatra Louis P. Mars, publicó un artículo sobre Felicia algunos años después, en 1945, en el que describía al "presunto zombi en cuestión" como alguien que "no estaba en capacidad de dar ninguna información sobre su nombre, su edad, su lugar de nacimiento, donde había estado antes, adónde iba o cómo había llegado al hospital". Sus familiares habían reconocido a Felicia, pero ella parecía carecer de la facultad de hablar o razonar. El psiquiatra escribió que "había perdido el sentido del tiempo y se mostraba muy indiferente al mundo alrededor de ella". Una situación idónea para llevar a cabo los trabajos que nadie más estaría dispuesto a hacer. Y sin rechistar.
Reconozco que esta es una historia difícil. A algunos les resultará creíble y a muchos otros, inverosímil. Para rellenar los huecos, se puede acudir a un caso similar, el de Clairvius Narcisse, fallecido en Haití en 1962 y reaparecido en 1980. Su historia fue narrada por el antropólogo Wade Davis en su libro La serpiente y el arcoíris, en el que explica que Narcisse logró librarse a tiempo de su bokor y conservar la cordura suficiente para poder contar lo que le ocurrió. Es cierto que Davis nunca permitió que se llevasen a cabo las pruebas necesarias para demostrar sus afirmaciones y son varios los investigadores que rechazan sus hipótesis. Pero la teoría desarrollada en su libro le sirvió a Wes Craven para rodar una película homónima en la que el vudú haitiano y sus zombis sirven de base a una historia de terror. Y si alguien sabe algo sobre terror es Wes Craven. Así que vean esa película a oscuras, a ser posible solos, y después decidan ustedes qué prefieren creer.