Blog | Que parezca un accidente

Pero solo la puntita

Hay una idea que lleva ya tiempo sobrevolando nuestras costumbres, planeando sobre nuestras cabezas como un ave rapaz acechando a su presa, y que durante el confinamiento se lanzó a degüello a por nosotros: la de que las cosas resultan más satisfactorias cuando las haces tú mismo. El planteamiento es el siguiente: además de encargarte de aquello de lo que no te queda más remedio que encargarte, haz también todo lo demás, porque eso hará que te sientas mejor. No alcanzo a entender de dónde ha salido semejante anacronismo.

sssEn lugar de avanzar hacia adelante, vamos hacia atrás. Durante el confinamiento, la máxima expresión de esta idea se materializó en la curiosa moda de elaborar pan. Para qué bajar a la panadería y comprar un pan suculento, el que más te guste, pudiendo hornear un mazacote insípido en casa —el mundo al revés—. Pero la tendencia se ha mantenido. Tengo un amigo que se ha comprado una olla lenta y prepara platos elaboradísimos en su cocina, como si fuese un salvaje, en lugar de ir a que se los sirvan en un restaurante o encargar que se los traigan. Otro se está construyendo una cabaña en el jardín trasero de su casa —para guardar allí su tiempo libre, imagino—. Todo remite a la misma idea: la satisfacción de hacer las cosas tú mismo.

Una de las máximas más manoseadas que hay es esa que dice que si ves a un hombre hambriento enséñale a pescar en lugar de darle un pez. Desde pequeño, cada vez que escucho esta reflexión me encojo mentalmente de hombros. Si yo estoy pasando hambre y veo que se acerca un tipo con un caldero de truchas que, en vez de darme una, comienza a enseñarme a pescar, salto inmediatamente a por su yugular. Primero dame el pescado y deja que coma tranquilo y reponga fuerzas, y más tarde si quieres nos dedicamos a desentrañar el apasionante mundo de los aparejos de pesca.

No obstante, cazar o pescar tu propia comida es algo elemental. La idea de hacer las cosas tú mismo alcanza en ese caso un nivel básico. Se parte de cero. Pero cuando alguien sugiere que empecemos a hacer las cosas por nosotros mismos en lugar de escoger la opción que nos las den hechas, ¿qué momento del proceso toma exactamente como referencia? ¿Cuál es el punto de partida? Yo soy relativamente joven y la idea de hacer las cosas por mí mismo me hace regresar, como mucho, a la época en la que grababa mis propios cedés. Ibas a un cibercafé y te descargabas canciones de una calidad pésima en Napster que luego apelotonabas en un disco digital de dudosa durabilidad. ¿Debería hacer eso hoy en día en lugar de usar Spotify? ¿Debería llevar ilustraciones en papel a un establecimiento para que me las impriman en una camiseta en lugar de comprar la prenda directamente con el estampado que quiera? Es más, siendo coherentes, ¿no debería fabricar en casa mi propia camiseta?

La idea de apelar a la satisfacción de hacer las cosas por uno mismo es una falacia. Y con lo del pan se roza lo absurdo. "Es que no sabes lo bien que sienta comerte un sándwich mixto cuando lo preparas con tu propio pan", me decía uno hace poco. ¿Y también fabricas tú el queso y el jamón? Desde hace años circula por internet un planteamiento económico que resume muy bien esta cuestión. Para elaborar tu propio queso tendrías que criar una vaca, ordeñarla, comprar todos los aditivosnecesarios y madurar la leche una vez cuajada. Para obtener tu propio jamón tendrías que empezar criando tu propio cerdo y les voy avanzando que el final del proceso, por desgracia, no es especialmente agradable. Para fabricar un solo sándwich necesitarías invertir muchos meses y gastarte aproximadamente dos mil euros. Es un argumento exagerado que sirve muy bien para ilustrar lo disparatado de la idea. Hacer las cosas por ti mismo está muy bien, claro que sí, pero solo la puntita.

Esta mañana, después de desayunar, mi mujer se marchó a trabajar, yo llevé a las niñas al colegio y después me fui al estudio a grabar el programa de radio. Cuando volví a casa a mediodía todavía estaban en el fregadero los cacharros del desayuno. Los vasos del zumo, los platos de las tostadas, las tazas, un biberón, varias cucharillas, varios cuchillos, un par de tenedores, una jarra de cristal y el exprimidor. Me quedé observando esa montonera durante unos segundos y pensé en que quizá podría fregar todas aquellas cosas a mano. Por la satisfacción de hacer las cosas uno mismo. Por sentirme realizado.

En su lugar, lo metí todo en el lavavajillas, que para eso está, me tiré en sofá del salón, pedí comida a domicilio a través de una aplicación del teléfono y me eché una pequeña siesta antes de comer. Eso sí que fue verdaderamente satisfactorio. No saben lo bien que me sentí conmigo mismo.