Blog | Que parezca un accidente

Universos paralelos

ESTA NOCHE, por primera vez en mucho tiempo, he soñado con mis años de universidad. Fue como observar aquella etapa por un ventanuco. Vivía con Rodrigo y Emilio, nos íbamos de tapas por la zona vieja de Santiago, salíamos de fiesta. Llegaba a la facultad por la mañana y descubría que, un par de horas más tarde, tenía un examen que no había preparado. Me iba corriendo a la biblioteca, buscaba un libro sobre la asignatura e intentaba memorizar todo lo que pudiese, con la esperanza de que me preguntasen algo recién leído.

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Un anciano de veinte años, compañero de clase, juzgaba mi vida anárquica y me sermoneaba con condescendencia sobre el método y la constancia, pronosticando un suspenso. A punto de llegar la hora del examen, yo arrancaba un par de hojas del libro y me las guardaba en un bolsillo. Quizá pudiese memorizar algún dato más antes de entrar en el aula o me sirviesen para copiar, pero el empollón de la biblioteca amenazaba con delatarme si no devolvía las hojas inmediatamente al libro. Yo le decía que no tenía tiempo para discutir con él. La situación acababa volviéndose muy tensa. Se trataba de mi supervivencia académica o la mandíbula de ese tipo. Una de las dos iba a salir mal parada. Y en ese momento me desperté.

Semejante nerviosismo por suspender un examen es algo que me resulta extraño. Nunca me he sentido responsable de ser una pizca irresponsable. En la vida real, me habría ido al bar y ya aprobaría más adelante. Pero lo que más me sorprendió del sueño no fue esa reacción —que no me explico—, sino el realismo de la vivencia. Allí estaban mis amigos, con el aspecto que tenían entonces, hace dos décadas. Recorríamos las mismas calles, los mismos bares, convertidos hoy en tiendas de souvenirs para peregrinos. El vestíbulo de la facultad, en la que hacía tiempo que no pensaba, se correspondía perfectamente con el de aquellos años. Y lo mismo ocurría con la biblioteca. Todo estaba igual.

Me gustó esa sensación. Había cierto poso de felicidad en los recuerdos de ese sueño, nada más levantarme, ya que no visualizo con nitidez ese período de mi vida desde hace años. No porque yo no lo desee, sino porque tiendo a olvidar los detalles de cada etapa anterior cada vez que se produce un cambio drástico en las variables esenciales de mi mundo. Me ocurrió cuando me fui a vivir a Santiago para estudiar en la universidad. Y cuando me mudé con mi pareja a nuestro piso, años después. Volvió a suceder con el nacimiento de nuestra primera hija. Y ha sucedido de nuevo al nacer la segunda.

De repente, cuando el universo a mi alrededor parece armarse sobre nuevos cimientos, tengo la impresión de que lo antiguo se difumina y la nueva realidad se superpone al pasado. Miro hacia atrás desde este nuevo rincón y la perspectiva actual lo ocupa todo. Como si mis circunstancias siempre hubiesen sido las mismas. Me olvido, por ejemplo, de cómo eran las cosas antes de nacer mi primera hija. Por defecto, su presencia rellena los huecos. Ella siempre ha estado ahí. Y también la segunda o mi vida en este piso. Con anterioridad a esos puntos de inflexión, cada experiencia concreta pertenece a un universo paralelo y aquello que le ocurría a ese otro Manuel forma parte de la vida de otra persona, que no soy yo, pero lo soy.

Supongo que, observándolo todo desde arriba, he sido a la vez varias versiones de mi mismo, coexistiendo en alguna parte de forma transversal. Hace unos días, revisando los archivos de un móvil antiguo, repasaba algunas fotos de nosotros cuando sólo éramos dos, recién mudados al piso, y me dio la sensación de que esa era otra gente. No éramos ella y yo. Eso les sucedió a otras personas. Residimos en ese mismo lugar, pero nosotros convivimos con dos niñas, nuestra coyuntura es distinta, nuestra vida es otra. Es como si no terminase de reconocerme allí, tan lejos, tan ajeno a mi mundo. Hasta el punto de perder el enfoque con el que contemplaba la realidad entonces. Como si yo existiese desde que soy como soy ahora. No antes.

Siempre digo que no echo de menos otras etapas de mi pasado, pero se debe a que no las siento del todo propias. Ese era otro Manuel. Me pregunto cuál será el próximo viraje determinante en mi vida. El que me convierta en otra persona. Quizá un nuevo rumbo. Puede que un cambio de aires… Tal vez, dentro de unos años, bajo circunstancias diferentes, me despierte un día y, gracias a un sueño extraño, recuerde con nitidez esta época de mi existencia. Escribiendo el libro que ahora escribo, llevando a las niñas al colegio, compartiendo buenos momentos con amigos en la plaza que acostumbro a frecuentar. Será bonito asomarse por un ventanuco a este otro universo paralelo que, a día de hoy, es el mío. Y que ignoro cuándo volverá a cambiar.

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