Blog | Balas de fogueo

Aconteceres playeros

LA VISITA a la playa es poco menos que un requisito elemental para que la sensación de veraneo deje de ser tal y se transforme en certeza. Claro que no todos los seres humanos sienten esa llamada ancestral que anima a superar todos los obstáculos que se interponen entre pensar en la arena y las olas y la arena y las olas de la realidad. No todo el mundo se haya cautivo de esos pensamientos estivales que finalizan en chapuzón (o huyendo del agua).

Un consejero delegado, por ejemplo, rara vez se deja ver en un arenal por mucho que atosigue el calor, ya que en ese ámbito un consejero delegado no es más que un tipo con un bañador y seguramente pasado de moda (el bañador también). Tiene mayor poder democratizador una playa que el voto universal, libre, directo y secreto. En una playa el continente lo define a uno de modo eficaz y cruel, no da tregua y pasa factura a los lípidos, a las copichuelas y a la mala vida en general. A la edad no, porque no somos idiotas (salvo excepciones) y la edad se respeta e incluso se admira el proceso de resistirse a la decrepitud a la orilla del mar.

A la orilla del mar se contemplan espectaculares versiones de la clase media, como aquella que se atrinchera en un lugar privilegiado con sillas con ruedas, un par de tremendas sombrillas que pasarían por toldos, una nevera de notables dimensiones, toallas descomunales y un artilugio de plástico de esos que amparan contra el aire... cuando pasas por allí te entran ganas de mostrar el pasaporte.

La arena es un territorio de risas y voces, una algarabía de generaciones mezcladas y compartiendo la luz y sobre todo el calor, que algunos desafían entregándose a él sin reparos, boca arriba o boca abajo, dejándose cocinar a fuego lento para conseguir ese envidiado tono de piel que se desvanecerá en un par de meses.

Una estrella imprescindible es la crema solar, envasada con números que prometen alejar el cáncer de piel con distintos grados de eficacia. Embadurnarse con dicho producto hasta que una gota del mismo te roza uno de los ojos y se desata un picor imposible de reducir, es otro de los peajes más populares de la casuística veraniega en su versión de litoral.

Las siestas en la playa son otro clásico. Un destino insoslayable a cierta edad, cuando tras una comida, por sencilla que sea, uno se tumba y el arrullo del mar pone en marcha su mágico hechizo. No me retractaré ante quien argumente que cualquier hechizo es mágico. Se trata de una siesta normalmente plácida, aunque suele dejar la boca pastosa, una sed del demonio y la sensación de que usted no había venido hasta aquí para esto. Y en ese punto se pregunta para qué es que había venido, exactamente.

La sombrilla que rueda es otro asunto cuya reiteración suele generar controversia, especialmente si golpea al mismo vecino de toalla. Hay gente que parece haber realizado un cursillo avalado por las fuerzas especiales de un país especialmente belicoso sobre como enterrar eficazmente una sombrilla, mientras que otros parecen quejar dejar pocas dudas sobre su incompetencia. En estos casos casi siempre termina plegado ese artefacto convertido en ariete del demonio, pese a que su destino natural es mecerse bajo la brisa (si la hubiere) en compañía de sus semejantes, componiendo una sinfonía de colores que viste los arenales con su alegre melodía visual. Usted puede ser igual de hortera escribiendo, es cuestión de práctica.

Ahora quisiera denunciar, aunque sea de pasada, pues no deseo ensuciar con denuestos e improperios estas líneas, esa costumbre de algunos varones que les lleva a arremangarse los laterales de sus bermudas, no se sabe si por enseñar un poco más de muslo, por ofrecimiento a una deidad arcaica y gilipollas o porque no saben estarse quietos. Cómprate un tanga, pero no hagas el chorras.

En cuanto a los deportistas amateurs que ocupan la orilla entregados a su deporte favorito, totalmente ajenos a la ciudadanía que les rodea...uff, voy a meter la cabeza debajo del grifo y vuelvo ahora.

En fin, con sus luces y sus sombras, el territorio playero constituye un microcosmos variopinto y divertido, comunitario y sencillo, plenamente vinculado al relax y al ocio y todo en un ambiente natural patrocinado por los gobiernos locales de los concellos donde se asienten, es decir, por nosotros mismos en última instancia. Disfrutemos de la playa y que nos dure.

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