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Soñador profesional

EN UN mundo ideal, que es lo que debería ser el mundo, en lugar de este simulacro que nos estamos además cargando entre todos (especialmente quienes más tajada han sacado del mismo), yo sería soñador profesional. Si a usted le resulta difícil imaginar la posibilidad de remunerar a los soñadores, usted no vale para soñador. No pasa nada, con tal de que no termine en el sector de idiotas profesionales, que también los habría en mi mundo ideal. Más que nada por mantener alguna semejanza con el mundo conocido.

Ojo, no estamos hablando de hacerse rico soñando, más bien lo contrario, hablamos de empobrecerse dignamente. Una cosa entre el mileurismo y la indigencia, que son ámbitos colindantes, al ritmo que va esto. Y ámbitos cada vez más poblados, por desgracia. Es lo que tiene la consolidación del capitalismo y, sobre todo, su enamoramiento sin paliativos del neoliberalismo más cerril. Y cuando le expliquen que así se genera riqueza, no sea imbécil, se refiere a la riqueza que va a parar al bolsillo de unos cuantos: esos que se lucraron durante el desmoronamiento del 2008. Esto ha sido tanto lo que se conoce con el nombre de digresión como una mala digestión de la sopa vital que nos están dando de desayuno, merienda y cena.

Otras cosas que sucederían en ese mundo ideal serían, por ejemplo, que los portaaviones solo transportarían buenas noticias, por lo que habría que llamarlos de otra forma, pero esto lo dejamos pendiente. Y se recuperarían el sifón y las estufas catalíticas, en homenaje a un tiempo donde no había ni un duro tampoco, pero a la gente no le importaba tanto. O así lo recuerda uno, como si hubiesen fumigado el barrio con el virus del conformismo o simplemente incorporado una vacuna contra la codicia. La codicia es el nudo gordiano del capitalismo y el capitalismo es la auténtica vergüenza de la humanidad porque nos retrata como especie fracasada (él, que tanto reniega del fracaso). Fracasar es bueno, siempre que no se transforme en vicio. Fracasar de vez en cuando es terapéutico y pone a prueba la autoestima, aunque lo que más pone a prueba la autoestima es, otra vez, el capitalismo.

También habría en el mundo ideal escuelas para soñar con un mínimo de dignidad: sueño autónomos y autogestionados y autosugeridos, no un trasunto de lo que llaman realidad, un coladero de la propaganda y la necedad creada. La necedad es una epidemia que ultimamente eleva al rango de preboste a cualquier imbécil que le caiga bien a los votantes. Por eso uno se postula a favor de la existencia de idiotas profesionales, para que no salgan tantos espontáneos a llevárselo crudo. No sé si es crudo o calentito, me parece fatal en cualquiera de los casos. En el primer caso suena a refinería y en el segundo a taza humeante.

En el mundo ideal los artículos de prensa harían felices a todo el mundo, comenzando por la prensa. La gente los leería para transformarse en mejores personas y las mejores personas terminarían escribiendo artículos de prensa, con lo que la sociedad entera iría mutando a una comunidad humana cada vez más ideal y así sucesivamente hasta que la cosa reventase, porque estas cosas tienden a reventar tarde o temprano y de nuevo vuelta a comenzar desde cero.

Siguiendo con el tema del párrafo anterior: en el mundo ideal surgido de mi imaginación, estaría bien visto tomarse una pausa en medio de las columnas. O al principio, o al final. Un espacio para no decir nada, o para seguir diciendo nada, pero que no supusiese una merma en la miserable concepción que los autores de columnas suelen tener de sí mismos (o en la excepcional consideración propia, que se dan ambos extremos, no pregunte por qué. O pregunte, total desconozco la respuesta). Una especie de tierra de nadie (seguimos con la pausa de gracia) que tampoco indujese al lector a sospechar que está delante del texto de un idiota.

Lo mejor que tienen los mundos ideales es que no pasa nada si al final resultan un fracaso y se frustan las expectativas que han generado. O sea, igual que los fracasos electorales de los partidos políticos: siempre resulta que hay algo de lo que se puede sacar pecho y salen en las ruedas de prensa afeitándose hacia arriba con total descaro. Pues los mundos ideales, igual. Total, son un fin en sí mismos y se les puede finiquitar simplemente dejando de soñar.

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