Blog |

Dispersión mental permanente

FELICIANO YA lo tenía claro en aquella jornada de coaching en la que teníamos que definir con una sola palabra a cada uno de nuestros compañeros de empresa. "Dispersa" fue su conclusión al llegar mi turno, y en verdad resultó el adjetivo más acertado de todos los que me brindaron mis colegas aquel día, y es que para ser sinceros, el estado normal de mi mente podría definirse como disperso sin lugar a dudas. Recordé estos días una vez más la genialidad de Feliciano quince años atrás, pues sigo sin conseguir centrar mi mente. 

Hace cinco años visité por primera vez a mi ginecólogo actual, un señor de ojos azules, alto y guapo. Me hizo un breve cuestionario en nuestra primera cita (para conocernos un poco supongo, dadas las circunstancias en las que nos íbamos a situar ambos) y contesté tranquilamente a cada cuestión hasta que llegaron las preguntas referentes a mis hijos. Me preguntó si había tenido un parto natural o por cesárea. Tengo dos hijos, por eso rápidamente le confirmé que me habían practicado dos vasectomías. Sin más, absolutamente convencida. Mi recién estrenado médico me corrigió imperturbable, confirmándome que lo que me hicieron en realidad fue una episiotomía, pues por lo visto carezco de pene para poder realizarme tal operación. En fin, un lapsus lo tiene cualquiera.

El caso es que este miércoles regresé para realizar una nueva consulta a mi ginecólogo tras cinco años abochornada por aquel despiste, y de nuevo y muy a mi pesar, empezó con su formulario maldito. Esta vez, ya desde la primera pregunta, quise dejar patente mi calidad humana y mi astuto cerebro concentrándome al máximo para que no me pillase desprevenida. Pero resultó que de nuevo y sin querer, renuncié yo solita a mi más que discutible inteligencia.

¿Cuántos años tienes? Preguntó directamente y a degüello. Con una calma tensa que sólo yo podía disimular ante mi despiste de antaño e intentando aparentar serenidad contesté ávida (pues esa sí que me la sabía): "Treinta y tres. Bueno, el próximo mes de noviembre cumplo treinta y cuatro".

Inmediatamente pude recordar la cara de estupor de años atrás cuando le solté lo de la vasectomía, ya que mi ginecólogo, ese hombre hecho y derecho que habrá visto de todo y muchas más cosas de las que seguro muchos de nosotros veremos en nuestras vidas (es más, es probable que algunas de ellas le hubiera gustado no tener que haberlas visto nunca) volvía a tener el mismo semblante de estupefacción ante una respuesta tan sencilla como era la de confirmarle mi edad.

Pude notar cómo sus ojos azules se agrandaban imparables, y esta vez su cara de sorpresa la disimulaba vagamente. Tras unos segundos esperando mi reacción, más calmado e intentado ser amable, me espeta: "María, vamos a ver ¿en qué fecha naciste?".

Ese momento tan evidente para cualquiera en el que todas las señales dejan patente que sucede algo raro, mi cerebro lo interpreta como un acto de vagancia por parte del doctor al no querer comprobar mi historial previamente, por lo que, reconozco que algo molesta, le confirmo que nací el 17 de noviembre de 1974.

El doctor Portela, con semblante más relajado pues da por perdida toda esperanza, muy sutilmente me responde: "Hombre María, a mí que te saques uno o dos años no me importa, pero que te saques diez, me parece exagerado". Y sin más dilación dio por terminado el cuestionario conocedor de mi incapacidad resolutiva y me pidió que me tumbase en el potro pues me iba a introducir el Diu por la vagina. Así de directo y sin más, supongo que para que ya no hubiese más malos entendidos. Menos mal que ya me ha confirmado que pronto tendré la menopausia y no tendré que volver tan a menudo, pues eso de quedar como una inútil aunque sea cada cinco años, me da mucho apuro. Eso sí, me hubiese gustado explicarle que lo normal es estar disperso en determinadas ocasiones, pero que a mí ya hace años me "diagnosticaron" dispersión mental permanente.

Comentarios