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Leopoldo Novoa

Leopoldo Novoa en 2010. GONZALO GARCÍA
photo_camera Leopoldo Novoa en 2010. GONZALO GARCÍA

Él me enseñó uno de los lemas que siempre me acompañan, para comprobar si las personas que nos rodean valen la pena o no. "Ponte ahí, donde no jodas" es la premisa que mueve mi mundo y hace parte de cada una de mis relaciones. Y es que, como anunciaba Leopoldo, hoy en día con que no nos jodan, nos basta.

Corría el año 2005 cuando mi hermana Ana estuvo trabajando en el taller de Leopoldo en Armenteira, para que le revelase alguna técnica de pintura que él utilizaba. Ana le confesó que mezclaba en una baticao las cenizas que iba a utilizar en los cuadros y que utilizaba un secador de pelo para que la pintura se secase más rápido. Al preguntarle cómo lo hacía él, Leopoldo, con una sonrisa pícara, le confesó que los grandes artistas hacían lo mismo, pero con herramientas más profesionales. Que usaba un taladro con una broca mezcladora para unir los diferentes materiales con más rapidez y un secador industrial para acelerar el proceso.

Uno de los mejores consejos que le dio a Ana para inspirarse fue "Trabaja mucho sobre lo mismo, y lee a Onetti". Y día tras día, durante un verano, Ana pudo admirar la delicadeza con la que Leopoldo trabajaba en aquel inmenso taller repleto de herramientas y botes de diferentes colores y cenizas.

Al llegar al estudio, uno de esos días en los que a Leopoldo le empezaba a pesar la vida (con cataratas, una cadera que apenas le dejaba moverse y con el irremediable desgaste de los años) Susana le había anunciado a Ana que el viejo no había tenido un buen día y que estaba de mal humor. Vamos, que tuviese paciencia.

Ana, acostumbrada a que cuando llegaba al taller, Leopoldo la saludaba cariñosamente con un "Ya entró la alegría en casa" aquel fatídico día, disciplinada y serena, le preguntó: -Maestro ¿qué hago hoy? -Ponerte ahí, donde no jodas. Respondió.

El cabreo le duró poco más de media hora y la velada terminó como de costumbre, entre risas, con las manos llenas de pintura y la serena mirada de Leopoldo y Samuel, su eterno colaborador, observando los progresos de Ana.

Y desde entonces esta premisa es la que me acompaña en todas mis conclusiones. En esta vida, la gente que te rodea y los que te acompañan deben estar allí, en ese sitio discreto y sutil en donde no molesten, que es lo mínimo que uno puede exigir a la vida.

Nació en Salcedo (Pontevedra) en 1919, en el Sanatorio Marescot. De padre uruguayo y madre gallega, en el 38 emigró a Uruguay ya que a su padre, diplomático de carrera, lo destinaron allí. Pasó en Montevideo su juventud y conoció a Joaquín Torres García, pintor, escritor, escultor y padre del universalismo constructivo.

Entre sus amistades figuran, el Premio Miguel de Cervantes de 1980 y del Gran Premio Nacional de Literatura de Uruguay, Juan Carlos Onetti; el periodista y político Julio María Sanguinetti y su esposa, la Primera Dama de Uruguay, Marta Canelas; la poetisa, historiadora y profesora Juana de Ibarbourou; el escultor y poeta Jorge de Oteiza; el pintor ítalo argentino Lucio Fontana o el dibujante Luis Seoane. Hasta el propio Julio Cortázar escribió un relato sobre su obra.

En 1974 hizo su primera exposición en la galería Edouard Loeb, una vez superado el trauma de que apenas dos años antes, en 1972, ardió su casa de París en la que había más de 2.000 obras dentro. Todas ellas reducidas a cenizas, material que lo acompañará en su obra hasta el final.

Susana siempre cuenta que de aquella experiencia traumática le alivió comprobar que su marido sí se había salvado. Leopoldo le preguntó a Susana poco después "¿Porqué lloras? Yo debería estar llorando. Pero había mucha obra que merecía ser quemada". Y es que la retranca gallega no se hace, nace de uno.

En el año 73 conoció a Susana en París y la invitó a conocer Galicia. Susana se enamoró, como Leopoldo, de Pontevedra y de las Rías Baixas y al año siguiente comenzaron a venir.

También encontró muchos amigos en la zona, como el arquitecto Celestino García Braña y su mujer Isabel. Celestino fue quien realizó parte de la reforma de la casa de Armenteira y estaban diseñando las escaleras que había entre el sagonzalo garcía lón y el dormitorio. Mientras discutían sobre el desnivel que había que darle y confirmando ambos que querían unos peldaños bonitos con la inclinación perfecta, el obrero les espetó "A min non me pregunten, que sodes vós os que traballan coa estética", consciente de que se encontraba con dos artistas exigentes.

Antonio Biempica y Sita también pudieron disfrutar de la amistad de Leopoldo y Susana durante media vida, pues para él eran su familia. Aparecía cada verano para ver la final de Roland Garros y a degustar un plato de huevos fritos con chorizo que él mismo traía, pues decía que eran caseros y los mejores del mundo. Mi madre, en una de aquellas eternas finales, quería que ganase Peter Sampras, que jugaba contra el chileno Marcelo Riós. Leopoldo sentenciaba "Sita, para qué quieres que gane Estados Unidos este partido si les va a dar igual, y cuando gana un chileno, un uruguayo o un argentino, es fiesta nacional". Y con toda la razón.

O el rector de la Universidad de Vigo, Luis Rodríguez Ennes y Luisa, sus vecinos de Armenteira. Carlos Valle, el antiguo director del Museo de Pontevedra y su mujer Lourdes, quienes compartían el amor por el arte. O el notario Alfonso Zulueta y su mujer, amigos de Vilagarcía desde que llegaron. Todos ellos, junto a su querida familia de Raxó, la familia Novoa, conformaban su mundo gallego.

Su obra es inolvidable y está en muchos rincones de nuestra ciudad gracias a su generosidad y genialidad. Cada Navidad recibíamos una postal, una obra de arte. Y cada cuadro suyo, cada mural o cada felicitación navideña nos recuerda al genio, al artista y al amigo que siempre estuvo ahí, donde no jodía.

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