Blog |

Del pensamiento divergente y otras reflexiones

TIENE QUE ser extremadamente jodido ser hombre hoy en día. Y para nada pretendo ser irónica, al contrario. Soy muy consciente de las connotaciones que pueden acarrear mis palabras o hasta dónde puede llegar una simple consideración como ésta, en estos tiempos en los que parece que el rechazo a tantos hombres se presume un signo de progreso. Y es que a duras penas puedo entender en qué momento pasamos del amor al odio y del respeto al rechazo atendiendo a nuestro único razonamiento, pues por lo visto se presupone como una verdad absoluta.

Y es que es tan fácil posicionarse. Es tan fácil opinar, acusar, ofender, enmarañar. Y lo que es más importante, también es tan fácil equivocarse…

Cada vez que utilizamos nuestras voces en pro de la igualdad, de la convivencia y del respeto en nuestros argumentos hacia el género opuesto se crea un acto reflejo de consideración, tolerancia y empatía que debería prevalecer y seguramente sería más beneficioso que los generados últimamente por ciertos sectores de la sociedad que enarbolan el desprecio y la negación a cualquier presunción de inocencia o mínimo acto de defensa hacia algunos hombres. Y es que la igualdad se aprende, estoy convencida.

Es cierto que fuimos, somos y desgraciadamente seguiremos siendo potencialmente discriminadas en casi todos los ámbitos (social, laboral y económico, para empezar) por el simple hecho de nacer mujeres. Pero esta revolución debe tener su verdadero germen en el mismo respeto que nosotras exigimos, no vilipendiando la figura del hombre sólo por lo que es o por cómo ha nacido, como han hecho con nosotras. Pues nos convertiríamos en la misma figura que hoy en día rechazamos.

Y es que la volubilidad de nuestra personalidad es tan cierta y tan inherente a nuestro ser, como lo es el color de nuestro iris. Y un hombre, al igual que una mujer, se puede equivocar o confundir. Yo misma hay días que me levanto feminista, pero hay otros muchos que presumo de no serlo. Yo un día creí en dios, aunque cada día me acuesto sin creer en su existencia. Muchas veces me creí la mejor madre del mundo, aunque muchos otros me pregunto cómo lo pude creer. Y algunos días amo, pero otros reniego del amor.

Y aunque nunca he dudado de que hay que actuar rigurosamente contra el acoso, la manipulación o la humillación, no apoyo la necesidad de tener que ser radical ante un piropo, un acto de cortesía o posibles proposiciones en las que un simple no, llegan. Tampoco apoyo el dictar sentencias virtuales a la ligera. Y aunque nos hallamos ante múltiples casos de impotencia ante tantas y tantas cadenas de denuncias por hechos sin duda delictivos, las cuales apoyo y defiendo, eso no es excusa para generalizar y tratar a determinados hombres dentro de esa misma categoría.

Es probable que en algunas ocasiones tengamos que adoptar pensamientos divergentes, es decir, podemos ostentar diferentes puntos de vista. La divergencia es sinónimo de discrepancia, desacuerdo, disconformidad, diferencia. Debemos crear procesos de pensamiento que generen ideas diferentes y creativas ante la solución de un problema. Y son estas posibles soluciones en las que nosotras debemos centrarnos, no sólo acusando, ninguneando o ridiculizando a cualquiera que no opine como nosotras. Explorar estrategias efectivas para mejorar el pensamiento divergente cuando se esté en un estado de ánimo negativo (de repente cualquier acto de posible machismo se transforma en acoso), para así no centrarnos en la calidad de las ideas (de repente muchos hombres son malos) sino para poder generar más ideas y otras soluciones creativas, entendiendo que no todos los micro machismos son acoso y que no todos los hombres son iguales.

Sólo intento aportar una triste reflexión, y es que como en todas las cazas de brujas (en este momento, de brujos) tendremos que ser más consideradas que nunca para conseguir no quemar inocentes. Ese será nuestro éxito.

Comentarios