Blog | El portalón

Agosto

El problema del verano es este mes; concretamente, trabajar este mes 

Agosto.MARUXAMe está pasando con el verano lo mismo que pasa con los amores: lo que te entusiasma al principio es lo que te saca de quicio después. Empiezas a salir con alguien y das muchísimo la paliza a tus amigos con lo activo que es, la cantidad de cosas que hace, los doscientos planes que te propone. Lo pones en los altares por no ser un tremendo muermo que nunca sabe qué hacer y que espera que los demás sean sus animadores socioculturales, hasta que les empiezan a rodar los ojos a blanco cada vez que lo mencionas y entiendes, al fin, que tienes que callarte un poquito. Pasado un tiempo retomas la misma actividad, con idéntica dedicación, pero esta vez para quejarte de que es demasiado frenético, que no se puede ser tan dinámico en esta vida, que ojalá te dejara un poco tranquila con tanto plan y tanta propuesta, que se vaya él a vivir experiencias, a subir montes y a hacer catas de vinos y a ver aquella iglesia pequeñita de la que todo el mundo habla maravillas, mientras tú te quedas un rato en la absoluta inacción, que es lo que te pide el cuerpo. 

Por eso, porque yo me pongo alerta con todas las cosas que me interesan de alguien para predecir qué será lo que acabe disgustándome (qué vida preventiva es esta), al verano hace ya tiempo que le veo las costuras. 

El problema del verano, mira tú por dónde, es agosto. Agosto, mal. Agosto, un lío. Agosto no vale. A agosto no juego. No juego a gusto a agosto. Perdón, me centro. Agosto traía, hace unos años, cierta cancelación de la realidad, casi todo parecía mentira, suponía (disculpas adelantadas por este espanto que voy a escribir) una nueva normalidad, la vieja nueva normalidad de cada año. Donde vivo las calles estaban hirvientes y vacías y cuando al doblar una esquina te encontrabas con alguien casi te daban ganas de darle el pésame. También tú por aquí. 

La vida cotidiana era complejísima y permanentemente pospuesta para mejores tiempos. En agosto nadie cogía el teléfono y los periodistas éramos acusados de crear serpientes de verano. No, éramos acusados pasado agosto, sobre agosto. En agosto no había acusadores porque todos estaban refunfuñando en otros lares. En agosto, cierto es, empezabas a pensar enfoques abanicándote con frenesí, no fuera a ser que pudieras mirar "con ojos frescos" el mismo reportaje de siempre. No podías. Quizás todo era "cuestión de perspectiva". No lo era. Pero cómo lo intentabas. La redacción ‘creativa’ que se hacía en agosto era una clase de refresco para todo el año, un curso de verano de Santander en sí mismo, un esfuerzo colectivo de cuatro gatos. 

Los domingos de agosto, lo más agosteño de todo agosto, eran dolorosos en su vacío. Cruzabas una ciudad fantasma para escribir un periódico de lunes con la firme convicción de que no se leería, que pasaría de la rotativa a rodear la merluza de Celeiro sin mano alguna que lo desplegase, sin dedo humedecido que lo impregnase en sus esquinas, sin dobleces estratégicas para leer de cerca lo que interesa. Era un escribir por escribir, para no perder el ritmo y que te pillara septiembre rodado. 

Ahora, y no doy crédito, pasan cosas, suceden sucesos, se hacen acciones. No lo vi venir. Los jefes de prensa mandan notas y te reclaman que no se las publicas, suenan los teléfonos y, cuando eres tú quien llama, a menudo se oye de fondo el clásico zumbido de oficina y no los gritos felices de los niños que chapotean en playas en las que tú no estás, como antes. Cruzas la ciudad, con las terrazas a rebosar y cañas pedidas a gritos con todos los acentos del castellano. Agosto es un dedo haciendo el gesto de rodillo, el de 'despues de esta ronda, otra', que la noche no pare. Es echar de menos la excepcionalidad, el parón, el retorcido virtuosismo de creerte que eras la única trabajando y de estrujarte los sesos para hacer algo con esa ligera materia de los días, ahora tan pesada como siempre.