Blog | El portalón

Ansia de cítricos

En este espantoso momento de transición me consuela comprar akanes y reciclar titulares

SE HAN hecho muchas bromas, mucho jijí jajá, mucho señalamiento en esta redacción que habito con un titular que hice una vez para la página de Mercado, en una noticia sobre la llegada de naranjas y mandarinas a las fruterías.

mandarina. LXNo soy de las que cree que la base de toda crítica es la envidia. Encuentro esa explicación un poco pueril, un consuelo absurdo que no debiera satisfacer a nadie, ni al que lo da ni al que lo recibe. Pero este no es el caso, ahí sí que hubo envidia cochina por un titular redondo y evocador que sigue resonando entre nosotros: ‘Ansia de cítricos’. Qué arte tengo, puntualmente. Una chispa, una cosa, canela en rama. Qué poco dura.

Está feo que yo lo diga (supongo) pero quién si no (nadie). ‘Ansia de cítricos’ encapsula de maravilla un momento del año en el que no queda fruta de hueso y ya han llegado las mandarinas pero están ácidas, enanas y carísimas. Es un momento de desconsuelo, de estación moribunda, de tirar la toalla. Ya no se romantiza el invierno, se asume. En las etapas del duelo, ese momento es cuando entras en la aceptación. Dejas de imaginarte deliciosas estampitas invernales del tipo ‘tú mirando por la ventana, agarrada a una taza de café caliente’, ‘caminando saltarina con una bufanda esponjosa y larguísima que te roza los tobillos’, ‘entrando en una cafetería con las mejillas arreboladas después de comprar cinco libros’. Qué peliculones te montas, Maripili. En ese momento el paisaje se empieza a poner aburrido para echar tanto rato en la ventana, recuerdas que Isadora Duncan murió por la moda de los largos pañuelos al cuello y sigues sin entrar en el interior de los bares como concienciada covídica que eres.

Me acuerdo ahora porque creo que estamos en el exacto contrario del momento ‘Ansia de cítricos’, tan absurdo como aquel. Nos veo agarrándonos como locos a estos estertores del verano, dejando la marca de las uñas en todo: en las terrazas soleadas, la arena de la playa, el café con hielo, las escapaditas, los albaricoques.

Como si las fruterías supieran de mis cavilaciones el otro día me encuentro en los estantes las manzanas Akane, flor de mi vida, delicia rojiverde, variedad favoritísima que como a puñados en el mes y medio que dura. Aún adorándola me dio mucha rabia verla ahí tan pronto porque me sacó de este espejismo veraniego y me puso delante lo que hay. Lo sabe El Corte Inglés, lo sabe el conselleiro de Educación y lo saben las revistas de tendencias buscando como locas una palabra de algún idioma escandinavo que signifique ‘quédate a cubierto bien a gustito’: se avecina el otoño. Han tenido que venir las puñeteras manzanitas a recordármelo porque siempre es lo terrenal lo que me pone en mi sitio y la única verdad, lo tangible.

Somos duros de mollera, cabezones, resistentes al cambio. Vivimos simultáneamente con el corazón en un futuro que no existe, y anclados en este momento, que ya pasó, este otro que también pasó, y este y este. Las transiciones son un jaleo. Ya hace días que solo voy a las historias de la campiña inglesa, donde todo el mundo va vestido de tweed y continuamente se están avivando fuegos y pisando alfombras, incapaz de leer o ver nada que transcurra en el Mediterráneo. Solo en lo más crudo del invierno me consuela saber que siempre es verano en algún sitio, ahora me da una rabia tremenda.

Al mismo tiempo solo calzo sandalias y si por error abro el cajón de los jerséis lo cierro rápido no vayan a saltar ellos solos y pegarse a mi torso mágicamente. Ignoro evidencias como si no fueran conmigo, pero lleno el frutero de paraguayos y akanes a partes iguales y pienso que lo único bueno que tiene este momento de convivencia multiestacional, de un pie en la orilla y otro aún en el barco, es que me da la posibilidad de volver a usar aquel titular tan apañado. Cuántas veces se puede reciclar un titular así.