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El efecto Diderot

Sigue en plena forma en el siglo XXI y no solo con los objetos

A Diderot le pasó lo que nos pasa a todos, pero mucho antes y con más acierto para contarlo. Le hicieron la tremenda jugarreta de regalarle una bata lujosa, una bata en condiciones, una bata que cuando la llevas puesta no puedes parar de acariciarte los brazos, como en los anuncios de suavizante. Como si existiera el suavizante en el siglo XVIII.

mxSe la puso y todo empezó a palidecer. Aquello que le había parecido bien, o al menos suficiente, ya no bastaba. Cambió de escritorio para que estuviera a la altura de la bata, cambió de cortinas, de grabados, de alfombra… redecoró su apartamento entero por culpa de la puñetera bata, que le movió el estándar mínimo irremediablemente. Para dar cuenta de esa alocada pulsión por comprar escribió ‘Lamentos por separarme de mi vieja bata’ y dos siglos después un antropólogo empezó a utilizar su apellido para designar al fenómeno de espiral de consumo en el que entras cuando un bien nuevo no está alineado con los que ya tienes; es decir, cuando detrás de una compra concreta viene el pack completo.

El efecto Diderot puede iniciarse por lo que sea, una cosa minúscula. Te regalan unos calcetines de cashmere y empiezas a pensar si no se merecen pasar sus días dentro de unos zapatos bien caros. El enciclopedista francés —tipo listísimo y mina de ingenio que también nos legó la expresión ‘espíritu de la escalera’ para designar al fenómeno de dar con la réplica perfecta demasiado tarde— lo dejó bien claro con su bata. También resulta evidente que esto lleva pasando desde que se inventó el consumismo. Mi teoría es que en este siglo XXI de nuestro señor pasa más que nunca, que una compra nos precipita a otra y luego a otra y a otra, y que no nos pasa solo con los objetos sino con la vida entera.

El efecto Diderot se desencadena también con un mal de nuestro tiempo: la optimización de uno mismo. El sistema capitalista es retorcidísimo y de una eficacia milimétrica, convenciéndonos de que nunca hemos mejorado lo suficiente, siempre hay algo más que hacer y unos euros más que gastar. Serás más sano y feliz cuando adelgaces; cuando adelgaces y aún no lo seas, o no demasiado, caerás en la cuenta de que serás feliz cuando medites, cuando hagas cien sentadillas cada mañana y cada noche, cuando te hagas vegana, cuando ahorres tiempo cocinando para toda la semana el domingo por la tarde, cuando te eches un novio a la altura de tu tipazo vegano, mindfulness, culiduro y que empieza la semana armado con una nevera llena de tuppers.

A todos, a las mujeres más, se nos pide que tengamos nuestros bienes alineaditos, coordinados y a la altura unos de otros. Su valor depende del conjunto y conseguir uno o dos no es suficiente, siempre queda otro y otro y otro, hasta tener un pack irreal, que no aguanta una revisión consciente. Te paras, te sientas y razonas contigo misma.

Tiene razón Despentes, es imposible conocer en la vida real ese ideal de mujer porque no existe, ese que no solo lo tiene que ser todo (seductora, cultivada, estilosa, delgada, eternamente juvenil) sino que además le tiene que salir fácil, sin esfuerzo, sin poderlo evitar. Hay tantísimo trabajo detrás de las apariencias naturales, tantísimo fracaso y tantísimo artificio que esa es de las milongas que más me enervan en este rosario de quejas al que me entrego. A veces parece que me levanto solo para refunfuñar, que es lo que mantiene mi motor en marcha.

Aún no, pero sé que lograré tirar la toalla, dejar de sucumbir al eterno efecto Diderot y de aspirar al pack completo, disfrutando de un único logro, el de aquí y ahora, uno solo.

Me probaré la bata, me acariciaré los brazos y pensaré que el mundo está en paz y no necesito absolutamente nada más.

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