Blog | El portalón

El hogar

Hay palabras que nunca usamos al hablar

Ilustración para el blog de María Piñeiro. MARUXA
photo_camera Ilustración para el blog de María Piñeiro. MARUXA

HAY PALABRAS que salen en los anuncios, en los libros y en las entrevistas de los periódicos, que nos pasan por delante transparentes, pero que nosotros nunca pronunciamos, que no decimos a nuestros amigos ni conocidos, que no usamos en nuestros correos. No las usamos ni en nuestra cabeza, en esas narraciones constantes que hacemos de nuestra vida en las que nos vamos explicando qué pensamos y nos anunciamos qué vamos a hacer. Yo no recuerdo haber vivido nunca sin voz en off que me cuenta a mí misma: "Ahora recojo esto y luego paso a la cocina y no, no puedo preocuparme ahora por lo otro que después no duermo, que esas son cosas para pensar por la mañana; por cierto que mañana hay que ir a lo del gas antes de ir al trabajo y después...". Un río eterno de charla.

Todo esto para hablar de la palabra hogar. Quién la dice. Aparece en los anuncios de ambientadores y de muebles, de inmobiliarias, de comida industrial que se finge casera y en todos los navideños. Aparece en las respuestas de famosos del Hola, de magnates del sector inmobiliario, de hosteleros que nos venden ‘experiencias’. Pero no me dice mi narradora omnisciente nada del hogar, de volver a él, de hacer uno aquí o allí. Sorprendentemente, luego la escribo, valiente, sin miramientos, pejiguerita con los términos que sí uso: casa, piso, apartamento.

De vez en cuando, busco piso nuevo, no sé si hogar. Es una cosa que hago una vez al año, como mucho dos, desde hace varios, para desesperación de todos cuantos participan en el proceso, que se ha probado del todo inútil porque, efectivamente, con este grado de dedicación todavía sigo en el mismo sitio. Este sistema es exactamente opuesto al que me cuenta un amigo que sigue un conocido de la familia, un hombre retirado ya hace años, que dedica su tiempo libre a ver pisos. El mito ese de los jubilados que observan obras se confirma en este caso por el interior: este hombre solo las ve por dentro, ya acabadas. Su método también es fallido porque también él sigue en el mismo lugar. Tan malo es el defecto como el exceso.

Hogar es más que casa o piso y supongo que por eso me chirría su uso, que me suena cursi, como de descripción de vela aromática. Pero esta semana, leo esa palabra usada con naturalidad por una pareja, entrevistada porque, además de tener varios hijos adoptados, acoge de urgencia a niños que necesitan en cuestión de horas un lugar en el que vivir. Es evidente que a esos niños no les puedes ofrecer una casa, sino que lo que les espere necesariamente tiene que ser un hogar, incluir ese plus de vida que hace saltar de una casilla a otra. Para un chaval, a veces un bebé, que debe salir de donde está, que no puede seguir con su familia por falta de seguridad, un hogar es imprescindible. Hogar es una certeza, la de que tienes un sitio al que ir, donde se te espera. Creo que esta pareja usa con precisión esta palabra y que, de no haberlo hecho, de haberla llamado casa, se habría quedado corta.

Porque la lectura de la prensa es así, apesadumbrada y ligera, seria y frívola, paso a la entrevista de otra pareja, Juan Luis Cebrián y Mihaela Mihalcia, que tiene lugar por etapas en tres escenarios: una exposición, un hotel y la casa que le tienen alquilada a Isabel Gemio. Cuenta ella que la agente inmobiliaria le decía que pertenecía a una periodista de la que no le podía dar el nombre y que le replicó que sería para otro periodista del que tampoco podía dar el nombre. A ver quién era más periodista allí.

Estas entrevistas ‘holísticas’, es decir, que tienen en las del Hola su referente más elevado, siempre me aturden un poco y las leo más de una vez. La primera me quedo con el trazo gordo: Cebrián estupefacto porque ella, siendo joven, conociera a Bukowski, como si fuera esa una lectura de madurez, precisamente; quedadas en Suiza; la negativa del exeditor y ahora académico a contestar preguntas sobre su vida privada para hablar ya en la primera de que no esperaba volver a enamorarse, y sobre todo casarse, a estas alturas. En la segunda, escaneo el detalle que en ese momento me ronde, del que me hable la voz en off. En este caso, hogar. No aparece y respiro tranquila porque me resultaría muy confuso encontrarme tal cosa viniendo como vengo de la otra pareja. Podría ser, por supuesto, que uno nunca sabe de dónde le va a saltar el lector ni qué ha estado haciendo hasta ese momento. Desde luego, tienen Cebrián y Miki la certeza de contar con un lugar al que ir, pero ante la página, no parece del todo hogar.

Total, que si saben de un piso con posibilidades de hogar díganmelo. Es para una periodista, pero no puedo decirles el nombre.

Comentarios