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El triangulito

En la vuelta a casa, tan rutinaria, te pueden salir al paso revelaciones divinas

SU PADRE tenía un suave acento peruano, pero él, con su cara redonda de color de un café cortado y sus 6 o 7 años, lo tenía galleguísimo. Iba parloteando con esa urgencia que racanea las respiraciones, como si fuesen una costumbre superflua. Cuando les adelanté, en una calle peatonal vacía, oí su revelación definitiva: "Pues Dios es un triangulito con un solo ojo dentro". Y se calló a ver cómo caía todo aquello.

Y nada. Silencio. Con asombro se colocó la capa de superhéroe que se había hecho con el mandilón. Era viernes y los viernes ya se ponen así. Los lunes se los trata con deferencia. Se llevan puestos bajo el abrigo, como una sotana minúscula con el nombre bordado sobre el corazón, pero cinco días después ya no se les tiene ningún respeto. Parece que no fueran a usarse nunca más, que el fin de semana se presentase eterno cada vez.

Al padre justo le acababa de entrar un whatsapp y miraba la pantalla del teléfono con mucha concentración. Con otra parecida, el hijo le observaba desde la altura de sus caderas, reclamando un comentario sobre ese jarro de agua fría, ese tachán tachán, esa madre del cordero. "¡Papá! ¡Un triangulito!", dijo, pidiendo reacciones. Más sangre corriendo por esas venas y menos horchata, hombre.


Quién no pagaría por la animación callejera de que ocurriesen cosas a su paso, en aquellas aceras que pisa


Que de dónde había sacado eso, le preguntó el padre, autosuficiente, seguro de que las cosas no eran como se estaban contando. Que se lo dijo su amigo Miguel, contestó el niño citando una fuente de probada solvencia, su propio Garganta Profunda. Que le enseñó un dibujo y que era un triangulito con un solo ojo dentro, solo uno. Se recolocó el mandilón, dejando clarito que con eso ya se había explicado.

De esta escena, me gusta todo. Para empezar, la forma en la que el niño dejó caer ese descubrimiento, con el "pues" por delante, con ese aroma a conclusión. Pero no a conclusión de algo que se piensa y se medita y se acaba viendo de tal o cual forma, no. Hablo de la conclusión de tu día, de tu viernes, quizás de tu semana. Es un cierre perfecto, el fin de una película que sabe cómo acabar a lo grande. Haces esto o aquello en el colegio, la profesora dice tal o cual cosa, en el recreo te peleas con tal o cual niño con capa, a tal o cual otro le compran algo que tú también quieres, aprovechas para recordarlo en este paseo-resumen a casa, y Miguel te enseña un dibujo y, pues nada, en fin, que ahora ya sabes cómo es Dios. Resuelta esa inquietud que tenías, ya puedes pasar a otra cosa.

Me gusta aún más imaginar a Miguel y al superhéroe comentando el tema, pasando un rato con eso en esa mañana soleada de viernes. Un tema del orden del día. El tema. Que Miguel se le acerque con un recorte y le ofrezca una verdadera ducha de sabiduría: "Mira, Dios". Imagino los comentarios lacónicos, asumiendo enseguida lo inesperado, esa visión impredecible de la forma geométrica de Dios y su contención oftalmológica. Cómo rapidísimamente se acepta la realidad modesta del triangulito y se sigue con el viernes.

A quién no le gusta volver a casa a comer, en pleno aburrimiento de un viaje tan repetido, y cruzarse con revelaciones divinas. Quién no pagaría por la animación callejera de que ocurriesen cosas a su paso, en aquellas aceras que pisa. No hace falta mucho, apenas unos trozos evocadores de conversaciones que los otros dejan caer como migas. Que no te desvíen del camino, que te aparezcan, que se te crucen y hagan una parte contigo, que la de tu vida sea una película de calidad, en la que incluso los diálogos de los extras tengan su interés.

Con esta pareja de padre e hijo, vino un conveniente semáforo a salvarme de perderme el final. Allí nos paramos los tres y allí el padre empezó a decirle que imposible, que esa era nada más que una forma de dibujarlo, pero que, de ninguna manera, Dios era un triángulo con un ojo dentro. Que lo que hacía esa imagen era simbolizar que Dios lo veía todo, también cuando los niños hacían algo malo a escondidas, todo. Su hijo le miró resignado, cómo explicar su certeza a alguien que se empeña en no admitir la realidad.

-"Ya, pero es que yo lo vi. Es un triangulito", sentenció, cruzando la calle con su capa al viento.

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