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Foto amarilla

La hemeroteca nos trae vidas pasadas y explicaciones para entender el futuro

"TE PUEDO hacer una pregunta?", me dijo entornando los ojos, con el hablar pausado y las mejillas hundidas que dejan la adicción a la heroína.

"Hombre, claro", le contesté como si estuviéramos allí para eso.

Era la primera vez que pisaba una cárcel y no podía parar de pensar cuánto se parecía todo a las películas. Así andamos de referencias los de mi generación, los sitios en los que nunca hemos estado los hemos visto en el cine: ahorra el estremecimiento de lo nuevo porque todo suena pero apenas ayuda porque, duele hasta decirlo, la vida no es una película.

Era un chaval joven, vestido con la parte de arriba de un chándal y la de abajo de otro, una chaqueta acolchada y el pelo agrupado en montoncitos, cruzado de rayas torcidas como alocadas carreteras secundarias. Parecía recién levantado tras una noche pesadillesca.

Que por qué en el periódico a veces poníamos iniciales y otras veces el nombre completo, me preguntó. No llevaba tanto tiempo trabajando y ya había contestado a eso antes. Le expliqué que yo no cubría juicios pero que sí sabía que el nombre solía ponerse cuando ya había sentencia y las iniciales, cuando se detenía a alguien pero aún no había ido a juicio. Había excepciones: no se podía obviar la detención de un alcalde, por ejemplo. De alguien notorio no quedaba más remedio que poner el nombre desde el principio.

La hemeroteca es mi país favorito, lugar de tanto aprendizaje

Se abrió una espita. La cosa estaba yendo justo al revés: yo tenía que estar preguntando y no respondiendo. Estábamos en una sala pequeña y blanca de la cárcel de Monterroso, donde se había puesto en marcha un nuevo taller para los reclusos que bien merecía un reportaje. Qué más daba ya eso, fue acabar de contestar y el cuerpo entero del joven despelujado se acercó diez centímetros en bloque. Arrastró la silla sin agarrarla con las manos, solo con el peso de su reconcentrado interés.

Empezó a hacer preguntas que en realidad eran afirmaciones y, como si tuviera un aliento sobrehumano, de dragón, la habitación se caldeó rápidamente. Todos se quitaron los abrigos y apoyaron codos y antebrazos sobre la mesa, con el torso muy echado hacia adelante. Parecía que les fuera a contar un secreto.

Que si a veces no hacíamos eso, que si a veces poníamos el nombre desde el principio aunque el suceso fuese una tontería, aunque la persona fuese inocente, que si eso justo le había pasado a un amigo suyo, que si qué culpa tenía su amigo, que su amigo no había hecho nada y había tenido que ver su nombre y apellidos en el periódico, que su amigo estaba dolidísimo, también él lo estaba, por su amigo... Se inclinaba, a vueltas con su amigo y yo me desplazaba hacia atrás, balbuceante y solísima.

Como era evidente, el reproche rompió a hervir. Con su aliento en mi cara, medio incorporado, pero con las dos manos todavía pegadas a la mesa, gritó: "¡¡¡¿¿Por qué tiene que salir mi nombre en el periódico porque le muerdo la oreja a otro???!!! ¡¡¡No sé por qué tiene que salir que le arranco la oreja a otro si lo hice por defenderme!!!". Adiós amigo y adiós oreja, por lo visto. El resto de reclusos asentía con indignación solidaria, alguno abriendo la boca ya para contar su propio caso de oprobio a cargo de la prensa local hasta que la monitora llamó a la calma y me salvó de tener que justificar la redacción de los juicios de los 10 años anteriores.

Esa situación (que ahora jijí jajá, pero en su momento me dejó varios días la mirada de dibujo animado japonés, impresionable como era en la veintena) regresa ahora clarísima, como una foto que apenas haya amarilleado en un cajón. La culpa es de la hemeroteca, mi país favorito, lugar de tanto aprendizaje. Con apenas horas de diferencia me encuentro en la de este periódico con el inocente reportaje del taller, sin rastro de amigos vilipendiados, sucesos injustamente descritos ni orejas fuera de su sitio. De todo lo mencionado, solo salen los pelos ingobernables del protagonista en la imagen que lo acompaña. Al poco me cruzo con un suceso ocurrido en Murcia, en 1974, que recoge Javier Ochagavía en su cuenta de Twitter dedicada a las delicias de las noticias pasadas: ‘Le muerde la oreja porque se negó a fumar’, dice el titular. La noticia es la de un hombre "embriagado", que le arranca la oreja a otro despechado porque rechazó el cigarrillo que le ofrecía. Con esos dos interruptores cómo no recordar mi primer paso por la cárcel.

La hemeroteca no solo trae anécdotas. También claves para entender el ahora y conviene visitarla siempre, pero muy especialmente cuando sentimos que no tenemos herramientas para desentrañar qué ocurre ni qué va a ocurrir. Como si enseguida quisiera justificar esta reflexión, me llega un enlace de un artículo del año 1997, qué resaca es esa. Es un perfil de Trump, a punto de divorciarse de su segunda mujer, que funciona como una supernova: explotó hace mucho tiempo pero lo vemos ahora. En el primer párrafo incluye esta cita: "Creo que lo que se me da peor es manejar a la prensa". No digo más.

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