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Gritar boludo

Somos porosos por donde no queremos, no podemos elegir cómo nos perciben
 

Ilustración para el blog de María Piñeiro
photo_camera Ilustración para el blog de María Piñeiro

LE CUENTAN a Pedro Mairal, y yo lo leo en Maniobras de evasión, que los sherpas del Himalaya, de tanto llevar escaladores argentinos, se gritan "boludo" desde lejos. Se lo escucharon mil veces y ahora lo usan. "Es el legado cultural que vamos aportando al mundo", escribe. Que no sabe si será cierto, pero le gusta creer que sí.

Yo creo que lo es porque veo que esos contagios no son nada selectivos. O lo son de una manera inesperada. En el mercado de la seda de Pekín, que ni es mercado ni tiene seda, las vendedoras de vaqueros falsificados les dicen "barato" a los españoles que pasan como si fuera su nombre. Cuando les han convencido para probarse un pantalón tras una sábana, les repasan de arriba a abajo con la mirada y les arrean, asintiendo: "Culito bonito". Ese es el legado cultural que nosotros vamos aportando al mundo. Cómo alabar un trasero.

Quiero decir con esto que somos porosos por donde no queremos, que nadie elige cómo será recordado y a todos nos sale mal: a los que recuerdan y a los recordados. De todas las cosas que nos ponen delante, de las mañanas y las tardes, de las charlas importantes y las superficiales, que son tan básicas; de las cosas que nos quieren decir y las que nos dicen sin decir pero nosotros notamos porque algo perspicaces sí somos, nos quedamos con cinco detalles. Vamos como urracas a por esas piedras brillantes, que resultan no ser preciosas sino latón. Latosas.

Uno tras otro caen artículos de gallegos haciendo cosas mágicas

En fin, que las percepciones son parciales e injustas, que no está muy claro quién las decide, que en eso, como en tantas otras situaciones, tenemos una voluntad bien limitada.

Estoy viendo, entre curiosa y asombrada, cómo se está construyendo una imagen colectiva de lo gallego rarísima. Uno tras otro —y esto debe de llevar años en marcha, pero soy de digestión lenta— caen artículos sobre gallegos haciendo cosas mágicas, como un ‘wenceslaoferándezflorismo’ extremo, ‘valleinclanismos’ por todas partes.

Y esto nace aquí, no crean. No son foráneos asombrados, sino el levantamiento de una imagen desde dentro, el diseño de un recuerdo machacón, el molde de lo raro, lo gracioso, lo extremo en el que pretendemos meter todas estas cosas nuestras que quién sabe cuáles son, la esencia de lo gallego, ese asunto.

Se me hace muy extraño porque siempre he creído que lo exótico solo puede ser reconocido por la mirada del otro, que uno se ve normal a si mismo y a los suyos.

Yo no nos encuentro nada exóticos. No veo magia en los bosques de rumorosos, en el mar contra las rocas, en las rapas das bestas, en las señoras con mandil, ni siquiera en los percebes como pulgares. La niebla entre carballos, As Catedrais vacía como ya solo existe en las postales, los curanderos y componedores, las comidas en los furanchos y las tortillas de huevos fosforecentes, todas las peleas de bares y de caminos por lo que llamó alguien a alguien o por el baile de marcos, las mareas blancas de las rías, todo normal.

No entiendo ese empeño por mostrarnos mágicos, qué identidad es esa cuando estamos aquí, con toda nuestra carne, tan corpóreos y tan terrenales, tan reales. Pero también sé de la inutilidad de intentar modelar una percepción cuando la gente acaba teniendo la que le da la gana, recordando un detalle impredecible, indirigible, cuando lo que acaba cuajando es eso, un "boludo" gritado de monte a monte, de camino a camino, cruzando el aire limpio con la alegría que llega por reconocerse en ese espacio vacío.

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