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Interesantes

Hay quien trata las charlas que languidecen como tertulias televisivas que hay que sostener
El otro día contemplé una de esas conversaciones que te dan apuro y te atraen al mismo tiempo. Qué mentirosa soy, qué poco certera. No contemplé, sino leí. Fue en una red social, ese escaparate de gestos,  batiburrillo de todos los géneros literarios: ficción, no ficción, novelones, cuentos y, a veces, tan pocas, incluso poesía. Por aclararnos, esto era autoficción. 
maruxa

Una periodista preguntaba al aire si no le ocurría a los demás que, al tener una cita sin que saltase chispa alguna, se crecían, se ponían en modo entrevista para levantar esa charla insulsa y acababan resultando interesantísimos para el otro, que les parecía un mortal tostón.
 
Bueno, bueno, la pregunta-lucimiento que a todos nos gusta y que a los periodistas nos caza los primeros. Si es que la practicamos y caemos en ella en idéntica proporción, cómo somos. Esa es la pregunta formulada como un fastidio, casi como un ligero contratiempo, que contiene una perfecta adulación, un evidente fardar. La traducción en este caso era: ¿A que no puedes parar de resultar interesante y atraer a todo el mundo con tu vivaz intelecto?
 
De citas sé poco pero de periodistas, ay de periodistas, algo sí. Tengo una respuesta para esa persona de las redes y todas las que enseguida contestaron que sí, que efectivamente, que la gente, incluso aquella por la que no sentían ningún interés, les acababa encontrando apasionantes porque sabían entrevistar. Mi respuesta es: no.
 
Hay periodistas de chisporroteante conversación y otros que son unos verdaderos plastas y hay buenísimos entrevistadores que no quieren seguir ejerciendo cuando se toman un vino o en la cola del cine. Es decir, hay de todo. Lo que hay, y mucho, es ganas de hablar de uno mismo. Poca gente se sustrae de ese polo de atracción. Si tú te interesas por una persona y tu interés se percibe como real y genuino es difícil que se cierre en banda y no cuente nada, que no aprecie esa conversación. 
 
Hay periodistas, hay personas, para las que el silencio tiene en la vida real el mismo efecto que en televisión o radio: un valor negativo. Algo se pierde cuando se calla, de forma que acaban tratando las conversaciones que languidecen como tertulias televisivas que hay que sostener. También hay quien tiende a comportarse como el animador sociocultural de las charlas con sus amigos, aportando temas, sumando anécdotas y, a menudo, llegando muy cansado a casa después. Pero eso no les convierte en intrínsecamente más atractivos. Ja. 
 
Días después leí un artículo sobre cómo los ricos resultan menos interesantes que, por ejemplo, los intelectuales o los creativos. Por lo visto, los ricos van a una fiesta y se encuentran con que poca gente quiere charlar con ellos; mientras que a un profesor, a un pensador, a un escritor, a un actor les hacen chispeantes preguntas. A los ricos les perturba que nadie quiera hablar de las sutilezas de manejar fondos de inversión tomando copazos. Mirad, ricos, es que no se puede tener todo: la pasta, los viajes espaciales de diez minutos y las conversaciones apasionantes.
 
La alta sociedad neoyorquina invitaba a Capote a fiestas, vacaciones mediterráneas y almuerzos alcohólicos para que alguien les contara cosas divertidas, cotilleos, circunstancias de las vidas normales que les resultaban extraterrestres, para poner a parir a otros ricos. Cuando salió el primer adelanto de ‘Plegarias atendidas’ y vieron allí sus secretos, negro sobre blanco, le hicieron un vacío absoluto. Ahí tenéis una moraleja, ricos míos, no confiéis en los periodistas, en los escritores, en los creativos, que os traicionarán a lo grande. Y otra para los periodistas y gente que pega la hebra con casi cualquiera, los ricos son aburridos y no aguantan una crítica. Y no, hacer un ‘Lo de Évole’ a un ligue no os hace más seductores.

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