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Los problemas de las mujeres

Cuando desconocidos a los que no preguntas nada te dicen qué te pasa

HACE AÑOS, parecen doscientos pero seguramente sean quince, un médico ahora ya jubilado me dijo, en el transcurso de una entrevista, cuál era mi problema. Resultó ser el mismo que el de todas, según me advirtió. Mi problema es que me creía que iba a ser joven eternamente y, a los veintipocos no pensaba en tener hijos, sino en mi carrera, y pronunciaba esa palabra cargado de sospecha, como sopesando dos opciones: la imposibilidad de que fuera a tener tal cosa o que hubiese elegido como tal el contrabando. Después, entrada en los 40 -vaticinaba- me decidiría y me costaría horrores, como al resto a esa edad, que no hacíamos más que contribuir a traer al mundo un número creciente de niños prematuros. Como si una palabra suya bastara para sanarme de la inconsciencia, y de la entrevista me fuera a lanzar directa a la procreación, me dijo que no sabía a qué estaba esperando.

Yo, concretamente, estaba esperando a que acabara de hablar y poder volver a la entrevista. Su diatriba, mil veces oída, estaba tan cargada de asunciones que solo se sostiene con el mecanismo de la milhoja: es cada capa la que permite la siguiente; falta una, faltan todas. La más básica, la gruesa lámina de hojaldre de su discurso era dirigirse al bloque colosal de Vosotras, las mujeres. Todo ambición.

Fijémonos por un momento quién forma parte de esa masa, quiénes somos Nosotras, las mujeres. Pues a saber. Entre ellas encontramos, por ejemplo, a Ana Mato, exministra de Sanidad que ahora cobra 50.000 euros de paro; a la Reina, que hace yoga; a Lara Méndez, que es la primera alcaldesa de Lugo: a Elena Candia, que fue brevemente la primera presidenta de la Diputación, a Madonna, a la chica sonriente que pide una monedita en A Soidade y siempre da los buenos días y a una periodista que hacía una entrevista. Difícilmente un discurso sobre los problemas que tenemos las mujeres va a ser recibido de forma homogénea por un público tan variado que probablemente una de las pocas cosas que tenga en común es que a lo largo de su vida haya tenido que escuchar cómo les explican cuáles son sus problemas.

Mi problema en la lucha por la igualdad es la falta de espíritu didáctico. Me avergüenzo, pero me puede. No es desidia, no es que no escuche cómo me dicen que me equivoco aquellos a los que no les he preguntado y me haga la sangre chopchop, es que desconecto, fruto de un aburrimiento extremo y de la convicción de que ahí no hay nada que hacer. Empieza una frase por "lo que os pasa a las mujeres" y se me apaga el cerebro, creo que como medida de protección. No recibe nada, adiós. Así, desperdicio oportunidades de dejar claro que en esta parte de la humanidad que es el 50%, hay todo tipo de personas pero a ninguna nos gusta que nos digan qué es lo que tenemos que hacer.

Ha habido mil momentos en los que pude hacer didáctica de la igualdad en los que dudé de si la condescendencia se debía a que soy mujer, a que era joven o a ambas cosas. Poco importa. Una de esas características, como era de esperar, ha desaparecido con el tiempo y sigo recibiendo regularmente discursos sobre cuáles son nuestros problemas. Como cartas con la dirección equivocada, no me llega ninguno, ahora apago la radiofrecuencia aún antes, si cabe. Me creo capaz de distinguir cuándo alguien me va a atizar una charla de esas y simplemente la dejo desvanecerse en el aire. Como mucho, contesto "ya".

En esta semana en la que hemos celebrado la existencia de esta mitad de la humanidad a la que pertenezco, nos han vuelto a arrear con listados de nuestros problemas, que son los ya mil veces repetidos (que si quejicas, que si histéricas, que si feminazis, que si cansinas, que si locas de los gatos) y los que han ido cobrando relevancia en los últimos años. Entre estos (que si hembrismo, que si discriminadoras al celebrar el Día de la Mujer sin promover el Día del Hombre, que si el machismo solo se da en los países árabes) destaca, doloroso, el más falaz de todos: la peregrina teoría de que hay un complot de silencio para no contar los casos de hombres víctimas de violencia de género. En esta semana también hemos visto ir a declarar al hombre que disparó a su mujer por la espalda en Becerreá y hemos sabido que un agresor sexual no fue detenido hasta meses después de ser identificado, pese a que él mismo alertó de su condición, así que ante esa teoría conspiratoria de que se oculta a los hombres víctimas solo diré: "Ya".

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