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Verbos cariñosos

Soltero con Gato crea un sistema para mantener conversaciones discretas en los trenes

No lo he contado aquí, pero, harta de recriminaciones e insistencias, lo cuento: He ido a Madrid con Soltero con Gato. Hace tiempo ya de eso, todavía llevábamos abrigo. 

Portalón

Hicimos el viaje en tren. Ir ahora mismo en tren a Madrid, tierra de la libertad, desde Lugo, tierra ignota para Renfe, es activismo, pero del raro. Para reivindicar buenas conexiones ferroviarias para esta nuestra provincia y el fin del aislamiento al que nos tiene sometidos Adif primero hay que ir en coche hasta Ourense. Eso hicimos. 

En Taboadela pasamos una hora detenidos mientras el maquinista, cual usuario de Windows 95, no hacía más que apagar y volver a encender todo. Soltero, en estado parlanchín y evocador, pasó el ínterin contándome un amago de rollo que tuvo con una moza a la que paseó por media Galicia con ilusión pero con la que nunca llegó a pasar nada. ¿Han visto lo rápido que se lo he contado yo? Una sola frase y, listo, he ventilado la cuestión en un plisplás. Qué capacidad de concreción, francamente, podría dar un curso en Domestika: 'No te líes y cuenta las cosas en diez segundos o menos', se titularía. Costaría 8,95 euros y daría acceso a un año de visionado, mínimo, porque noto que hay gente muy dura de mollera que solo aprende por repetición. 

Soltero invirtió solo en los antecedentes sus buenos 40 minutos porque se explaya, te baña en detalles que no aportan nada a la historia, de los que, si fuera yo la editora de sus aventuras, borraría sin piedad del primer borrador. Lo que pasaba es que algo se interponía entre él y sus ansias relatoras: dos curas justo en el asiento de atrás. 

Cree el ladrón que todos son de su condición, por lo tanto, cree Soltero que todos son unos cotillas que activan la parabólica para enterarse de sus asuntos. Los curas eran, por supuesto, uno joven y otro viejo. Pasa lo mismo con las monjas, van en parejas siempre de edad dispar. Estaban a lo suyo, diría que hablando de publicaciones, pero a Soltero eso no le cabe en la cabeza. Él es el indiscutible protagonista de su vida y, cuando te coincide que pasas por ahí, de la tuya también. Si se encuentra cerca recordando un ligue todo el vagón está en realidad disimulando pero atentísimo a sus devaneos. Incluso la señora que leía el Hola dos asientos más allá o el hombre que repasaba en el portátil factores de riesgo de la enfermedad de Crohn mientras se comía entera una bolsita de fuets miniatura.

Empezó entonces Soltero a bajar ostensiblemente la voz cuando llegaba a verbos delicados, no aptos para oídos curiles y yo a hacer algo que me apasiona que es desviarle sus estrambóticos planes. Asentía con interés durante toda la frase y cuando llegaba al verbo misterioso, aún sabiendo con certeza que se trataba de, por ejemplo, morrear, fruncía los ojos y la nariz, representando el esfuerzo sobrehumano de intentar entender sin éxito. Soltero repetía, yo me arrugaba como el papel cebolla. Frustrado por la interrupción del relato justo en lo más interesante empezó a hacer una cosa de locos: pronunciar la mitad de la frase con normalidad y escribir el otro 50% en un whatsapp. Juro que nadie salvo yo le prestaba atención pero él no quería escandalizar a ministros de la iglesia ni a lectoras del Hola con sus verbos cariñosos. No repaso ahora la conversación en el teléfono porque sería un listado de morreos y magreos totalmente descontextualizados. No quiero imaginar lo que piensan los chinos y Zuckerberg de nosotros. 

Me enteré de lo que pasó entre ambos una vez en Castilla. Se lo resumo: poca cosa. Cruzamos después la meseta sumidos en conversaciones totalmente espiables, raro en Soltero, y cuando llegamos a la capital, ciudad en la que viví varios años, concentró, como hace siempre, su capacidad de sacarme de quicio en una sola frase. "Ahora ven, que te voy a explicar cómo va lo del metro". Vi por dónde iban a ir los tiros de ese fin de semana.

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