Blog | El portalón

Fatigas del subconsciente

Lo que le está pasando a Cifuentes es el material de nuestras pesadillas

A MÍ LO QUE me pasa con la corrupción es que me da pereza. Quiero decir, ejercerla. Si yo fuera Cifuentes habría estudiado convencionalmente el máster. Habría aprobado el examen y habría escrito una página tras otra del trabajo de fin de curso. Habría presentado la solicitud del título, que me habría sido eventualmente concedido y esa línea de mi currículo se correspondería con la más aburrida realidad. Nada de esto estaría pasando y todo lo habría hecho por la perecísima que me da pensar en el otro camino.

Qué lío todo. Pedir tantos favores, seguir pidiéndolos años después y devolverlos como exige no la cortesía, qué importa eso, sino el intercambio comercial. Y esperar, que algunos tardan muchísimo en querer cobrárselos. Y tú ya te habías olvidado de esa deuda y ahora vienen a canjearla, cuando ya te parece que menuda jeta, que el favor de entonces no se corresponde con la petición de ahora porque lo de entonces no era para tanto, hombre por Dios. Las demandas de devolución llegan en el momento en el que casi se te olvida que no aprobaste, en el que ya rozas la plena convicción de que nunca jamás te has aprovechado de tu cargo, que no has conseguido nada que no te merezcas.

Y limpiar el rastro. Eso es terrible, un trabajazo. Muy desagradecido, además, porque las piezas no encajan y hay que ir buscando excusas y argumentos, no cerrar nunca esa fábrica de invenciones porque ninguna acaba de servir del todo. Se te pegan, chiclosas, cuando te quieres deshacer de ellas para esgrimir una nueva y acaban pesándote. Menudo tostón.

Como es habitual, no son los tejemanejes, los flecos que se dejan sin rematar para que cualquier espíritu inquieto tire de ellos, lo que más me atrae de toda la historia de Cifuentes. Son los alrededores, los bordes, las hijuelas del asunto. Concretamente, dos.

Ilustración para el blog de María Piñeiro. MARUXA

La primera es la íntima certeza de que si el tema nos arrebata tanto es porque lo que le está ocurriendo es la materia de nuestras pesadillas. Yo sueño recurrentemente que no tengo los títulos que se supone que tengo, que no he acabado los estudios, que suspendí tal examen, que soy un fraude de tomo y lomo. Lo que me pasa cuando me despierto, en esos primeros segundos de limbo, en los que mi memoria aún está buscando en su hemeroteca la noticia de que, efectivamente, llegué a licenciarme, solo puede definirse con una palabra: hiperventilación. Luego llega el aviso y todo se precipita, el cerebro que le dice al corazón que se ralentice, a la boca que trague saliva y a los pulmones que procesen oxígeno a otro ritmo. Mi cabeza se recuerda a sí misma que, en realidad, no hay nada que temer, que Ignacio Escolar no va a publicar una exclusiva gracias a mi expediente. Que esa crónica no existe y que, de hacerlo, no da para vender periódicos. Ni para un breve.

La cosa viene de largo y se va modulando con el tiempo. Cuando estaba en el colegio, con las matemáticas; en el instituto, con el latín y, tras la universidad, con el título en sí. Me consta que somos tal multitud los que compartimos ese temor que casi es para preguntarse quién no lo ha tenido y si merece la pena estudiar para pasar luego todas esas fatigas del subconsciente. Ver a Cifuentes en esas me estimula el hipotálamo y sé que una de esas noches toledanas está al caer.

El segundo dobladillo que me atrae es el de la funcionaria. Qué vida es esa, a qué aspira aviniéndose a cambiar las notas de la presidenta, por qué la acompaña a recoger el título y, por encima de todas las cosas, por qué se hace una foto con ella en ese instante y la pone en su perfil de whatsapp. Ya se ha visto de todo, multitud de pies pisando arenas desde la Costa da Morte hasta Australia; atardeceres ibicencos, bebés mofletudos y citas ‘coelhianas’. También fotos con famosos, claro. Pero ahora me interesa esa. Me interesa el por qué y me interesa el para qué. Me interesa y me apena. Menuda elección peregrina.

Mientras ese detalle no se resuelva seguiré leyendo y padeciendo. Buscando entre líneas las respuestas y temiendo en cada despertar un nuevo ataque de hiperventilación. Me debo a la noticia.

Comentarios