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El rastro de las mujeres

El Caso Alcásser. NETFLIX
photo_camera El Caso Alcásser. NETFLIX

CASI AL tiempo que se estrena en Netflix El caso Alcàsser, nos dan esta cifra: desde el año 2003, mil mujeres han sido asesinadas por hombres en España. Las mujeres asesinadas con anterioridad a ese año ya no son siquiera un número, pero habrá alguien que las recuerde y, de esta forma, uniendo los destinos de todas, el reguero de dolor se hace infinito. Razón: ser mujeres. También existe una cifra incalculable de niñas, adolescentes, adultas, ancianas, que son maltratadas, esclavizadas, violadas, torturadas, amenazadas, humilladas por hombres, y que viven sintiendo que mejor morirse. Misma razón. Así las cosas, un día normal, como hoy, por ejemplo, podría pasar lo siguiente:

La mañana es húmeda, ella está sentada en el sofá que le gusta y desde allí, puede ver a través de la ventana un cielo blanco y uniforme, un cielo indiferente, que no anuncia nada, salvo el frío impropio del verano que llega. Disfruta del momento, mientras toma el café, y se pregunta si este día vendrá propicio, si tendrá más suerte que ayer. Es un instante dulce para retomar algún deseo. Decide, de pronto, que irá a correr. Hay un parque enfrente de su casa, un lugar agradable, cercano, conocido. Siempre hace el mismo recorrido y siempre con una sensación placentera. De libertad, de salud, como de futuro, acompasando la respiración, trotando firme, segura. No oye el crujir de unas ramas secas a pocos metros de distancia. No ve la figura amenazadora de un hombre agazapado tras aquel árbol, ni ve su mirada. Puede que se plante delante de ella y le diga "tú no vas a ninguna parte" y le diga "ya te avisé" y le diga "estás muerta" y le diga "es tu culpa".

Para un porcentaje bastante amplio de población, la mañana continúa sin percances reseñables. Se ficha, se entra, se trabaja, se comenta y se espera la hora del café. En el interior de cada una de esas personas se mezclan sueños locos, ambiciones extremas, raras fantasías, amor, decepción, rencor y mezquindad, pero cuando llega la hora, los bares rebosan y parece que el bullicio es sinónimo de bienestar. Hay, sin embargo, otro porcentaje de gente que no trabaja, o que nunca trabajó fuera del hogar, cuya rutina es distinta. Ella le sirve el desayuno primero a él. En los huecos que le quedan mientras trajina por la casa, va tomando a sorbitos el suyo. Se levanta temprano aunque no sea necesario ya. Está nerviosa. Ayer fue un día de los malos. La parte derecha de su cara tiene mal aspecto. "Como de monstruo", puede que se diga a sí misma. Entonces recuerda que él le dijo "eres una inútil" y le dijo "no me hagas enfadar" y le dijo también "de mañana no pasas".

Después de comer hay una atmósfera algo pesada, que ayuda a la siesta. Los ojos se van entrecerrando, los ruidos se atenúan, es un tiempo perdido o recuperado. No todas duermen, porque no todas pueden dormir. En los prostíbulos, un descanso es una muerte. Entretanto, en las otras casas, puede que en una habitación concreta, un niño de diez años enciende su pantalla y consume pornografía en internet. Sus padres duermen en la sala contigua. Él no sabe los significados. Cuando todos sepan y despierten, será demasiado tarde.

Reanudadas las clases en el instituto, unos cuantos adolescentes acorralan a una joven en un ángulo muerto del pasillo. Puede que le digan «cuando te pillemos otra vez, ya verás» y le digan "vamos a hacerte de todo" y le digan "te lo mereces, por guarra". Y quizá después, la chica, de regreso a su casa, se encierre en su cuarto, baje la persiana, encienda el ordenador, abra su twitter y escriba "no puedo más" y escriba "no quiero seguir así" y escriba "adiós".

Durante la noche, la cifra de los que duermen es moderadamente alta. Pero en muchos lugares hay fiesta. Un grupo de chicos recorren los bares entre gritos y demostraciones aparentemente viriles. A cada cual más hombre, más salvaje, babean ante lo que se presenta como una noche apoteósica. Lo han planificado a través del grupo de wathsapp en el que puede que se lea "vamos x una tía" o se lea "el q la pille q avise" y se lea "la metemos en un portal" y se lea "tíos, q pasada". Luego irrumpe el amanecer. El reguero de dolor es infinito.

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