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Esos fragmentos del mundo

Título: The Leftovers.
Director: Damon Lindelof.
Reparto: Justin Theroux, Amy Brenneman, Carrie Coon.
Cadena: HBO.
Calificación: ●●●●○

THE LEFTOVERS’. Las sobras, los restos, lo que queda de una sociedad traumatizada después de un suceso apocalíptico. No es una catástrofe natural, no es un atentado, no es algo que puedas señalar, ni alguien a quien puedas culpabilizar. No hay sujetos, aunque sean abstractos -valga la paradoja- que puedan convertirse en blanco de tu ira. Esa es la base narrativa, perturbadora en extremo, de la serie. Un buen día, millones de personas desaparecen. Ningún desastre de por medio. Estaban y ya no están. El desarrollo argumental sigue los pasos de los demás, de los que continúan existiendo después de aquello. Tenemos así una sociedad rota en la que cada miembro se encuentra en un nudo existencial intransferible e irresoluble. Precisamente por eso surgen agrupaciones, colectivos, que pretenden crear una identidad común, bajo líderes mesiánicos que se presentan como salvadores o contenedores. Se puede llenar el profundo vacío con rabia, con odio, con violencia, con venganza. A través de una fe adaptada a las circunstancias.

No todos los días desaparece el 3% de la población de un golpe. Del mismo golpe.

Es interesante que la historia comience tres años después de ese suceso, un tiempo prudencial para estabilizar el caos y el tiempo suficiente también para que arraigue el dolor en lugares insondables. Es la radiografía de una sociedad en piezas. No podemos esperar una explicación de las desapariciones que nos deje tranquilos, todo lo contrario. Esperaremos en vano mientras la angustia de los personajes se nos pega a las entrañas y asistiremos, con pasmo, casi paralizados, al desmoronamiento de unos seres humanos que nunca imaginaron lo que se les venía encima. Al igual que todos.

Una maldición prometeica se cierne sobre la humanidad. Quizá quisimos saber demasiado.

Así las cosas, el relato avanza y se va convirtiendo en algo escurridizo, en un ejercicio inteligente de sutileza. En los planteamientos, en los cuestionamientos, en las aflicciones que estallan de múltiples formas y que acaban impregnando todas las palabras, todas las definiciones, todos los conceptos. El completo diccionario del cómo y del porqué se ve arrasado tras un impacto brutal y definitivo. Ya no queda el lenguaje, solo los actos. Desesperados, implacables, alienados. Una batalla individuo a individuo que refleja una sociedad destrozada. Sin redención, sin perdón. Nada hay más desolador que la ausencia de posibilidades en una lucha imposible de abandonar. Esa tristeza es la peor tristeza.

Qué serie. Tremendo ejercicio narrativo, visual y sonoro. Este último recurso juega un papel fundamental. Todo encaja. Todo se deshace, todo parece lo que no es y resulta ser lo que jamás se nos ocurriría. Inquieta, inquieta mucho. Y no hay respuestas a mano para explicar nada. El creador de ‘The Leftovers’ es Damon Lindelof, uno de los responsables de ‘Lost’ y, si se acuerdan, terriblemente criticado por el final de aquella serie que tantas expectativas había generado. Aquí decide no caer en la trampa de semejante arranque, triunfal, para luego enredarse y convertir el guión en un cortocircuito imposible de reparar. El callejón sin salida que se avecinaba en ‘Lost’ sirve como punto de partida para esta nueva serie. Comenzar desde un abismo y acabar en él. Un riesgo que impacta y que funciona. Dos temporadas en las que la intensidad aumenta progresivamente y con ella nuestro desasosiego, nuestra incertidumbre. Para los que se enganchen, ‘The Leftovers’ tendrá tercera temporada, la última.

HBO. Cuando se topen con este acrónimo, piensen que algo está pasando.


Una serie que nunca muere

EL CANAL Orbe 21 es argentino y su propietario es el Arzobispado de Buenos Aires. Está muy bien, tienen sus programas y sus cosillas, siempre emitidas desde la perspectiva de la fe. Aparece hoy aquí porque es de justicia. Resulta que han tenido la luminosa idea de recuperar «la serie más querida y recordada en España», según sus propias palabras. ¿Adivinan cuál? Pues ‘Verano azul’. Qué tiempos. Me dan ganas de coger la guitarra y arrancarme ya mismo con el "no nos moverán".

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