Blog | Arquetipos

No habrá nadie para contarlo

NO ES SÓLO que te maten. Que lo hacen. No es sólo que te secuestren o te encarcelen o te apaleen o te amenacen repetidamente, obsesivamente. Silencio, silencio, silencio. No sólo es que te censuren o que te presionen o que te exijan. Que lo hacen. No sólo es que te multen o que te pasen el cerrojo y te amordacen. Para siempre. Lo peor de lo malo es la constatación de la inutilidad. Nadie habla de derecho, ni de verdad, ni de independencia, ni de información libre, ni de democracia. Salvo el día tres de mayo, que se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Entonces sí, entonces todos estamos de acuerdo y a todos nos parece realmente feo eso de que a los periodistas nos maten, nos secuestren, nos encarcelen, nos apaleen, nos amenacen, nos censuren, nos presionen, nos exijan, nos multen y nos cierren la boca para siempre. Y nos amordacen. Silencio, silencio, silencio.

Esa sensación de inutilidad viene dada por el resto de días en que no se celebra nada. Por los días en que contar lo que pasa construye en los lectores —en los lectores que aún quedan— no más que una superficie útil para desparramar el hastío o el escarnio o la indiferencia. Para amenizar el chascarrillo del bar. O está el otro lado, ese lado brumoso, ese espacio en el que, además de distinguir con dificultad de donde salen las manos que te sujetan a sus propios diccionarios (diccionarios, por lo demás, viejos, agotados, con hojas de un amarillento débil, con palabras rotas, casi muertas o demasiado muertas). Además de esas garras, digo, es un espacio tan insalubre que en el momento en que lo pisas, notas de modo inmediato la complejidad para avanzar, para orientarte, para salir y volver al mundo. Hay, en ese suelo, algo pringoso que se agarra a ti y que a ti, periodista, te convierte en huésped de un parásito. El del interés.

La prensa es una casa con muchas puertas y muchas ventanas de las que entran y salen continuamente cosas. Cerrarlo todo para que no entre nada ni nadie no parece la solución. Un búnker no sirve exactamente para protegerse sino para definir a los que se meten dentro. La defensa de nuestra casa abierta a todos los paisajes, con posibilidad de observarlo todo desde distintos ángulos, tendrá que pasar por un compromiso y un rigor de los que la habitamos, un rigor diario, un rigor de minuto, un compromiso de mirada atenta veinticuatro horas. Quizá, por qué no, podemos hablar de militancia y quizá, también, de revolución.

Si nos matan, si nos secuestran, si nos encarcelan, si nos apalean, si nos amenazan, si nos censuran, si nos presionan, si nos exigen, si nos multan, si nos cierran la casa. Si nos enmudecen. Entonces puede que sea pertinente hablar de revolución. El periodismo lo hacen los periodistas. El periodismo ciudadano no existe. Tampoco existe, aunque se piense, el periodismo inútil. Lo que tenemos para decir no es el capricho estéril de gente que se encuentra ociosa y vaga por una casa vacía pensando cómo matar el tiempo. La mirada de los periodistas es importante porque a través de ella se cuenta el mundo. No se trata de egos sino de saber informar, de dar a conocer. Si nos piden las preguntas antes de la entrevista, no. Si nos piden la noticia antes de publicarla, no. Si nos piden que esto sí pero esto no y esto a medias, no. Si nos piden que así o nada. Nada. Si nos piden que hoy y ahora, no. Si nos piden que más grande, más foto, más portada, más ellos, no. Si nos exigen, no. Si nos dicen sin decir y creen —excitados— que nos están engañando, no. Si se ríen porque hacemos un trabajo infame, no. Si nos desprecian, no. Si nos usan en este segundo para conseguir sus metas, no. Si nos acusan, no. Si pretenden comprobar cada palabra que escribamos, no. Si la creencia extendida de nuestra inutilidad. No.

Piensen en una sociedad sin información. Vacía de noticias. Sin historias. Piensen en una sociedad con información manipulada —ejemplos hay—. Piensen en una casa con miles de puertas y ventanas cerradas a cal y canto. Lo que hay dentro se pudre. Lo que hay fuera, nadie para contarlo.

Comentarios