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Quizás el miedo o la poesía

NO HAY RAZÓN clara para hacerlo. Pero ayuda hacerlo. Porque ocurre algo que escribió mejor Ida Vitale:  "Entonces,/contra lo sordo/te levantas en música,/contra lo árido,/manas".

Lo digo por si alguna vez, de camino a tu trabajo o de vuelta a casa o de copas, una gélida noche, en la que recorres lo conocido sin salirte de lo conocido, de pronto, sientes un vacío. Como si lo que hay en este mundo que te sabes de memoria no tuviera ningún sentido. Como si el aburrimiento, ya experimentado en otras ocasiones, hubiera formado un muro enorme o un agujero incomprensible, de tan profundo. Todo, en ese instante nuevo para ti, pero que penetra mucho, que hiere mucho, se seca. Pierde su color. Se queda sin palabras para expresar qué y sin voz para gritar cómo. Lo que parecía un hábito, una ley de vida adecuada para ti, deviene en un abismo. Lo sientes como una amenaza, lo padeces como un miedo intenso que te revuelve algo.

No sabes qué nombre poner a ese algo. No sabes si lo que te ahoga es la sorpresa del hastío feroz o el estupor de que te haya sucedido a ti. Habías, sí, oído hablar de ello. Pero tú estabas libre de esa caída. Te considerabas un ser a salvo de cualquier declive. No significaba, tampoco —tú eres una persona humilde— que fueras pregonando por ahí que tu vida era una vida plena, totalmente controlada por ti.  No obstante, todo, tu conciencia, tu conocimiento, tu habilidad para sentir satisfacción y plenitud, confirmaban tu orgullo disimulado. Ese control, pensabas, ese saber estar y resolver, si fuese necesario, afirmaba que tú manejabas la situación.

Hasta esa noche. Una noche fría como la glacial mirada de alguien que odia el mundo. Te repites que es una casualidad tonta, que no volverá a pasar, la mala suerte que se cruzó, por un momento, en tu camino ausente de dificultades. Sin embargo, la inquietud. Algo te dice que es más grave de lo que estás intentando hacerte creer. Te obligas a creer en la existencia de hace tan solo unos minutos. Esa en la que parecía que nadie podría ser capaz de desbaratarla. Te enfadas. Hay una especie de ira que se forma en el estómago y te obliga a coger aire muy profundamente. Tus amistades te preguntan qué te esta pasando. Respondes con alguna gracia que te duele en el corazón. Mientras los demás se ríen de lo que acabas de decir, tú sientes cómo esa punzada loca se abre camino entre tus órganos, desestabilizando sus funciones. Piensas, de repente, que puede ser una emergencia médica. Que lo que estás sintiendo es algo que tiene definición y que lo arreglan en el hospital. Sientes alivio y continúas andando. Tus acompañantes no se fijan más en ti. Experimentas un escalofrío de repulsión hacia ellos y hacia el mundo. No entiendes nada y, al mismo tiempo, posees una clarividencia fuera de lo normal. Aprieta, otra vez, el miedo. Dices en alto que te vas a casa. Pero nadie te escucha. Lo repites, te sale una especie de chillido agudo que no reconoces como tuyo. Nadie se percata de ese cambio de sonoridad. Comienzas a pensar, con cierto pánico, que, lo evidente, para ti, no existe a los ojos de los demás. Que, sin querer, —y eso puedes jurarlo— has pasado a formar parte de otra realidad completamente desconocida, no accesible para todos. Te preguntas: ¿Por qué yo? Que lo tenía tan claro.

Regresas a casa y a lo largo del camino has certificado que lo que sientes es absoluta soledad. No te explicas cómo te ha sucedido eso a ti. Que eras el ejemplo del dominio del vivir. O, al menos, ahora te preguntas, era esa tu imagen. Te planteas en los minutos siguientes una serie de cuestiones morales, existenciales, muy muy abstractas. Tú, tan apegada a la realidad. Es el momento en que miras a tu alrededor. No puedes calificar nada como bonito. Hay cosas útiles, funcionales, aparentes, necesarias. Hasta ahora necesarias. A partir de ahora, con el latido desajustado, decides que vas a cambiar. Que no tienes ni idea de la razón, pero vas a hacerlo. Vas a rodearte de belleza y dejar que se impregne todo. Vas a hacer que lo bonito forme parte de ti. Te da un poco igual el porqué. Porque quizás ayude. Porque quizás el miedo o la poesía.

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