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Tan solo una advertencia

ATENCIÓN: PALABRA que se pierde, que se muere, que se olvida y desaparece inexorablemente por falta de uso. Palabra que futuras generaciones no conocerán porque no habrá, para ella, aplicación posible —sitio en este mundo—. Porque ya desde hoy, ¿no lo notan?, el mundo es otro; como un torrente, la vida fluye hacia un lado, hacia el mismo lado, y el lenguaje se aleja, camina en sentido contrario. Se nos está quedando el diccionario huérfano de sustantivos, adjetivos, verbos clásicos. Demasiado tiempo, a contracorriente, nadie —ni siquiera las palabras— sobreviven. 

Sí, es una advertencia. 

Una vez, hubo un poeta iraní. Escribió y pintó, cuadros que, de verdad, cuando los contemplamos, nos preguntan cosas, nos llevan a alguna parte, aunque no sepamos bien ni a qué parte, ni a qué tierra, ni a qué lenguaje. En ellos está esa palabra. La que se pierde, la que se muere, la que se olvida. La que desaparece inexorablemente por falta de uso. Que es lo mismo que decir. Por falta de luz.

Lo mismo pasa con sus poemas, en los que no la escribe ni una sola vez (aunque sí sus sinónimos). Porque no hace falta. Porque sus poemas respiran la palabra. Porque no consiste en sacar el término a colación, una y otra y otra vez, para ser objeto de miradas admiradas, para ser de los elegidos, para subirse a los estrados y perorar. Discursos rotos.

No hace falta. 

No se puede tratar mal a las palabras porque las palabras no son seres vivos, pero casi, pero como si lo fueran. Porque respiran.

Entonces: puede que exista una confusión en el término usar. Usar la palabra no es nombrarla constantemente, repetirla hasta el hartazgo. Usarla —en el caso del poeta y pintor persa— es respirarla. Si respiras las palabras no necesitas pronunciarlas porque ellas son tú. En lo que hagas, en lo que digas, en lo que muevas, en lo que calles. Estará esa palabra. Que es como un ritmo, una melodía, algo que late en la raíz y que no es el corazón. 

Hubo un poeta que fue también pintor. Que escribió esa respiración magnífica, sin nombrarla. 

Las palabras arrinconadas, en zona umbría, son la más directa amenaza de extinción humana. Y sí, es una advertencia: no tirar las palabras en la primera esquina —restos de belleza en la basura—. No  usar las palabras como si fueran despojos inútiles. No repetir las mismas frases de moda formadas con palabras que parecen ridículas puestas ahí. Así. Abochornar de tal modo a las palabras es una afrenta. Es lanzar piedras contra nuestro propio tejido humano. No acumular las palabras para construir oraciones insólitas, por la tontería. Si alguien cree que con eso se consigue algo, es mentira. Si con eso —realmente— se consigue algo, la tontería está muy extendida. Habrá que decirlo más alto. No gritarlas, sin embargo, bárbaramente, a los ojos, a las bocas, a las manos, a los estómagos de los transeúntes. Las gentes que pasamos por aquí y por allá tenemos derecho a que nuestros interlocutores elijan, amorosamente, el discurso que nos irá destinado. Por nuestra parte, tenemos la obligación de proceder de la misma manera. No hablar ni escribir con lo fácil, con lo cómodo. De igual modo, no leer lo fácil ni lo cómodo. No escoger palabras sin tratar de saltar fronteras. Si no sabemos, buscamos. Existen horizontes espléndidos, tentadores, repletos de letras para armar. Hay diccionarios. Hay libros. Hay imaginación. Hay aventura. Definitivamente. No se puede tratar mal a las palabras porque las palabras no son seres vivos, pero casi, pero como si lo fueran. Porque respiran.

Si respiramos aún, es por ellas. 

Es una advertencia: vivimos como con dos pulsos. Uno es el de siempre y el otro es el del lenguaje. El segundo palpita en la medida en que el otro se llena de historias que requieren siempre palabras. 

Siempre palabras. Nunca idénticas palabras ni en el mismo sitio. Para que no se pierdan, ni se mueran ni se olviden. Ni nosotros.

Sohrab Sepehri. En este abril lluvioso, a la espera de luz, se cumplen treinta y ocho años de su muerte. Fue poeta y pintor. Y escribió cosas así: "Si venís a buscarme, venid, pues, lenta y suavemente,/ para que no se raye / la porcelana de mi soledad".

La palabra es delicadeza. 

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