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El tiempo secuestrado

Maquinaria del reloj de la Puerta del Sol, antes de fin de año. KIKO HUESCA (EFE)
photo_camera Maquinaria del reloj de la Puerta del Sol, antes de fin de año. KIKO HUESCA (EFE)

A VECES caigo en la tentación de creer que los dos últimos años realmente no han pasado. Los planes cancelados, los viajes no realizados, los encuentros a través de una pantalla… Por todo lo que hemos dejado de vivir y compartir. Por los abrazos y besos no dados. Lo que nos hemos perdido, a quienes hemos perdido.

Hemos puesto la vida en pausa. Como si fuese posible. Como si creyésemos que cuando acabe la pandemia volveremos al 14 de marzo de 2020. Que recuperaremos la primavera pendiente y la excursión de sexto, el primer invierno covid y la cena de Nochebuena o los días felices de cuando la lluvia era un charco para saltar y el sol un mar en el que zambullirse.

En este tiempo secuestrado en el que hemos vivido a saltos de parchís y trepado por una higuera para tocar las nubes, en el que hemos plantado tomates y nuevas oportunidades, cocinado tartas y adoptado un gatito, también hemos crecido. Ahora hasta los dinosaurios empiezan a abandonar el salón y las muñecas monstruosas ya dominan la caja de los juguetes. Descubrimos los bailes de Tik Tok y los vaivenes emocionales. A la vez, la insistencia de la bruma ha oxidado la bicicleta con la que se soltaron a andar y ha desconchado las paredes de un futuro pendiente de reformas.

La música que suena también es diferente.

A algunos de nuestros mayores la pandemia se les ha caído encima con toda su soledad y su aislamiento, los ha arrugado un poco más y los ha empujado a una nueva dimensión, la de los cuidados. A otros simplemente se los ha llevado por delante, a ellos o a sus recuerdos.

Aún así, a pesar de la distancia, del confinamiento y el temor a las puertas de una sala de Urgencias, la vida sigue rodando y haciendo camino. Y de estas experiencias y de la resistencia vamos aprendiendo. A ordenar cuartos y pensamientos. A encajar los golpes de realidad, a colocar las piezas. Se descubren realidades paralelas y respuestas desconocidas. El peso de las ausencias.

Yo les he visto crecer.

Hoy temo que si me quito la máscara, alguien pueda contar las marcas de los dos últimos años en mi rostro. Y me pregunto a dónde ha ido el tiempo perdido y en qué estación se ha quedado mi yo de entonces. Cuándo hemos cruzado este umbral donde muchas noches las preocupaciones acaban por nublar los sueños. Cuándo nuestros mayores han dejado de protegernos para que los protejamos nosotros. Porque a pesar de todo nos sigue gustando saltar en los charcos y hacer volteretas bajo el agua.

Antes de medianoche, deseo con todas mis fuerzas que en 2022 podamos contar en primera plana a una línea y en cuerpo 60: La covid llega a su fin. Le pido al año nuevo recursos y cordura de las administraciones para salvar nuestro sistema de salud, que lo doten de los profesionales necesarios, preparados y valorados. Que no caiga en saco roto el esfuerzo de quienes se dejan la piel entre la Atención Primaria y la Uci, y que de aquí salgamos con unas cuantas lecciones aprendidas y un sistema sanitario fortalecido.

Deseo que los niños que han nacido en un mundo sin sonrisas puedan llenarlo de caras sonrientes cuanto antes. Que los jóvenes de todas las edades puedan bailar y besar libres. Y que a los abuelos que han pasado tanto miedo podamos colmarlos de abrazos.

Le pido al año nuevo que la crisis no siga alimentando las diferencias y la desesperanza. Reclamo un mundo lleno árboles y bosques y ríos llenos de truchas, y mares libres de plástico. Un mundo libre de violencia. Y más amor y menos odio y que el tiempo deje de correr, al menos no tan rápido... porque, a veces tengo la tentación de creer que los dos últimos años sí han pasado.

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