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La cara política del Prestige

La crisis del chapapote no hundió directamente a Fraga, pero abrió una brecha en el PPdeG tan grande como la del casco del petrolero
Juan Carlos I y Manuel Fraga, durante una visita a Muxía tras el desastre. MANUEL H. DE LEÓN (EFE)
photo_camera Juan Carlos I y Manuel Fraga, durante una visita a Muxía tras el desastre. MANUEL H. DE LEÓN (EFE)

En el Prestige todo fue política. Desde las decisiones relevantes hasta las consecuencias de la crisis. Aunque se suele afirmar que nunca pagó ningún político por aquel despropósito que comenzó a fraguarse hace hoy veinte años a 28 millas de Fisterra, esa afirmación se ciñe únicamente al ámbito judicial, porque en la práctica sí hubo perdedores en la Administración. Y Manuel Fraga fue el más relevante de todos.

"Fue lo peor de mi vida"


El propio 'león de Vilalba' admitiría años después en su autobiográfico 'Final en Fisterra' que, de todos los factores que desencadenaron su salida de la Xunta en 2005, "el más importante ha sido sin duda el desastre del Prestige". "Para mí ha sido tremendo; lo peor que me ha pasado en la vid"», afirmaba el presidente casi entre lágrimas aquellos fatídicos días de 2002.

Pero tampoco fue muy autocrítico con su gestión y la de su equipo, pese a su polémica cacería mientras el chapapote llegaba a la costa. Más bien responsabilizó a la falta de una legislación marítima clara sobre estos barcos 'chatarra' y a una cuidada estrategia de márketing contra él encabezada por Nunca Máis y la oposición.

En todo caso, lo que quedó claro es que el Prestige noqueó a Fraga, que ya llegaba a aquella recta final de 2002 con un Gobierno tan renqueante como su cadera. El chapapote solo le dio la puntilla, porque la marea negra sobrepasó literalmente a la Xunta y la marea blanca de voluntarios le sacó los colores. Pero, sobre todo, lo que hizo el Prestige fue abrir una brecha en su Gobierno tan grande como la del costado del barco. Y así se hundieron. Uno y otro.

El fin de boinas y birretes


Las tensiones internas en la Xunta de Fraga entre el sector más galleguista -boinas- y el más centralista -birretes- siempre existieron. Dos formas de concebir la acción política en Galicia encabezadas por Xosé Cuiña y Romay Beccaría que durante la crisis del Prestige se distanciaron todavía más. En el equipo de Fraga había aquellos que defendían abordar la crisis desde una clave más doméstica y otros que apostaban por dejar todo en manos del Gobierno central de Aznar, que fue la tesis que finalmente se impuso y que demostró ser catastrófica. Tanto para la costa como para el PPdeG.

Desde Madrid se puso entonces en marcha una operación política para vencer la resistencia de las boinas. Y en enero de 2003 cae la primera víctima política del Prestige: Cuiña, delfín y heredero de Fraga en la Xunta. Fue obligado a dimitir por un escándalo: vender trajes de agua y palas de una empresa de su familia a Tragsa para las labores de limpieza del fuel. Aunque la Justicia jamás lo condenó por ello.

Sin Cuiña en medio, Madrid tiene vía libre para enviar a la Consellería de Obras Públicas a un entonces desconocido Alberto Núñez Feijóo, apadrinado por Romay, el líder de los birretes.

Pero ni la sustitución en la consellería y en la secretaría general del PPdeG -donde Palmou relevó a Cuiña- cerraron la brecha que había abierto el Prestige en el PP gallego. La guerra interna era, por primera vez en años, pública. Y el mejor ejemplo fue el encierro de seis diputados de Ourense -entre ellos Manuel Baltar- en un piso amenazando con una escisión y con dejar a Fraga sin mayoría por la falta de atención a la provincia. Aunque en realidad era una rebelión del sector más galleguista del PPdeG ante la deriva de sumisión a Génova que tomaba el PPdeG.

Era 2004 y, a partir de ahí, la historia es de sobra conocida: Manuel Fraga pierde la mayoría en 2005, sobre todo por ser incapaz de contener la vía de agua que provocó el Prestige en su Gobierno.

¿Y Núñez Feijóo?


Si Fraga y Cuiña fueron los damnificados, el ganador fue sin duda Feijóo. Y su gran virtud fue que, siendo parte de aquella Xunta del Prestige, salió indemne y sin una sola mancha del chapapote que había salpicado a todos alrededor.

De Mesa, un tipo de armas tomar

Uno de los rostros más famosos hace 20 años fue el de Arsenio Fernández de Mesa, el desconocido delegado del Gobierno en Galicia poco amigo de los líos al que de repente le tocó salir a dar la cara en los primeros momentos, pero al que pronto apartaron de las cámaras para que otros como Mariano Rajoy asumieran las riendas.

"Probablemente el fuel no toque la costa gallega", había dicho el ferrolano De Mesa el 14 de noviembre, en una de sus recordadas frases. Hasta hay referencias a él en la sentencia del Prestige: "Desempeñó una tarea de coordinación difusa y confusa".

En todo caso, fue de los que tampoco salió damnificado de la crisis. Fue nombrado director general de la Guardia Civil, después en 2017 logró un asiento como consejero de Red Eléctrica y, desde el año pasado, al parecer asesora a Vimad Global Services, importante empresa suministradora de equipos y armas para la Benemérita.

Ortiz, del fuel a fiscal general

Es difícil abordar la crisis del Prestige en Galicia sin citar el juicio, el mayor por una catástrofe medioambiental en España y, hasta el del Alvia, también el mayor de la historia de Galicia. Fueron diez años de investigación y nueve meses de sesiones que pusieron fin a una instrucción complejísima que sobrepasó al reducidísimo juzgado de Corcubión, que en principio se ocupó de la causa cuando no tenía ni espacio físico para almacenar los 266.650 folios. En este juicio prácticamente no hubo condenas, más allá de alguna simbólica al capitán. Pero sí había llamado la atención en aquel momento el papel de Álvaro García Ortiz, el fiscal de Medio Ambiente de Galicia al que muchos acusaron de ser poco beligerante, e incluso dócil, con el Estado. Ortiz (Salamanca, 1967) fue uno de esos casos al que tampoco le salpicó el chapapote, ya que lo nombraron este agosto fiscal general del Estado en sustitución de Dolores Delgado.

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