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Una manada de problemas

La sobrepoblación de jabalíes ha pasado de ser una preocupación ecológica o cinegética a convertirse en un auténtico conflicto político, económico y social

Imagen de archivo de un guardia civil dirigiendo a varios jabalíes que habían irrumpido en una carretera AEP
photo_camera Imagen de archivo de un guardia civil dirigiendo a varios jabalíes que habían irrumpido en una carretera AEP

OJEANDO EL ESTUDIO del portal GCiencia en el que contabilizaba 63 ayuntamientos de Galicia con más vacas que personas se me vino a la cabeza la necesidad de elaborar algún estudio sobre la población real de jabalíes que soporta hoy la comunidad. Lo que tenemos son estimaciones, dada la dificultad de realizar un censo de este tipo, pero hay que ser consciente de que diseñar la solución de un problema requiere conocerlo y analizarlo a fondo, algo que no se ha hecho todavía con la versión salvaje de nuestro totemizado cerdo doméstico.

El ejemplo de que no existe un diagnóstico claro del problema al que nos enfrentamos son las versiones diametralmente opuestas que ofrecen los cazadores y los animalistas, que en el fondo son los que van marcando el paso de la Administración en función de sus intereses. Y en medio de ese fuego cruzado, escasísimos datos oficiales sobre los que construir una estrategia, más allá de algunas estadísticas de la Consellería de Medio Ambiente. Estas hablaban hace tres o cuatro años de una media anual de 12.000 a 15.000 jabalíes abatidos por los cazadores. Este año se estima incluso que se superó la barrera de los 16.000, aunque en todo caso son cifras fácilmente manipulables. El ministerio, por su parte, elevaba la cifra de España en 2014 a 270.000 animales cazados, el doble que solo una década antes, un dato a destacar teniendo en cuenta que el número de licencias cinegéticas mengua año tras año.

Y fuera de las estadísticas y de las lecturas interesadas de parte, lo que tenemos es la realidad con la que convivimos los gallegos en nuestro día a día, que también nos da pistas interesantes de lo que podemos tener entre manos: aumentan los accidentes de tráfico por impacto, los daños en cosechas, las incursiones en zonas urbanas, el contagio de enfermedades, el destrozo de zonas públicas y el evidente y cada vez mayor riesgo de un encuentro entre el ser humano y el jabalí que acabe en tragedia. Todo esto nos lleva a pensar, con razón, que los jabalíes nos invaden, que ya son muchos más que las personas en numerosos concellos y que, lejos de estar ante un debate estrictamente medioambiental o cinegético, nos enfrentamos a un auténtico problema político, económico y social.

El problema político
El jabalí entró en la agenda política gallega en los últimos tiempos. Dos pruebas de ello: la Xunta aprobó por primera vez líneas de ayuda específicas para la compra de pastores eléctricos con los que los agricultores puedan mantener a raya a estos invasores de cosechas y en la reciente aprobación de la ley de acompañamiento de los presupuestos introdujo una modificación en la ley de caza que ablanda los requisitos para las batidas contra la especie. No es para menos, porque el cerdo salvaje amenaza, en muchos lugares, el plan del Ejecutivo gallego de convertir el rural en un medio atractivo para emprender. El control de la especie se antoja como un reto vital para los gobernantes de toda España, ya que es un problema recurrente en muchas comunidades. Su declaración como plaga empieza a estar sobre la mesa.

El problema económico
Aquí quien más quien menos tiene clara la situación. Los jabalíes están detrás de tres de cada cuatro accidentes de tráfico con animales implicados, hasta el punto de superar los mil siniestros anuales en la comunidad, más de dos diarios. Aunque pueda parecer un buen negocio para los talleres, esta realidad es una auténtica lacra económica y las aseguradoras disparan el precio de las pólizas a aquellos tecores que tienen la mala suerte de contar con una red viaria amplia en sus fronteras. Además, al problema de la seguridad viaria hay que añadir los daños en cosechas, que obligan a la Xunta a desembolsar cifras millonarias de compensación en una Galicia donde se reciben hasta cuatro avisos al día por daños de esta especie: unos 1.500 al año. Ni siquiera la riqueza que pueda generar el jabalí a través de la actividad cinegética en Galicia llegaría para paliar semejante sangría económica.

El problema social
Pero a este escenario habitual del campo gallego hay que añadirle una tercera y última variable: el problema social, derivado de la invasión de las zonas urbanas por parte de los jabalíes. Aunque habitualmente se achaca al abandono del rural, esta es solo una verdad a medias, pues la presencia cada vez mayor de animales salvajes en ciudades y villas no responde a un único factor. Por un lado, las propias áreas urbanas crecen y se expanden, invadiendo ecosistemas naturales; por el otro, el modo de vida de la sociedad occidental genera una enorme bolsa de residuos orgánicos que todo lo que gira alrededor del ser humano es una gran despensa para el jabalí, que tiene más comida y más cómoda en la ciudad que en el campo, pasando a percibir al hombre no como un depredador sino como una fuente de alimentación. Aunque es cierto que un rural más poblado y con más actividad humana serviría de barrera para parte de esa horda invasora, lo cierto es que la contribución del abandono rural a la invasión urbana de esta especie es menor de lo que se cree.

Llegados a este punto, mi sensación es que la presencia del jabalí en el asfalto no se está abordando con la seriedad y sobriedad que merece, lo que deriva en que el problema se multiplica. Un jabalí de ciudad no está sometido a la elevada mortalidad de la caza, porque no se puede andar a tiros por las calles (como mucho usar jaulas como las de Lugo o arcos como en Cambre o Madrid) ni hay bajas por desnutrición como en el campo, debido a la gran cantidad de alimentos. La consecuencia de estos nuevos hábitos del jabalí urbano es una natalidad mucho mayor que agrava el problema. Los daños en el mobiliario urbano por ahora son escasos, pero no así en el césped y las plantas de los jardines; como tampoco parece tenerse en cuenta la capacidad de estos gorrinos de transmitir enfermedades o atacar a las mascotas, sin que sea descartable el contagio de algunas a personas, lo que se conoce como zoonosis. El jabalí sigue siendo, hoy por hoy, el principal responsable de la triquinosis en España.

Pero el control de la sobrepoblación de jabalíes en Galicia, para la que la caza ya se ha mostrado poco efectiva, no se tomará en serio por parte de las autoridades hasta que se produzca un encuentro fatal entre bicho y ser humano. Es cuestión de tiempo. De momento ya se han producido algunos sustos de animales para hacerse con bolsas de comida o hembras con crías molestadas por aventureros del selfie y youtubers aficionados que sobrepasaron la línea de seguridad en busca de la gloria. La presencia cada día mayor de jabalíes en espacios urbanos y su cada vez mayor contacto con el hombre hacen que el conflicto, y seguramente también la tragedia, sean inevitables.

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