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Efecto contagio en la izquierda

PSdeG y Bloque, que hasta ahora celebraban cada lío interno de En Marea como un triunfo propio, ya no lo ven tan claro

A deputada no Parlamento Galego, Paula Quinteiro, antes de comezar a reunión do Consello das Mareas. XOÁN REY (EFE)
photo_camera A deputada no Parlamento Galego, Paula Quinteiro, antes de comezar a reunión do Consello das Mareas. XOÁN REY (EFE)

EN MAREA es para la izquierda gallega como el amigo chistoso de la pandilla: tan imprescindible al principio como cansino al final. Aunque no lo confiesen abiertamente, tanto el PSdeG como el Bloque han disfrutado mucho estos años a cuenta de sus compañeros de bancada. Primero, con el menguante grupo parlamentario de Age y después, con el convulso alumbramiento y desarrollo del proyecto de En Marea. Sumidos en su peor crisis electoral en años, tanto socialistas como nacionalistas encontraron algo de consuelo en esas desgracias ajenas.

Cada lío interno, traición, filtración u otro tipo de maniobra entre los socios de la alianza deteriora la imagen de la marca En Marea en cualquiera de sus variantes —nacional, autonómica o local—, un desgaste en el que el resto de la izquierda ve una oportunidad en forma de votos.

Al menos esa era la visión que había hasta ahora, porque en el PSdeG y en el BNG cada vez son más los que empiezan a ver con cierta preocupación esa deriva interna de En Marea. En un escenario como el gallego, donde existe un partido tan hegemónico como el PPdeG, unos y otros son conscientes de que la única forma de derrotarlo pasa por la construcción de alianzas entre la izquierda. Y, más importante todavía, que la ciudadanía sea capaz de visibilizar esos pactos como algo posible y fiable.

El elemento de inestabilidad que introduce a día de hoy En Marea en el conjunto de la izquierda es innegable. Fernández Leiceaga aprovecha cada ocasión para reivindicar ese esfuerzo de las distintas siglas por presentarse como una alternativa al PPdeG y los de Ana Pontón también empiezan a verle las orejas al lobo, ya que esta semana contraponían en petit comité por los pasillos del Parlamento la balsa de aceite que supone hoy el gobierno bipartito de la Diputación de A Coruña con los agitados ejecutivos locales de las mareas.

Por eso, socialistas y nacionalistas temen que si en el futuro mezclan a concejales, diputados provinciales o conselleiros de las mareas en sus bipartitos, estos contagien su inestabilidad a los gobiernos.

Razón no les falta, aunque lo que quizás no están midiendo bien PSOE y BNG es que, por ahora, las encuestas no solo están perdonando a las mareas sino que incluso las refuerzan. Y eso ocurre porque sus votantes no penalizan este tipo de conflictos, al considerarlos normales en un de matrimonio de conveniencia política como En Marea.

→ Historia de un retrovisor
Aunque el automóvil se inventó en 1886, no hay referencias al primer espejo retrovisor hasta 1906, cuando a nivel literario se describe como una conductora sujetaba uno de maquillaje con la mano para ver lo que ocurría detrás. Oficialmente, Elmer Berger no patentó este invento hasta 1921, 35 años después del primer coche. Así que si los turismos circularon más de tres décadas sin él, también pueden hacerlo ahora. Al menos eso es lo que debió de pensar la persona que, según la versión de la Policía, se dedicó a romperlos en la noche compostelana. Sin saberlo ni quererlo, este joven estaba precipitando el último terremoto político de En Marea y quien sabe si algo más gordo en la historia política reciente de la comunidad.

La diputada Paula Quinteiro fue identificada entre este grupo de supuestos vándalos y, aunque ella no fue la autora material de los daños, se le reprocha a nivel social su pasividad ante los hechos y a nivel político, su actitud con los agentes, exhibiendo su condición de parlamentaria. Fue un error, un "disparate", según Beiras. Una forma de enterrar una carrera política a los 27 años, porque en un país como el nuestro, pase el tiempo que pase, Paula Quinteiro ya siempre será en el imaginario colectivo la del retrovisor, como Pepe Blanco sigue siendo el de la gasolinera o Paula Prado la de los "regalos de la hostia". Y el hecho de que ninguno de los trece compañeros del Parlamento saliese en su defensa resulta de lo más significativo: la política viguesa nunca encajó bien en ese grupo.

Cosa distinta es que en España exista la percepción de que un acto vandálico tenga más coste político y social que el saqueo masivo de empresas o instituciones. No es un debate nuevo, porque ya se hablaba de él cuando El Lute fue perseguido por robar gallinas, ni es culpa de ningún partido, sino de todos nosotros como sociedad. Eso sí, lo que está claro es que la forma de solucionarlo no es a golpes con los retrovisores.

SÁNCHEZ Y CABALLERO PRESUMEN DE SU BUENA SINTONÍA EN A CORUÑA
LA BUENA sintonía entre Ferraz y la nueva dirección del PSdeG volvió a quedar patente en A Coruña, donde el Pedro Sánchez y Gonzalo Caballero participaron en un acto social sobre las pensiones. Hubo algo parecido a un baño de masas a pequeña escala y un ambiente añorado en el socialismo gallego, con Valentín González Formoso ejerciendo de anfitrión y otros rostros visibles del partido entre el público. La ciudad que antaño fue talismán del socialismo español se volcó con el líder del partido, que no la pisaba desde mayo del año pasado. Eso sí, hubo quien echó en falta un discurso en clave más galaica y no tan centrado en cuestiones de ámbito nacional.

Portomeñe añora la política de su época
A principios de 1990, en una taberna de Santiago, con una jarra de vino, unos vasos y un grupo de colaboradores que aportaban ideas que se iban recogiendo en unas servilletas de papel. Así nació el primer Xacobeo de la era moderna, el de 1993, para muchos el mayor y mejor producto de márketing de la historia de Galicia. Aunque fue Manuel Fraga quien se llevó la fama, el que estaba en la taberna era su conselleiro de Cultura, el taboadense Víctor Manuel Vázquez Portomeñe, al que de vez en cuando le gusta recordar aquel episodio. "Andalucía preparaba a Expo, Cataluña os Xogos Olímpicos, e entón eu acordeime que o 93 era Ano Santo", relató en la Radio Galega, donde también confesó que aún guarda las servilletas originales en las que se esbozó aquel primer programa del Xacobeo o que en el PP todavía le piden algún consejo. Y dejó un aviso para navegantes: los partidos políticos de su época se ponían de acuerdo con más facilidad que hoy porque "o que primaba era o que nos unía, non o que nos separaba". Dicho queda. 

El enfado del senador Modesto Pose
​Esta semana un grupo de senadores del PSOE expresó abiertamente su malestar con su jefe de filas, Pedro Sánchez, por su propuesta de limitar la subida salarial a sus representantes en las Cortes a un 0,25% en solidaridad con los pensionistas. Entre ellos está el gallego Modesto Pose, elegido senador por designación autonómica en julio de 2016 en una polémica votación en O Hórreo en la que ni siquiera logró el apoyo de todo el grupo del PSdeG. Bien haría el político arousano en explicar que lo que le molesta del anuncio de Sánchez es que se trata de un guiño para la galería más propio de Podemos que de un partido con la tradición del PSOE, dentro de esa absurda competición de gestos que mantienen ambos partidos para conquistar al electorado de izquierdas —mientras Cs, por cierto, les roba al de centro—. Porque estas cosas, si no se explican bien, suelen dar lugar a malentendidos, como que Pose no se siente suficientemente remunerado con los aproximadamente 5.000 euros —por redondear— que percibe como senador.

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