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Esto antes no me pasaba

Pensamientos. AEP
photo_camera Pensamientos. AEP

QUIZÁS SON solo cosas mías, pero para mí que algo no va del todo bien cuando tienes que levantarte un sábado a las ocho de la mañana para ir a hacerte una radiografía al Hula. A lo mejor es solo un efecto burocrático interno, de ajuste de horarios y optimización de recursos, pero el caso es que no son horas. A mí esto antes no me pasaba.

Le daba vueltas mientras esperaba a ser llamado por alguno de esos técnicos en radioimagen que aparecen en el momento más inesperado por cualquiera de las puertas de acceso que forman en hilera ante mí, obviando por completo la pantalla digital que se supone que debe distribuirnos en función de los números asignados por la maquinita. Cada servicio del Hula tiene sus cadaunadas. Tanto da, lo importante es que funcione.

Pensaba que Isa, que sobrevuela todo como un águila y es despierta como un gorrión, me lo había notado antes que yo: "Algo te pasa, estás raro, como enfadado", me había dejado caer justo ayer, como de pasada. Es lista, la jodida, y se fija, hay veces que te mira y parece que hasta entiende lo que le estás diciendo, tal cual una persona.

Supongo que raro es lo mínimo que uno puede estar cuando ha empezado a escribir este artículo en su cuarta o quinta visita al Hula en lo que va de año. Me manda más SMS el Sergas que mi compañía de teléfonos. Son señales de que podría ser una buena idea tomarme la salud en serio. Nada, por otra parte, que no lleven años recomendándome médicos de las más variadas especialidades, alguno de ellos con tal insistencia y modos tan conminativos que a punto estuve de denunciarlo por acoso, bendito sea.

Igual es que lo de cuidarse no acaba de funcionar por recomendaciones ni consejos, que depende más de la autoconvicción, la voluntad o el miedo que de los argumentos. Los seres humanos siempre fuimos muy buenos engañándonos a nosotros mismos, o al menos yo lo soy. Solo que no es fácil seguir creando disculpas convincentes cuando caes en que conoces las indicaciones y los principales efectos secundarios de la mayor parte de los medicamentos que les acaban de recetar a tus amigos. De muchos de ellos, incluso sus principios activos, sus genéricos y las células de tu organismo sobre las que actúan para proporcionarte su cuota de satisfacción. Hay que pasarse muchas pantallas del juego para aprender que las drogas químicas son capaces de hacer realidad los milagros que los dioses solo alcanzaron a prometernos.

Sentado frente a esa hilera de puertas, pendiente de cuál se abre para pronunciar mi nombre, intento recordar el nombre de todos los medicamentos que tomo, de manera habitual o esporádica, pero en todo caso familiares por la costumbre. Son demasiados. Puedo repasar para qué es cada uno e incluso el aspecto de la pastilla o el envase, pero  no todos los nombres. También es cierto que a lo mejor no es solo culpa mía, que los nombres de los medicamentos no son de mucha ayuda. No pretendo ser más listo que nadie, y menos aún que los expertos de la industria farmacéutica, pero no es muy normal que la mayor parte de los anuncios de medicamentos se centren en que nos aprendamos esos nombres imposibles. Tendrá su razón de ser, no digo que no, pero raro es. Y más sabiendo que al final lo que hace todo quisque es ir a la farmacia y pedir "la crema esa para el dolor de espalda que anuncian en la tele" o "la cosa para la tos que viene en polvos anaranjados". Un farmacéutico tiene que saber bastante más de lingüística que de química.

A lo que iba, que algo tiene que significar estar aquí sentando un sábado a las ocho y media de la mañana, más que nada porque la última vez que recuerdo estar despierto en estas circunstancias acababa de llegar a casa. Supongo que llega un momento en la vida de una persona en el que hay que afrontar decisiones drásticas, así que según me hagan la radiografía voy a pasarme por Atención al Paciente para poner una queja por las citas a estas horas: le estropean la salud a cualquier enfermo

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