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Aulas 'No Frost'

Un aula vacía. G. GARCÍA

A VECES LAS personas somos muy tontas, dicho sea en el sentido orteguiano tanto lo de personas como lo de tontas. En mi caso lo acabo de confirmar con una nevera que he comprado, No Frost y no sé cuántas leches más, que de inteligente que es llega con más títulos certificados que algún dirigente de la oposición. Es, de lejos, más lista que yo.

Aún no he dado con él, pero seguro que alguno de los programas que trae le hubiera permitido tomar las medidas del hueco de los muebles de la cocina mejor de lo que yo lo hice. O al menos hubiera detectado que algo no iba bien a las primeras señales, cuando casi tuve que echar abajo la puerta del portal para meterla y desmontar todos los pasamanos del ascensor para que cupiera. Porque eran señales muy claras, pero yo nada, ni las olí, empeñado en demostrar a mi mujer, a los dos pobres operarios que venían a traerme el aparato y que se temían que iban a pasar allí media tarde cuando todavía les quedaban un montón de pedidos por entregar, a mi amigo Jose que había venido a echar una mano, a un vecino que miraba mis maniobras desde las escaleras temiendo que dejara a toda la comunidad sin ascensor y al mundo en general, que había realizado la compra ideal, que todo estaba perfectamente planificado y controlado y que ningún obstáculo podía frenar mi determinación.

Cuando por fin llegué a mi cocina encabezando la comitiva, triunfante, con mi nevera detrás arrastrada por los operarios, casi abultaba yo más que ella de lo inflado que llevaba el pecho. Porque no estaba todavía enchufada, pero si lo hubiera estado, con lo lista que es, seguro que en ese momento la nevera me hubiera ido susurrando por detrás: "Recuerda que eres mortal". Fijo que también tiene un programa para esas cosas, he de mirar mejor las instrucciones.

Planté a los operarios ante el hueco que había hecho previamente, desmontando muebles hasta conseguir la altura y la anchura necesarias, y se lo mostré con orgullo de padre: ‘Ejecuten’. Diez minutos después, me miraban con cara de que en efecto querían ejecutarme, pensando en el camión lleno de pedidos por repartir que todavía les esperaba abajo. Tras meter a presión el aparato en hueco, a puro huevo, descubrimos que me había olvidado de medir la profundidad: la nevera sobresalía un palmo largo y las patas ni siquiera llegaban a apoyarse sobre la plataforma. Lo único No Frost en ese instante en mi cocina era la nevera, porque el resto era sudor escarchado y miradas de hielo.

Quizás más por pudor que por empatía, liberé a los operarios de la obligación de contemplar el final del hundimiento con un "bueno, ustedes tendrán cosas que hacer", y allí quedó un enorme mamotreto gris ocupando el centro de la cocina. Toda la cocina, de hecho. Un par de días hemos tardado Jose y yo en hacer y rehacer muebles hasta encontrar una solución. Mala, por supuesto; la mejor posible, pero mala.

Ahora la nevera ya está en su sitio, para los restos. Viene con diez años de garantía de fábrica, la maldita, lo que significa que si todo le va medio regular aguantará muchísimos más. Dada mi edad y mi salud es más que probable que me sobreviva, así que he de asumir que todas y cada una de las mañanas de mi vida me levantaré, iré a buscar las naranjas y la leche a la puta nevera y ella estará ahí, entre armarios malamente encajados, para recordarme no solo que soy mortal, sino bastante tonto.

No se me va de la cabeza la nevera mientras escucho a nuestros responsables políticos, todos ellos con jeta No Frost certificada, explicar las medidas que han tomado para que en unos días nuestros hijos encajen en las aulas de colegios e institutos. Y solo pienso en las que no han tomado, que son casi todas.

Después de cuatro meses de aulas vacías por la pandemia y de los meses de verano, hemos llegado al principio de curso sin que la mayor parte de las medidas recomendadas se hayan puesto en práctica: ni más aulas, ni menos alumnos por aula, ni más profesores, ni profesionales sanitarios adscritos a los centros, ni previsión de mejora de la enseñanza online por si se vuelve a necesitar, ni acciones contra la brecha digital, ni protocolos claros de toma de decisiones y asunción de responsabilidades... Nada. Y no será porque no han tenido oportunidades para haber detectado las señales.

Pero las personas, a veces, somos así, no somos tan inteligentes como algunas neveras. Espero y deseo, por el bien de todos pero sobre todo por el bien de mis hijos, que al final todo se vaya arreglando como se arreglan las cosas cuando no nos da para más, a base de encajarlas y desencajarlas hasta encontrar el hueco en que asentarlas con cierta seguridad, aunque no sea lo mejor, aunque sea malamente. Más nos vale, porque ninguno de nuestros hijos trae garantía de fábrica.