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Detrás de la verdad judicial

La justicia no puede perder tiempo y recursos en perseguir unicornios
O Garañón. XESÚS PONTE
photo_camera O Garañón. XESÚS PONTE

La verdad. No hay nada más engañoso que la verdad. Por eso la mayoría de las veces tenemos que añadirle matices, como pasa con la verdad judicial. Esto me costó entenderlo, cuando uno llega de nuevo al mundo de la información judicial hay un sinfín de cosas que no comprende. Por ejemplo, que no hay nada menos fiable que un testigo presencial. He visto decenas de veces a un testigo contar su versión de lo sucedido ante un tribunal, convencido de estar relatando la verdad, su verdad. Hasta que entraba otro testigo presencial, situado en el mismo momento y el mismo lugar, viviendo los mismos hechos, y contaba otra verdad que no coincidía en nada con la del anterior, pero que sonaba igual de sincera y poderosa.

Es por este tipo de cosas que la verdad no importa en el sistema judicial. La verdad es algo etéreo, inaprensible, es un unicornio, la Justicia no puede perder tiempo y recursos buscándola. Esto es algo que nos cuesta comprender como sociedad, pero es uno de los pilares del funcionamiento del sistema de Justicia: la verdad no importa, solo importa la ley. Y por momentos ni siquiera la ley, solo importan las pruebas.

Y el procedimiento. El procedimiento importa tanto como las pruebas, a veces más. No todo vale, ni siquiera aunque justo, porque lo que puede ser justo o no lo decide cada actor en cada momento, sea investigador, juez, fiscal o abogado, según las circunstancias. Para eso inventamos el procedimiento, para establecer las reglas de juego y limitar las tentaciones justicieras.

A todo esto lo llamamos Derecho. Quizás no sea del todo justo, pero es del todo necesario. Es lo que nos permite definir nuestra sociedad como un estado de Derecho, y está bien. El estado de Derecho es lo que hace posible que la verdad judicial absuelva a algunos culpables o condene a algunos inocentes, pero sobre todo que la inmensa mayoría de los culpables sean condenados y la inmensa mayoría de los inocentes, absueltos.

Ninguna obra es perfecta. Lo importante es que las reglas de juego sean de partida las mismas para todos, igual para un policía que para un criminal, para un fiscal que para un procesado, para un abogado que para su cliente, para un justiciable que para un juez. En especial para un juez, porque pocas cosas hay tan dañinas para el estado de Derecho como un juez justiciero en una cruzada por la verdad.

En Lugo estamos aprendiendo mucho sobre esto, a la fuerza ahorcan. Años y años de investigaciones desreguladas, de sospechas sin pruebas y de pruebas sin amparo procesal, de miles de horas de trabajo a destiempo, de millones de euros de recursos limitados... van directos al desagüe de la verdad judicial. 

Muchas veces es más fácil para todos presentar los sumarios en números de folios, de tomos, de tiempo, de testigos, de imputados, porque presentarlos en números de vidas sería menos tolerable. Pero es lo que hay al final, vidas: las de víctimas que quedan sin respuesta, las de inocentes que quedan señalados, las de culpables que quedan blanqueados. Las de ciudadanos que pierden la fe.

En un estado de Derecho las normas deben ser iguales para todos. También para los jueces justicieros en una cruzada por la verdad que hacen posible con su comportamiento irresponsable que la mentira pueda sacar pecho. Enhorabuena a los agraciados por la verdad judicial. 

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