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Las manos en los bolsillos

Los algoritmos y Bertín Osborne me hacen sospechar que estoy cerca de la ruina
Bertín Osborne. AEP
photo_camera Bertín Osborne. AEP

ME HA ESCRITO Bertín Osborne. Supongo que no solo a mí, pero a mí también, y para una vez que me pasa algo emocionante no puedo dejar pasar la ocasión de comentarlo. Ha sido por e-mail, aunque la ilusión del primer momento al ver el mensaje de Bertín se me vino un poco abajo a la segunda oportunidad: lo he notado un poco frío, distante, diría que impersonal. Va a tener que trabajarse más esta relación si quiere que nos veamos, en su casa o en la mía.

Bueno, en mi casa mientras siga siendo mía, porque el mensaje de Bertín me ha dejado muy preocupado. Ha unido su imagen a la de un despacho de abogados especializado en la Ley de Segunda Oportunidad, "una legislación", me cuenta, "que ayuda a personas que se encuentra arruinadas a poder empezar de cero eliminando sus deudas".

Yo algo sospechaba, pero no sabía que estaba tan mal; son de esas cosas que vas dejando para luego y nunca te pilla bien ponerte a mirar. Pero si el algoritmo de Google, que es quien mejor me conoce en este mundo después de mi madre, y un despacho de abogados especializados han coincidido en que soy un cliente potencial de este producto, por algo será. Yo empecé a temer y a respetar mucho a los letrados para las cosas de los dineros un día que estaba cubriendo un juicio en los juzgados y alguien comentó: "¡Mira si hace frío hoy, que todos los abogados llevan las manos dentro de sus propios bolsillos!". Y era verdad.

O sea, que lo que me ha escrito en realidad Bertín Osborne es una advertencia. Lo que no acabo de entender muy bien es qué pinta el cuñado de todas las Españas en este fregado. En el correo del despacho de abogados superespecializado en clientes arruinados aparece como uno se espera que aparezca Bertín cuando llamas al timbre de su casa, en mangas de camisa, con los botones desabrochados hasta medio pecho, con la sonrisa satisfecha de quien se acaba de meter un plato de jamón ibérico con dos copas de Marqués de Murrieta y está pensando en darse un bañito en la piscina para hacer tiempo hasta que la chacha tenga lista la comida. Al lado de su foto, en letras grandes de un verde que se me hace muy familiar y que le pega mucho, una frase: "Tu deuda es nuestra deuda".

No funciona, definitivamente. Uno ve a Bertín promocionando mejillones, y sí, apetecen mejillones. Porque si un tío como Bertín no sabe de comer mejillones buenos, no sabe nadie. O cámaras de seguridad para segundas residencias. O revistas de caza y pesca. O americanas cruzadas de Cortefiel. O una campaña de revisión de próstata de la Consejería de Sanidad de Murcia. Hay cosas que sí.

Pero no acabo de ver el punto de identificación que podría tener una persona arruinada y ahogada por las deudas con un privilegiado como Bertín Osborne. Lo más cerca que ha debido de estar de reclamar una ley de segunda oportunidad fue esa vez que publicó un disco que se titulaba Yo debí enamorarme de tu madre, y ni siquiera está claro si la segunda oportunidad sería para él, para su novia o para la madre que la parió.

Espero que los abogados de ese despacho tan exclusivo sean mejores haciendo su trabajo que eligiendo a famosos para sus campañas, pero creo que el día que me arruine no les voy a dar ni la primera oportunidad. Mejor que sigan manteniendo las manos dentro de sus propios bolsillos.