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Mascarilla Men Expert

La naturaleza no me concedió un físico del que presumir. Es en estos pequeños detalles en los que la evolución demuestra su determinación y eficacia, su sabiduría incluso. Por dos motivos fundamentales: primero, porque si al resto de dones y capacidades evidentes con las que me ha favorecido hubiera añadido un físico desde el que lucirlas, la naturaleza habría sido innecesariamente injusta con el resto de sus hijos (y no digo ya si además me hubiera dado destreza como para rasgar tres o cuatro canciones a la guitarra, un escándalo); y, segundo, porque con este carácter y esta soberbia mía, si en lugar de ser un mequetrefe hubiera tenido un cuerpo para llevar las hostias que me he ganado, no hubiera sobrevivido ni a mi juventud.

La cosa es que soy como soy, no digo difícil de mirar pero tampoco fácil de ver detenidamente. Si entramos en detalles, ni a riquiño llego. Pero no me quejo. Bueno, no me quejo ahora, hasta lo de las mascarillas.

Yo no estaba especialmente molesto con la mascarilla hasta hace nada. Entre otras ventajas, me he acostumbrado a esconder tras ella algunas reacciones incontroladas que antes me delataban y me hacían merecedor de aquellas hostias esquivadas por los pelos; me sirve de disculpa cuando no reconozco a alguna persona que me saluda cuando me la cruzo por la calle, y me ayuda a justificar la dicción arrastrada por la lengua pastosa en las contadísimas y ciertamente excepcionales ocasiones en las que bebo de más. Y, qué coño, que a mí cualquier trapito que me ponga encima me sienta bien, lo malo es cuando me los quito.

Hasta que hace unos días me dio por fijarme, creo que la primera vez fue en el espejo del ascensor. El reflejo lucía unas enormes bolsas debajo de los ojos, lo único que deja ver la mascarilla, que a cara descubierta habían pasado desapercibidas entre el resto de imperfecciones. No ojeras, no: unas enormes bolsas como embalses, que me hicieron pensar en llamar al Concello para negociar la instalación de unas minicentrales eléctricas como las de la Fábrica de la Luz. Pasé porque conociendo los persistentes problemas de nuestro Ayuntamiento con las adjudicaciones de contratos públicos era fácil que acabásemos en los juzgados, pero la preocupación ahí me quedó.

El marrón le cayó a mi mujer, como siempre. Cuando le comenté lo de mis bolsas me devolvió esa mirada ya tan familiar de "este es gilipollas", que no hay mascarilla, y buscó en algún sitio un pequeño botecillo de L’Oreal Men Expert Hydra Energetic Ojos, que prometía "cuidado instantáneo antifatiga" con "triple acción: difumina las ojeras, reduce las bolsas y alisa las arrugas de expresión". Yo no me acordaba, pero ella sí, que me lo había regalado hacía lo menos un par de años, se ve que algo había visto entonces que yo no. Otra cosa no tendrá, pero observadora...

Y una bendita, las cosas como son. Por amor, por pena o por no aguantarme, allá ella, a los dos días trajo refuerzos: un envase igual de chiquitín que el otro pero negro que lucía en letras mayúsculas Force Supreme. Eye Architect Serum. No sé gran cosa de cosméticos, pero detrás aún traía la etiqueta del precio: 32 euros. Lamenté no haber llamado al Concello en su momento para lo de las minicentrales, si la energía está cara no les quiero contar lo de los cosméticos.

Llevaba ya un rato bueno echándome de los dos botecillos, unas mañanas de uno y otras de otro, según cuadraba el que estaba más a mano, masajeándome suavemente las ojeras con un empeño torpe y una delicadeza que no he tenido ni con mi madre, cuando me di cuenta de que aquello seguía igual, o peor. Decidí presentar una queja formal, a mi mujer.

Intrigada, o quizás solo desconfiada, comprobó mi arsenal de cosméticos para ojos. Junto a los dos envases resultó haber uno de pomada de forma similar, con el mismo sistema de dispensación y un fluido igual de sospechoso, pero adquirido en farmacia como remedio para secar granos y verrugas.

He decidido depositar todas mis esperanzas en que podamos quitarnos las mascarillas pronto y las imperfecciones vuelvan a interactuar unas con otras. El problema tampoco es tan grave, al fin y al cabo el reflejo que me devuelve el espejo del ascensor no tiene ni una sola verruga en sus enormes bolsas bajo los ojos.

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