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El ruido de la calderilla

LO APRENDIMOS en las novelas y en las series y en el cine negro: cuando todo parezca más confuso, cuando los caminos se enmarañen hasta ocultar la salida, cuando cada novedad solo añada más caos y duda, sigue al dinero. Nunca falla, el dinero es como el agua de riada, siempre encuentra un cauce, aunque para ello tenga que arrastrar todo lo que encuentre por delante. Sigue al dinero.

También en este momento de algarada de bandera y crucifijo, patriotismo de baratillo y asonada de carajillo. Cada vez que España se ha roto ha sido por el dinero, que es miedoso y avaro. El dinero que siempre gobernó España es dinero viejo, nacido del rentismo y criado en el privilegio, sin sentido del bien común ni idea de patria, sin más ambición que la acumulación. En España el dinero viejo no es liberal o conservador, es reaccionario: no confía en su propia capacidad para el riesgo y la inversión, solo medra en el privilegio de cuna.

El dinero ya nos ha dado pistas suficientes, solo hay que seguirlas. El Ibex 35, el mercado bursátil en el que cotizan las mayores de las empresas nacionales, alcanzaba el día después de la investidura de Pedro Sánchez los 9.750 puntos, el máximo desde febrero de 2020, antes de la pandemia. Ese mismo día, la prima de riesgo ofrecida a los inversores internacionales en bonos del Estado español bajaba de los 100 puntos; no había estado en ese nivel desde julio y en octubre había alcanzado los 114 puntos. Nos habían dado unas cuantas pistas antes, con sendos editoriales del Financial Times y The Economist apoyando el pacto del PSOE con Junts para hacer posible la investidura de Pedro Sánchez: mejor un Gobierno conocido que la inestabilidad y la incertidumbre de otras elecciones.

No parece que el dinero esté especialmente asustado por el golpe de Estado dado por el Parlamento, el Gobierno ilegítimo salido de las urnas, el ataque al Poder Judicial independentista o la opaca amnistía tramitada como proyecto de ley. Como tampoco lo está por la renegociación de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómica: es asombroso cómo la condonación de deuda a Cataluña ha desaparecido del primer plano de las protestas en cuanto se supo que habrá una medida similar para el resto de las comunidades. Amiguiños sí, pero la vaquiña por lo que vale.

Una cosa es que los barones autonómicos del PP apoyen a la directiva de Génova en sus soflamas y otra muy distinta que vayan a inmolarse por ella. Un líder de la oposición es como un entrenador de un equipo de fútbol rico: hace las alineaciones, pero teniendo siempre presente que cualquiera de los jugadores de la plantilla cobra más que él, tiene más oportunidades de lucirse ante los aficionados y ha firmado una cláusula de rescisión más alta, por lo que si no gana títulos al club siempre le saldrá más barato echarlo a él.

Lo que nos quiere decir el dinero, que tiene la habilidad de saber escuchar entre el ruido y de encontrar el camino entre las banderas, es que todo esto que estamos viviendo no tiene nada que ver con la ruptura de España, con la muerte de la democracia o con la igualdad de los españoles. Se trata, nada más y nada menos, de ver quién controla unos Presupuestos que van a ser dopados con más de 145.000 millones de euros ya comprometidos de fondos europeos, que serán gestionados directamente y repartidos a las comunidades autónomas y a los diferentes sectores por el Gobierno. De ahí la satisfacción de Pedro Sánchez y la rabia de Alberto Núñez Feijóo, vamos a dejarnos de chorradas.

El dinero nos trae estos días dos noticias, una buena y una mala: la buena es que España no se rompe; la mala, que está seguro de que sus privilegios seguirán a salvo. Para los demás queda la propina, solo ruido y calderilla.

MUNDOS PARALELOS
El Rey hace pucheros
Llaman la atención las crónicas sobre la cara de disgusto del Rey en la toma de posesión de Pedro Sánchez, haciendo pucheritos como un niño disgustado. No creo que sea para tanto, Felipe VI sabe perfectamente que una vez que ha optado por dejar que las derechas patrimonialicen su figura, el PSOE es el único dique que le queda para que el sistema parlamentario le siga asegurando su protección. Son mohínes de Borbón caprichoso. España los conoce bien.

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