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Sociopatía de garaje

ESTA MISMA SEMANA, mientras los demás perdíamos miserablemente el tiempo como solemos, ya sea trabajando para no salir de pobres o limpiando el culo a nuestros hijos o cualquier otra cosa tontamente improductiva que se nos ocurra, la "élite empresarial" se reunía en A Coruña en un congreso para directivos y ejecutivos. Digo así, la "élite empresarial", porque es como los medios hemos dado en llamar a esta gente para diferenciarlos a simple vista de la "chusma trabajadora", que somos casi todos los demás.

Élite empresarial es lo más alto que se puede llegar en una vida, es una categoría absoluta, que imprime carácter y que una vez adquirida ya no se pierde, ni aunque uno se empeñe. Hay muchos caminos hacia el éxito, hacia el reconocimiento, pero ninguno con esta solidez. Alguien puede ser, pongamos, una top model cotizadísima, el actor más aclamado o el más letal de los delanteros, pero nada asegura la presencia permanente en esas posiciones. El paso del tiempo y la acción de la gravedad, un par de papeles mal elegidos o una nueva estrella rutilante que eclipsa la pantalla o una lesión cruzada a destiempo y ya te has convertido en Norma Desmond.

Sin embargo, una vez que esta sociedad te señala como élite empresarial, no hay negocio fallido ni desatino económico ni sospecha fundada que ponga en riesgo esta condición. Cualquier exceso o desvarío es no solo perdonado, sino escuchado con respeto e interés, y hasta seguido a rajatabla, por si acaso. Y más nos vale, porque a ellos que los demás pensemos que desvarían o que, sencillamente, son unos sociópatas con la capacidad empática de un tiburón, les preocupa más bien poco. Y tienen el poder para convertir sus sueños en nuestras peores pesadillas; a este proceso, lo llaman negocio.

Por ejemplo, la intervención más celebrada en el foro coruñés de esta semana fue la del mexicano Carlos Slim, un tipo para quien caer bajo significa aparecer tercero en la lista Forbes de personas más ricas del mundo. Para conservar el sistema, dijo, lo que hay que hacer es "ampliar la edad de jubilación hasta los 75 años". Hay que ser pero que muy élite empresarial para poder plantear algo así y que una turba de ciudadanos desocupados no te prenda fuego allí mismo.

Luego, en animada conversación con otros iguales, como César Alierta, las ocurrencias fueron hacia caminos ya esperados y trillados, como la contrastada superioridad del capital privado en la creación de riqueza y bienestar, la inutilidad de unos Estados castrados para la gestión y la pronta desaparición de lo público por el bien de todos antes de que nos hagamos daño.

Dos señores. Slim y Alierta, cuya capacidad para los negocios es infinita e incontestable, pero cuyas empresas insignia son firmas de telecomunicaciones antes públicas, y ya entonces muy rentables, que supieron comprar a precios de semana fantástica. Privatizaciones, hay que recordar, ordenadas en el caso de Slim por un gobierno atravesado de lado a lado por la corrupción en un país que en ocasiones ha sido definido como un narcoestado; o, en el caso de Telefónica, negociada entre amiguetes en aquella España que Aznar y Rato se inventaron en un garaje.

Esto de los garajes como metáfora de la búsqueda del éxito personal siempre fue muy de este capitalismo majete, en el que cada uno va reahaciendo su currículum a media que va necesitando olvidar su pasado o despistar su presente. Hasta el Inditex de don Amancio resulta que "también nació en un garaje", que dijo ese mismo día Pablo Isla, otro puntal, que lo es, de la élite empresarial. No se acordó de hablar, o no lo hizo por no resultar presuntuoso, de la suerte que tienen los miles de niños, mujeres y hombres que ocupan garajes tercermundistas cosiendo para Inditex por unos céntimos al día; ya tienen todos ellos lo fundamental para llegar a ser élite empresarial, muchas ganas de trabajar y un garaje.

También son ganas de fastidiar, de todas las maneras, que justo la semana que les da a todos por nacer en un garaje, venga el creador de la leyenda capitalista por excelencia a romper la baraja: «Lo del garaje es un poco un mito. Ya que realmente no diseñamos el Apple I en el garaje, no creamos placas de circuitos y tampoco hicimos prototipos o algún tipo de fabricación en el mismo», ha dicho Steve Wozniak, el hombre que creo junto con Steve Jobs la emblemática Apple y dio vida a la fábula de la cochera.

Qué decepción, a ver si va a resultar que todo eso que nos contaban nuestras élites empresariales era solo una versión interesada. No será para tanto, de todos los modos, mientras contemos con empresarios capaces de convertir en realidad, solo con su esfuerzo y un par de ideas, el sueño del garaje de oro. Como los directivos de Volkswagen, que nos los han llenado de coches venenosos y tramposos, pero de una rentabilidad muy eficiente que les ayuda a sobrellevar mejor la ingratitud de tanto comprador desagradecido.

Son estas personas, protagonistas, causantes y beneficiarios de la enorme estafa del capitalismo de rostro humano, las que nos marcan el camino, las que tienen el poder de decidir y la voluntad de ignorarnos. Y a cambio de tanto como nos dan, nuestra élite empresarial nos pide apenas nada, insignificantes renuncias: a un salario digno, a unos derechos, a un futuro, a una jubilación cuando aún estemos vivos. Son cosas prescindibles cuando se trata de salvar un sistema que nos va permitir trabajar hasta los 75 años. No seamos tan egoístas.

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