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Unas orejas de elfo

Mi hija quiere ser un elfo. No ser un elfo todo el rato, definitivamente. O eso creo entender, porque también quiere ser una cantante gótica y turbadoramente siniestra estadounidense, una feminista radical empoderada y una estrella coreana de K-pop altamente sexualizada que viste falditas de colegiala.

Las opciones son tan amplias que la de elfo me parece tan válida como cualquier otra. Como periodista he aprendido que uno no debe hacer una pregunta si no está dispuesto a publicar la respuesta, sea la que sea; como padre he aprendido que no quiero saber la respuesta, más que nada por pánico a que sea justo la que más temes. Así que voy navegando estas aguas de la preadolescencia sin rumbo ni timón, según vaya la corriente.

Hace unos días navegábamos los dos por internet en busca de ropa que le gustase para encajar sus diferentes personalidades. No le llega con la que hay en Lugo, aquí no encuentra lo que busca y no me extraña: estoy convencido de que toda su vida será una eterna búsqueda, lo intuyo en su naturaleza. Compramos unos pantalones de aire hip-hop muy chulos, una sudadera anime y unas orejas de elfo. Esto fue lo que nos llevó más tiempo, la oferta de prótesis acabadas en punta es formidable: de silicona, de plástico, más largas, más cortas, con la punta hacia arriba o hacia los lados, en diversos tonos, en packs, en solitario... Ser un elfo parece ser una aspiración de lo más vulgar, a la altura del centro político español. Lo metimos todo en el carrito de la compra de Aliexpress y le dimos a finalizar compra.

ELFODesde entonces, todos los días pregunta si han llegado sus orejas. No han llegado. El miércoles, mientras comíamos, le expliqué que no se podía descartar que su alma élfica estuviera encerrada en un contenedor de algún enorme barco varado en el Canal de Suez, donde uno de ellos había derrapado interrumpiendo la mayor parte del comercio entre Asia y Europa.

Calculan que este buque varado en Suez está provocando pérdidas de 8.500 millones de euros a la semana, lo que en proporción puede ser tanto como el perjuicio a la economía mundial causado por la pandemia de covid, otro portacontenedores que se nos cruzó en el momento menos esperado para interrumpir nuestras vidas, varadas desde entonces.

Sinceramente, me importa tirando a poco lo de las pérdidas económicas por el atasco en Egipto. Si algo me ha quedado claro tras las últimas y sucesivas crisis es que en este sistema en el que la riqueza siempre fluye por los mismos canales, cada vez más estrechos, el dinero nunca se pierde: lo que unos dejan de ganar sirve para enriquecer a otros, que muchas veces son los mismos con distintos collares y banderas. El dinero, al contrario que la vida, nunca se destruye, solo se transforma.

Lo que no me deja respirar es esa sensación de fragilidad, la constatación de la enorme distancia que hay entre lo que somos y lo que creemos ser, distancia que se hace sideral respecto a lo que queremos ser. Lo que me asfixia es el miedo a que cuando consigamos liberarnos de los buques que han embarrancado y taponan nuestro presente, descubramos que nuestras vidas siguen varadas porque no hemos sabido aprovechar para abrir nuevos canales, nuevas rutas por las que navegar, nuevos rumbos.

No creo que sea pedir demasiado, no aspiro a comprender los procesos mentales y sentimentales de una adolescente. Me conformo con que lleguen unas orejas de elfo que nos permitan desencallar nuestros sueños y navegar hacia nosotros mismos. Es nuestro derecho. 

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