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El crimen de Ribadumia, los hechos (I)

Hace más de cien años un horroroso crimen sacudió a Pontevedra y su comarca que concluyó con la sentencia de pena de muerte a garrote vil de dos mujeres, autoras confesas.
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Un suceso que conmocionó a toda la provincia durante varios años y del que podría formar parte de una serie de terror, pero fue un hecho real en el que había implicado un menor. Un caso atípico, ya que los crímenes perpetrados por mujeres, en general, no emplean la fuerza bruta y se decantan por el envenenamiento u otros métodos más lentos pero seguros. Como decían las crónicas de la época en El Progreso, "los detalles contenidos en este relato son tan horribles, denotan una dosis tal de sangre fría y ensañamiento, que la pluma se resiste poner a su pie el más pequeño comentario". Andrés Corbal Hernández, como alcalde de Pontevedra, pidió clemencia para conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua.

Todo empezó cuando una familia dio parte al cabo comandante de la Guardia Civil, Teófilo Rey, que había desaparecido de su domicilio el cabeza de familia Ramón C., de 47 años tratante de ganado de profesión. No pasaron muchos días cuando el 31 de agosto de 1912 se encontró el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición abandonado en un pinar, el hombre fue identificado como Ramón. Su mujer Manuela había comentado días antes en la zona que su marido había desaparecido tras su marcha el día 23, de ese mismo mes, para comprar un novillo a la Feria de Ganado de Pontevedra.

Ramón se había casado en segundas nupcias con Manuela, que ya tenía hijos. Las desavenencias dentro del matrimonio eran continuas, según la versión de su mujer por el mal trato y la tacañería de su marido. El día de autos, el 23 de agosto de 1912, Ramón llegó a su casa, "Al oscurecer de ese día llegó Ramón á su casa", acompañado de una de sus hijas, "Se sentó en la era para contar el dinero y después repartir con la familia algún pan comprado en Pontevedra cenaron todos juntos y se acostaron seguidamente los cuatro hijos pequeños".

Manuela y dos de sus hijas salieron a la era y la madre les entregó sendos palos. Manuela entró en el dormitorio para asegurarse de que su marido estaba dormido y volvió para dar la orden. Mientras ella esperaba en la cocina, para tener una buena vista por si alguien se acercaba a la casa, sus hijas entraron en el dormitorio de su padrastro con un palo, "Dirigiéndose á la cama en la que aquel dormía le acometieron súbitamente y le descargaron dos fuertes golpes en la cabeza". El hombre se levanto aturdido para caer fulminado al momento sobre la cama ya cubierta de sangre.

Una vez se aseguró la madre de que su esposo estaba muerto, las participantes se reunieron para discutir cómo deshacerse del cadáver. "A este fin le vistieron con sus ropas y calzaron con sus propios zapatos", unos de los cuales tuvo que cortar la madre porque no le entraba en el pie debido a la rigidez cadavérica. Con todo el trajín, golpes y gritos, los hijos pequeños se despertaron y aparecieron llorando desconsoladamente mientras la madre y tres de sus otros hijos desplazaban por la casa el cadáver del marido en volandas. Dejaron como pudieron el cuerpo sobre un burro y se lo llevaron a un lugar recóndito y aislado de cualquier casa, "Pusieron á un lado el sombrero y una vara de ganadero que usaba habitualmente la víctima, para alejar de este modo la sospecha que pudiera recaer sobre la familia y dirigirlas en el sentido de hacer suponer con tales indicios que algún extraño lo había matado pro el camino para robarle el dinero".

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Les pareció poco lo hecho hasta el momento y, después de un nuevo debate y puesta en común, decidieron echarle broza por encima y prenderle fuego, pero como las llamas no eran suficientes para consumir el cuerpo se marcharon por donde vinieron. Una vez en la casa familiar, una de las hijas fregó el dormitorio para eliminar las manchas de sangre, que como murió a golpes estarían por las paredes y en el suelo. Su madre, para asegurarse de que todo quedaba bien limpio, al día siguiente volvió a fregar sobre lo fregado.

Dos o tres días después las autoras de tan horripilante crimen, haciendo vida totalmente normal, comenzaron a propagar el rumor de que su marido y padre no había vuelto a casa como tenía previsto, después de la feria de ganado, y que posiblemente le habrían robado el dinero que llevaba encima después de la feria.

El cadáver de Ramón apareció el 31 de agosto y Teófilo Rey, un hombre con instinto investigador, sospechó inmediatamente de la mujer del finado, ya que seis años antes había agredido gravemente a su esposo. Rey, de inmediato, llamó al hijo de 15 años de edad para interrogarlo.

El joven contó que su padre había llegado a casa de la Feria de Pontevedra con 320 pesetas. Que se acostó y se despertó al oír gritos, que se levantó de la cama y entró en el dormitorio de sus padres en dónde vio a sus dos hermanas, de 21 y 19 años, golpeándolo con un palo y con un hacha. Añadió que "Su madre y hermanas le obligaron á tomar parte en la operación y á ello se avino ante el temor de que hiciesen lo propio con él". Contó que se intentó quemar el cadáver pero una ligera lluvia que cayó poco después apagó las llamas.

Rey dio la orden de detener a la madre y a las dos hijas, diligencia de la que se hizo cargo Álvarez Lama que también incautó los aperos ensangrentados del pollino en el que transportaron el cadáver. Las tres mujeres pasaron a disposición judicial, "La madre, sus dos dignas hijas y el hermano de éstas hállanse en la cárcel a disposición del Sr. Juez de Cambados que instruye activamente las oportunas diligencias".

La próxima semana la segunda parte con el proceso, la sentencia y declaraciones de la autora desde la cárcel...

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