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Cuando intentaron volar Santo Domingo

Un sorprendente artículo desvela que las ruina de Santo Domingo estuvieron a punto de ser voladas con dinamita a finales del s. XIX porque alguien pensó que allí podría construirse "un magnífico edificio" 
Vista interior de las ruinas (1907-1908). CATÁLOGO MONUMENTAL Y ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA DE PONTEVEDRA
photo_camera Vista interior de las ruinas (1907-1908). CATÁLOGO MONUMENTAL Y ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA DE PONTEVEDRA

Pontevedra es una ciudad privilegiada que cuenta con seis conventos: tres en la ciudad (Santo Domingo, Santa Clara y San Francisco) y otros tres en cercanías (Armenteira, Lérez y Poio), pertenecientes a diferentes órdenes.

Hablamos de los restos de la iglesia de Santo Domingo, de estilo ojival gallego, que formaba parte de un convento del s. XIII (circa 1282) perteneciente a la orden de los dominicos. Una iglesia con cinco capillas, ejemplo único del mencionado estilo, ya que lo usual es que fueran tres. Un lugar que, en la actualidad, con La Peregrina y Santa María, está entre los monumentos más visitados y fotografiados de nuestra ciudad.

El convento y la iglesia se construyeron con las donaciones documentadas de Sancha Eáns, hija de D. Juan Núñez da Ponte, la de María Núñez hija de D. Ñuño Eáns Quijada, y la compra a María Páez, hija de Paay Eáns da Ponte, entre otras. Desde la pequeña ubicación de As Corbaceiras los dominicos se trasladaron al conocido como Campo da Verdade, actual emplazamiento. Según documentos existentes, a principios del año 1283 "hallábanse ya en Pontevedra los religiosos dominicos Fr. Juan de Aveancos y Fr. Pedro de Aurea, del Convento de Bonaval en Santiago, centro de donde irradió la propaganda de la Orden por todo el reino de Galicia, instalados en su primer Convento que fué una pobre casa edificada por ellos en el barrio de la Moureira, lugar de las Corbaceiras, enclavado en la parroquia de Santa María, junto a la piedra de los Buraces, donde existió una fuente llamada de los Frades, que solía quedar cubierta por la pleamar! y disponíanse a adquirir nuevos terrenos para ampliar los solares de la fundación y dar a ésta mayores vuelos". 

El pontevedrés Fray Tomás de Sarria amplió en 1679 las dependencias del convento aportando ochocientos ducados para acondicionar dos aulas en la que pudieran los discípulos cómodamente oír y escribir las lecciones y con un plazo de ejecución de las obras de cuatro meses. Sarria, hombre pragmático, y adelantado a su tiempo, quería de sus catedráticos unidad, brevedad y eficacia. El convento se convirtió en un lugar de importancia vital para los estudios y el conocimiento en nuestra ciudad.

La Real Orden de Exclaustración Eclesiástica se produjo en España en 1835 para, en años sucesivos, hacerla extensiva a todos los conventos de religiosos y religiosas que pasaron a ser propiedad del Estado. En 1846 el cronista pontevedrés Claudio González de Zúñiga ponía negro sobre blanco la desaparición de lápidas y sepulcros en el convento de Santo Domingo, después de esta decisión política diez años antes: "En este templo aun se conservaban muchos sepulcros y lápidas llenas de inscripciones, que hoy día pudieran muy bien esclarecer e ilustrar algunos hechos obscuros de la Historia de aquellos siglos; pero una mano ignorante y osada, arrancándolas de aquel paraje para pavimentar calles y plazas, nos privó de los auxilios que estas inscripciones pudieran prestar a la Arqueología". El lugar había sido saqueado y parcialmente demolido para usar los restos como pavimento.

Muchas voces se elevaron para la conservación de este monumento como la del citado González de Zúñiga, Casto Sampedro, Manuel Murguía, el abogado Antonio Gaite y Núñez, Fernández Guerra o el P. Fita. Lo que quedaba del convento y parte de la iglesia se derribaron para el nuevo trazado de la avenida de Montero Ríos, según proyecto de abril de 1879 de Alejandro Sesmero. En un almuerzo con Vincenti en 1886 el propio marqués de Riestra visitó las ruinas del convento y le pidió encarecidamente que no permitiera el derribo del monumento y el alcalde de Pontevedra se comprometió a poner una verja circundante. En diciembre de ese mismo año el Ayuntamiento solicitó una subvención a la Diputación de Pontevedra para la colocación de la verja alrededor de la iglesia. En enero de 1888 la Comisión de Monumentos Históricos de Pontevedra acordó cerrar el convento con una verja provisional de madera, que posteriormente se sustituyó por una de hierro.

El 4 de abril de 1889, en la sesión del Ayuntamiento se denegó por Real Orden la pretensión del propio consistorio de la "enajenación de las ruinas y solares de la iglesia y ex-convento de Santo Domingo"; es decir, tirar las ruinas para constVista exterior de las ruinas de Santo Domingo. CATÁLOGO MONUMENTAL Y ARTÍSTICO DE LA PROVINCIA DE PONTEVEDRAruir un edificio. Ante este varapalo el propio Ayuntamiento declinaba cualquier responsabilidad sobre el peligroso estado de las ruinas, la salubridad y estado infeccioso en el que se encontraban, según decían, ya que se había convertido en un basurero.

En 1895 el Gobierno traspasó la propiedad, de la iglesia y lo que quedaba del convento, al Ayuntamiento de Pontevedra con la condición de restaurar y mejorar las ruinas de la iglesia y construir nueva la parte del convento: "A condición de que hiciese otro edificio nuevo con destino a hospicio y conservase y embelleciese las ruinas de la iglesia". 

Durante este periodo sucedió un hecho insólito que el propio Casto Sampedro, como presidente de la Sociedad Arqueológica y conocedor de primera mano de los entresijos del Ayuntamiento de Pontevedra relató, según cuenta Aureliano Pardo Villar y en 1947 Antón María Doval en un artículo bajo el título Ilegales manejos de nuestro Concejo, allá por los años 188..., que a toda costa quiso librase de la maravilla arquitectónica de Santo Domingo: "No contenta ésta (Corporación municipal) con sus reiteradas súplicas (las de Casto Sampedro), decide una solución brutal. Cierto día fue colocada una bomba de dinamita que haría saltar lo poco que quedaba de la tal iglesia. Pero el temor a que la tal explosión pudiese causar víctimas en el Hospicio, en aquel entonces colindante, detuvo la mano criminal y el tal atentado no llegó a verificarse". Como se lamentaba Pardo Villar: "No necesita comentarios el párrafo transcrito, pues está visto que, por fas o por nefas, los ediles de la villa de Pontevedra querían, a todo trance, que viniesen a tierra las ruinas, pregoneras del amor al arte y al progreso de sus dignos antecesores". 

Sea como fuere, menos mal que algo queda de la antigua iglesia, pero sin olvidar que en la actualidad se suceden tropelías sin que a nadie se le mueva un pelo. Ay, si Casto Sampedro levantara la cabeza.

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