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Entrevista a un verdugo en Pontevedra

La profesión de verdugo estaba mal vista y solían omitir su nombre o variarlo para despistar. Los que se dedicaban a este ingrato oficio lo hacían o por convencimiento, o por las elevadas sumas de dinero que percibían; una parte eran un fijo mensual y otra, a mayores, por cada ejecución. Los verdugos competían entre ellos sobre quien ganaba más o ejecutaba mejor.

Todo comenzó cuando la Audiencia Provincial de Pontevedra dictó en 1914 una sentencia firme de pena de muerte a Manuela y a su hija Vicenta por el parricidio de Ribadumia. Fijada la fecha de la ejecución en marzo de 1915, el verdugo se trasladó desde Madrid a Pontevedra, un día antes de la misma, en el tren correo de las cinco acompañado por una pareja de la Guardia Civil, según estipulaba la ley en aquel entonces.

Una ejecución a garrote en Barcelona. BOETZEL
Una ejecución a garrote en Barcelona. BOETZEL

La llegada del verdugo a Pontevedra despertó mucho interés, al principio no quiso desvelar su nombre, pero declaró que le alteraba tener que ejecutar a dos mujeres. El verdugo se llamaba Áureo Fernández, que nació en A Coruña en 1867, según declaró él mismo a la prensa. Sobre Áureo, como verdugo, hay diversas teorías porque aparece también con el nombre de Cesáreo y sus apellidos varían entre Fernández Carrasco y Fernández López; en realidad no está claro del todo si se trata dos verdugos diferentes de la Audiencia de Madrid.

En 1903 el periodista de ABC Manuel Carretero, en su artículo El Verdugo de Madrid, entrevistó supuestamente a Áureo, porque no menciona el nombre del verdugo. Un hombre de profundos ojos azules, buena estatura, robusto, con abundante bigote y barba, vestido con sombrero de hongo y americana por lo que, en opinión del entrevistador, no era rudo ni repugnante. Este verdugo le explicó que en los años noventa emigró a Cuba y allí trabajo en diferentes oficios. Regresó a España, en concreto a Madrid, en donde pasó tanta hambre que logró el puesto de verdugo de la Audiencia de Madrid en 1897. En esa entrevista declaró a Carretero haber ajusticiado a catorce personas. Estos datos no concuerdan bien con los de Áureo; además, en la entrevista un reo llamó al verdugo por el nombre de Manuel, y en la entrevista de Pontevedra las fechas y ajusticiados no coinciden.

La Región destacaba que, en 1913, cuando el presidente de la Audiencia de Madrid quiso convocar a Áureo para una ejecución, nadie conocía su paradero. Sólo se tenía constancia de una dirección en la calle Almansa y descubrieron que era una taberna que regentaba y que se hacía llamar Sr. Manuel, "En vista de ello, el citado funcionario judicial, utilizando el coche del Juzgado de guardia, se constituyó anoche á las doce en él domicilio de Áureo Fernández, calle de Almansa, núm. 14 (taberna). Allí estaba el verdugo, bien ajeno de que se le buscaba. Ninguna de las citaciones habían llegado á su poder, porque en el barrio todo el mundo desconoce que es el ejecutor de la justicia y hasta que se llama como se llama". Lo de este verdugo es todo un misterio.

La entrevista de Carretero en 1903 no concuerda con lo que Áureo declaró en 1915 cuando Áureo llegó a Pontevedra, en el tren correo de Madrid en segunda clase. Entonces, era un hombre de estatura media y bigote cano, desordenado y de vestimenta sencilla. Un redactor de El Diario de Pontevedra pudo entrevistarlo antes de acceder a la cárcel de Pontevedra, "¿Cómo se llama? Se niega a decirlo porque no quiere que su nombre ande en los periódicos con el motivo del tristísimo oficio que desempeña. -Soy gallego- nos dijo- nacido en la misma Coruña. Hace 24 años que falto de este país y no creí que tendría que venir a él a poner mis manos a estas pobres mujeres... pero la Ley es la Ley y tengo que cumplirla", se lamentaba. Reconoció que percibía un sueldo de once mil reales anuales, además de las dietas por desplazamiento en las ejecuciones, en este caso percibía de dietas 617,30 pts. que incluía las de los dos Guardia Civiles que le acompañaban. A la pregunta del redactor de El Diario de Pontevedra sobre cuánto tiempo hacía que era verdugo respondió, "Hace ocho años aproximadamente. Durante este tiempo hice tres ejecuciones: la primera en Cádiz, y últimamente las de los reos de Ciudad Real y Guadalajara hace muy pocos días".

Áureo traía el ingenio infernal para cumplir su trabajo dentro de una caja que pesaba 250 kilos, «Todo ello está reducido a un banco, a un bastidor que sirve de respaldo y a un torniquete». El garrote vil estaba ya instalado en el patio y para ello necesitó la ayuda de algunos presos, dos carpinteros locales y un maestro de obra. Al verdugo y acompañantes la comida se la servía la Fonda Estrella.

Durante el proceso de ejecución los reos tenían la cabeza tapada con un paño negro. Si eran hombres iban esposados de pies y manos y a las mujeres las ataban con una cuerda. Una vez finalizado el trabajo, y retirados los cadáveres, en la cárcel ondearía en el exterior una bandera negra, en señal de que había finalizado con éxito la ejecución. Y digo con éxito, porque algunos verdugos con poca pericia prolongaban hasta media hora la agonía de los penados.

Cuando llegó el indulto a Pontevedra, apenas unas horas antes, Áureo declaró a los presentes, "No saben ustedes qué alegría tengo. Estoy más contento que si me dieran cinco duros". Añadió, mientras recogía el garrote, que se alegraba de no tener que ajusticiar a nadie en Galicia.

Llegado el momento de regresar a Madrid, Áureo llegó a la estación de tren de Pontevedra, lo hizo bastante tiempo antes de que llegara el tren, y se encontró con el andén abarrotado de gente que se había acercado para verlo. El verdugo, vestido con una capa y con una caja negra, esperó en la sala de los pasajeros de tercera, "La gente desfilaba por ella curioseando al verdugo y mirándolo de arriba abajo como a un bicho raro.- Ni que yo fuera Romanones, decía el hombre a los guardias sonriendo descaradamente". Y así, se fue por donde vino, pero para siempre porque unos meses después, en enero de 1916 se anunció el fallecimiento de Áureo en Madrid con una breve reseña, "Falleció en Madrid Áureo Fernández que hace poco estuvo en Pontevedra para ejecutar a las desgraciadas mujeres indultadas de Rivadumia".

Con motivo del fallecimiento de Áureo, reseñaba Félix Lorenzo en El Imparcial, "Señor ministro de Gracia y Justicia: no cubra V. E. la plaza. Cierre la puerta trágica con el sello de Áureo Fernández. Veamos si la falta de órgano suprime la función. Nada de contemplaciones, señor presidente del Consejo. ¡No vaya a salir el hijo de un exministro por peteneras macabras!".

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