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La monja casada de Cuntis (II)

MARÍA ANTONIA de Jesús tuvo una infancia atormentada víctima un padre autoritario y del trabajo familiar que rayaba la explotación infantil. Su adolescencia dio paso a profundas creencias religiosas que la abocaron irremediablemente al misticismo y al éxtasis.

Se casa en 1722 con Juan Antonio Valverde, “un mozo honrado y de buenas costumbres”. Pero poco tiempo después de casada vive atormentada por no haber entregado su vida a Dios enclaustrada en un convento.

Cumple con el fin del sagrado matrimonio y el 24 de enero de 1723 da a luz a su primer hijo al que llama Sebastián. Hijo que a los cinco años entrega a su confesor para quedar “con más libertad para darse a Dios”.

Su marido decide abandonar el hogar familiar para trabajar lejos, cuestión a la que María Antonia no pone impedimento porque así queda más libre para dedicarse a la oración y para atender a pobres y enfermos. En ausencia de su marido es tentada por un hombre y se traslada a casa de sus suegros después de oír “una voz” que le da instrucciones al respecto. Cae enferma y de manera milagrosa la joven analfabeta “aprende a leer y a escribir de modo infuso”. Cuando su marido regresa María Antonia se queda nuevamente embarazada y da a luz a una niña a la que llama Leonor. Cuando la niña cumple dos meses Juan Antonio vuelve a emigrar, pero esta vez se va a Sevilla.

Eran tan frecuentes las revelaciones, “locuciones, visiones, bilocaciones; y los éxtasis, que una voz le impele a fundar un convento

Eran tan frecuentes las revelaciones, “locuciones, visiones, bilocaciones; y los éxtasis, raptos ímpetus de amor y arrobamientos fueron frecuentes en la mística de El Penedo”, que una voz le impele a fundar un convento. Como los chismes corrían como la pólvora su nombre estaba en boca de curas, mujeres y ancianos que le auguraban un penoso final en algún oscuro calabozo de la Santa Inquisición. Pero entre tanto revuelo tres mujeres “dóciles y fervorosas” se autoproclamaron discípulas de la mística.

A estas alturas María Antonia tiene claro que sus hijos son un obstáculo y para aligerar cargas “coloca” a su hijo con Ventura de Castro y a su hija la deja con su abuela. Sólo le restaba convencer a su marido de su decisión, por lo que inicia el viaje a Sevilla con las tres discípulas para contar con su aprobación.

Inician el camino por la costa portuguesa, vestidas con hábito, sin dinero ni víveres, encomendadas a la Divina Providencia. En Coimbra “varios frailes doctos examinaron su espíritu” y le confirmaron que guiaba sus pasos el mismísimo Espíritu Santo.

Una vez en Sevilla, expone sus deseos a su marido cosa a lo que él se opone. Lo intenta una segunda vez en la que, el pobre Juan Antonio, “defiende su matrimonio” y ella su “entrega a la voluntad de Dios” y, como nos cuenta la propia María Antonia, “él se fue y llevó la llave; me dejó encerrada dentro”. Cuando la puerta se volvió a abrir, y para su sorpresa, le dijo “Si tú quieres entrarte religiosa, yo haré lo mismo” y delante de tres testigos gallegos y dos notarios redactaron un acuerdo. María Rivera, bajo la sospecha de falta de vocación, se enfrenta a María Antonia durante el viaje de vuelta. Pero, por fin, libre de toda atadura familiar, llega a Santiago.

Continuará...

Fuente: “Aproximaciones a la M. María Antonia de Jesús” de María del Salvador González.

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